Por Mariano de Alba
Cuando Michael Reid visitó
por primera vez América Latina en 1980, las dictaduras en la región comenzaban
a ser cosa del pasado. Durante ocho años trabajó desde Lima como corresponsal
para The Guardian y la BBC, contando de primera mano el inicio
de las transiciones a la democracia en varios países latinoamericanos.
Justamente en el Perú, en 1977, una dictadura militar –en medio de un clima de
crisis económica y movilizaciones nacionales– había aceptado convocar unas
elecciones para conformar una asamblea constituyente que fue electa en 1978 y
promulgó una nueva constitución en 1979. Este proceso desembocó en las
presidenciales de 1980 donde se eligió a Fernando Belaúnde, iniciándose así un
período de reconstrucción democrática; y demostrándose lo tortuoso que puede
resultar el retorno a la democracia.
Hoy, treinta y siete años
después, Reid es uno de los periodistas que mejor conoce los pormenores de la
región. Sus análisis semanales desde la columna Bello en la
revista The Economist –en la que comenzó a trabajar en 1990– son de
referencia obligatoria, proporcionándole una ventana privilegiada a América
Latina a personas de todo el mundo, incluyendo a los propios latinoamericanos.
En esta entrevista, exclusiva para Prodavinci –y realizada en el marco de su
Taller de Periodismo de Análisis organizado por la Fundación para el Nuevo
Periodismo Iberoamericano en Bogotá–, irónicamente aceptó conversar sobre el
mismo tema que despertó su curiosidad sobre la región hace tantos años, pero
sobre un país distinto, que para entonces acumulaba veintidós años de tradición
democrática.
En su última columna sobre Venezuela,
publicada a principios de marzo, usted se preguntaba si Nicolás Maduro tenía
posibilidades de permanecer en el poder. Luego de las sentencias del Tribunal
Supremo y las recurrentes protestas opositoras, la crisis parece haber entrado
en una nueva etapa.
¿Cómo percibe los últimos acontecimientos?
Como muchas veces sucede en
el caso de Venezuela, yo pienso que la dinámica de los acontecimientos es
incierta. Hay un régimen que está atrincherado y que ha demostrado desde
octubre de 2016 que está dispuesto a tirar la Constitución por la ventana. Ya
no está gobernando según la Constitución y es claramente una dictadura que está
en el poder sólo porque tiene el monopolio de la fuerza. Son las fuerzas
armadas las que están sosteniendo al régimen, pese a sus violaciones a la
Constitución y ante un descontento popular cada vez más grande.
Ante este escenario, es
difícil que las manifestaciones de la oposición por sí solas logren desalojar
al gobierno, obligarlo a convocar una elección o a respetar la Constitución,
que es lo más importante. Pero ahora hay una combinación de factores que
debilitan al régimen como nunca antes: las protestas en la calle, una oposición
unida gracias a las medidas tomadas recientemente (como la inhabilitación de
Capriles), por primera vez una reacción diplomática regional, señales de algunas
fisuras en el chavismo como los casos notables de la Fiscal General y los tres
militares que han solicitado refugio en Colombia, así como el episodio de unos
manifestantes que, en un acto del propio gobierno, le tiraron huevos y otros
objetos a Maduro.
¿Y qué opina de la propuesta
de Nicolás Maduro de convocar una supuesta Asamblea Nacional Constituyente?
Según lo planteado hasta ahora, esto se concretaría sin una elección universal
y con el gobierno eligiendo al menos a una parte de los constituyentes a través
de figuras inconstitucionales como las comunas y los consejos comunales.
Todavía no se conocen los
detalles de lo que verdaderamente se está proponiendo. Puede ser que ni el
mismo Maduro lo tenga claro y, por ende, esta iniciativa sea una especie de
globo de ensayo. De todas maneras, demuestra una cierta desesperación; es un
intento de huir hacia adelante. La propuesta en los términos que conocemos
hasta ahora sería coherente con un camino: el tratar de replicar, de ser una
copia del régimen cubano, pero en circunstancias mucho menos favorables que las
que tenía Fidel Castro después de la revolución en 1959. El gobierno venezolano
ya no va a lograr convencer a casi nadie internacionalmente. Posiblemente habrá
una resistencia con respecto a esta iniciativa dentro del propio chavismo, y si
la idea es suspender la Constitución de 1999, propuesta por Chávez, tendrá que
finalmente hacerlo por la fuerza.
En febrero de 2016, el
título de una columna Bello en The Economist fue “el fin del juego en Venezuela”.
Pero catorce meses después aquí estamos, Nicolás Maduro sigue siendo presidente
y no se vislumbra una resolución próxima a la grave crisis venezolana. ¿Cómo es
posible?
