Por Luisa Pernalete
La educación y la formación
del país es justamente para la vida. No para la muerte. No para morir en una
protesta por la restitución de la democracia y los derechos humanos, no. Porque
morir en esas circunstancias no es culpa de ellos, sino de un gobierno represor
que reprime con fuerza hasta matar manifestantes. Muchos de ellos, jóvenes a
los que les han arrebatado parte de su futuro.
No me formé para educar para
la muerte. El lema de Fe y Alegría hace unos años fue Educamos para la
vida. Es que para eso nacemos: para vivir, y morir cuando ya hayamos vivido y
cumplido con nuestro ciclo de crecer, desarrollarnos… por eso no podemos
identificar la infancia y la juventud con la muerte, sino con la vida.
No sé ustedes, pero a mí no
se me quita de la cabeza la imagen del velorio de Armando Cañizales con ese
escenario de fondo: los compañeros del Sistema de Orquesta, compañeros de
Armando, interpretando el Himno Nacional. ¡Gloria al bravo pueblo que el
yugo lanzó/ la ley respetando… Me vino a la mente aquella película sobre esa
institución orgullo de todos los venezolanos, el Sistema de Orquestas, ¿se
acuerdan? Tocar y luchar, ¿cómo es que ahora es tocar y morir?
No es sólo Armando, se trata
también de Carlos (17), de Jesús (15), de Albert (16), de Byan (14), de Jackson
(16), todos con edades de estar en el liceo, pensando en fútbol y en sus
novias, en sus exámenes… Se trata de todos los otros con 19, 20 años que han
sido asesinados, no quiero añadir, ¿por encargo? ¿esa es la orden?
Me gustaría estar en las
cabezas de los que dan las instrucciones a los uniformados: “Si ve un joven,
tire a matar”, ¿es así? Dispersar una manifestación violenta es una cosa, tirar
a matar es otra. ¿No se forman los funcionarios para proteger a la patria, y a
los ciudadanos? ¿cómo es que se para una manifestación y no se paran los
saqueos?
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“Los adultos de este país
tenemos el compromiso de buscar luz para este túnel, construir horizonte, de
convencer a los responsables de parar esta guerra asimétrica de tanques
contra piedras. Usted y yo tenemos que sacar fuerzas para eso”.
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Quiero añadir que no se
trata sólo de estas muertes violentas. Hablo también de las muertes lentas, de
la falta de horizonte, como bien dice el padre Pedro Trigo (revista SIC,
abril 2017). Eso también es criminal, cerrar horizontes, ofrecer ¿Qué? Pienso
en el