Yo, y otros, nos hemos
equivocado porque subestimamos hasta donde el régimen estaba dispuesto a violar
su propia Constitución. Las recientes decisiones por parte del gobierno de
inhabilitar a Capriles, retirarse de la OEA y convocar a una constituyente
demuestran que el plan de Nicolás Maduro es crear una oposición a su medida,
pero esta jugada no va a convencer a nadie, ni en Venezuela ni en la región.
Una opción es que el
chavismo lleve a Venezuela a ser una especie de Cuba, un proyecto que yo pienso
que a mediano plazo es inviable, pero lo podría intentar. La otra es que
efectivamente las contradicciones, disensos y presiones sean tan grandes que
provoquen un quiebre, especialmente si tenemos en cuenta que el apretón
económico es cada vez más fuerte y va a ocasionar un crecimiento aún mayor en
el descontento popular. Al final del día, la gran pregunta es si la represión
ejercida por la Guardia Nacional contra las protestas opositoras se verá
rebasada y si el régimen le tiene que pedir al ejército que salga a las calles
a disparar. Si eso ocurre, será el momento de la verdad para el general Padrino
López y el resto de las fuerzas armadas.
Michael Reid retratado por
Kilder Díaz
Se entiende entonces que la
clave está en que la oposición mantenga su agenda de protestas, agenda que
eventualmente podría ocasionar un quiebre en el seno de las fuerzas armadas.
¿Pero a dónde nos lleva finalmente esto? ¿A una nueva negociación entre el
gobierno (o al menos un sector de él) y la oposición? Porque justo en esto
momento, y considerando lo que ocurrió a finales de 2016, esa posibilidad
parece más remota que nunca.
Debe pensarse muy bien cuál
es el objetivo que se está buscando con las protestas. El fin debe ser una
vuelta a un gobierno constitucional y democrático. Para mí sólo hay tres vías
para lograr ese fin: revolución, golpe de Estado o negociación. Las dos
primeras opciones conllevan el riesgo de mayor violencia. Además, no creo que
la oposición tenga la fuerza para hacer una revolución y las fuerzas armadas no
muestran la disposición para dar un golpe de Estado. Por ende, al final del
día, una negociación es lo más posible y lo más deseable.
Está claro que la palabra
“diálogo” se ha satanizado en la oposición. En primer lugar, porque el gobierno
de Maduro, con la complacencia de Ernesto Samper y los tres expresidentes,
claramente usó el diálogo de finales de 2016 como una forma de ganar tiempo. Yo
percibí como un paso positivo cuando el Vaticano asumió un rol en el diálogo
porque empezó a haber una negociación seria con agenda y temas. Y eran los
temas correctos: liberación de presos políticos, renovación constitucional de
las autoridades electorales y del Tribunal Supremo, el fin del desconocimiento
a la Asamblea Nacional, un calendario electoral y la apertura de un canal
humanitario. Esas siguen siendo las necesidades apremiantes en Venezuela. El
diálogo de 2016 fracasó porque el gobierno no estaba dispuesto a llegar a un
acuerdo sobre esos puntos, y si no hay voluntad para llegar a un acuerdo sobre
esos puntos, entonces no hay un diálogo real. Yo no descarto que en el
transcurso de este año pueda haber una nueva negociación, pero tendría que ser
sobre bases reales y serias.
Uno de los puntos que más
preocupa ante una hipotética nueva negociación es que no parecen existir
interlocutores válidos. Incluso el Vaticano ha sido descalificado tanto por el
gobierno como por sectores de la oposición. ¿Cómo lograr interlocutores válidos
que sean de la confianza de ambas partes?
Eso pasa por la resolución
de la crisis que está viviendo la UNASUR. Luego de la salida de Ernesto Samper
en enero de este año, la organización carece de Secretario General. Hay
intentos de nombrar un reemplazo, pero no se ha logrado llegar a un acuerdo. Si
los doce países miembros no logran elegir un candidato serio, la UNASUR muere
en vida y deja de ser relevante. Si la UNASUR logra nombrar un nuevo Secretario
General, lo lógico es que se nombren nuevos interlocutores. No sé si el régimen
los aceptaría, pero la negociación es la única modalidad para volver a un
gobierno constitucional. Si el régimen no está dispuesto a aceptar una
negociación, eso implica que va a seguir el conflicto en las calles, y que el
descontento social y el aislamiento internacional crecerán.
¿Cómo interpreta el anuncio
por parte del gobierno venezolano de que abandona la OEA? Esta medida y la
fuerte represión que estamos viendo en muchas partes de Venezuela parecieran
indicar que el régimen ha optado por la vía de la radicalización interna y el
aislamiento externo. ¿En la actualidad es viable un gobierno latinoamericano
aislado?
Me parece que el régimen
decide salirse de la OEA pensando que el que pega primero, pega dos veces. Con
esta acción, Maduro está reconociendo implícitamente que Venezuela ya no es una
democracia, que está violando la Carta Democrática y que eventualmente
Venezuela podría haber sido suspendida. Y eso es un gran cambio, comparado con
la posición e imagen internacional que tenía hace apenas un año. Con esta
decisión, efectivamente se abre la posibilidad que la estrategia de Maduro es
tratar de convertirse en otra Cuba, dejando claro que en Venezuela no hay una
democracia.
Yo pienso que es posible que
Venezuela se convierta en un país aislado de la comunidad internacional, pero
sólo en el corto plazo. El caso de Cuba es distinto porque es una isla
geográficamente hablando. Por eso se mantuvo como una colonia española por
setenta años más que el resto del continente y por eso el régimen castrista ha
logrado mantenerse tanto tiempo en el poder. Pero Venezuela no es una isla.
Nicolás Maduro lo tiene mucho más difícil que los Castro. No puede controlar
los movimientos de población a través de sus fronteras y si se fortalecen
disidencias dentro de las fuerzas armadas, uno podría concebir el surgimiento
de una guerrilla en Venezuela. Obviamente no deseo eso, pero frente ante una
dictadura asumida, hay la posibilidad de que finalmente la resolución de la
crisis sea violenta. Hay que trabajar para que ello no ocurra.
Michael Reid retratado por
Kilder Díaz
Ante este grave y
preocupante escenario que plantea, ¿cómo cree que va a reaccionar el resto de
América Latina con la decisión de Nicolás Maduro de salirse de la OEA?
Creo que la reacción
diplomática regional va a continuar, pero lo cierto es que hay límites a la
capacidad de acción de la OEA. Yo pienso que en Venezuela –y en Cuba– el cambio
va a venir de adentro y no puede venir de afuera. Ni los venezolanos ni los
cubanos pueden esperar que el resto del mundo haga el trabajo que les
corresponde. Pero la región sí debe mantener una posición clara sobre el hecho
de que una nueva dictadura en América Latina hoy día no es aceptable y no puede
ser un socio normal en la región.
Refiriéndose a Venezuela,
casualmente la canciller colombiana declaraba hace
algunas semanas que no se está “ante un país con el que se pueda tener una
relación normal”. Esto lo dijo luego de la incursión de un contingente de las
fuerzas armadas venezolanas en territorio colombiano. Luego de este
hecho, un tuit del presidente Santos provocó
que Maduro amenazara con revelar supuestos secretos de las conversaciones de
paz con las FARC. ¿Cómo interpreta estos incidentes?
Por varios años, el
presidente Santos tuvo sus manos atadas con respecto a Venezuela porque su
objetivo estratégico eran las conversaciones de paz con las FARC y Venezuela
era un país que facilitaba esas conversaciones. También había una presencia
importante de retaguardia de las FARC en Venezuela. Por lo tanto, Santos
necesitaba la colaboración de Venezuela. Logrado el acuerdo de paz, Santos
tiene las manos mucho más libres para tomar la posición diplomática que
corresponde a los intereses de Colombia, que es tener un vecino democrático,
estable y con políticas económicas viables que no ocasionen una emigración
masiva.
Finalmente, ¿cómo evalúa la
posición del gobierno de Donald Trump con respecto a Venezuela? Algunos
consideran que Trump está haciendo con Venezuela lo que debió haber hecho
Barack Obama cuando era presidente.
Hasta ahora, más allá de
algunos gestos como recibir a Lilian Tintori, la administración de Donald Trump
no ha variado su política con respecto a Venezuela en comparación con Obama.
Obviamente todavía es muy temprano para una conclusión definitiva. Pero por
ahora ni siquiera ha nombrado funcionarios en los cargos cruciales de toma de
decisiones con respecto a América Latina. Yo espero que el gobierno de Trump
esté consciente que medidas unilaterales probablemente no van a tener ningún
efecto real de cambio en Venezuela y que es mucho más sensato actuar
conjuntamente con la región. También hay un sector de la oposición venezolana
que ha querido por años que Estados Unidos haga el trabajo que les corresponde
a ellos. Eso es un error y no está en los intereses de Venezuela. Es importante
que los países de América Latina asuman un mayor protagonismo en solucionar sus
propios problemas regionales.
03-05-17
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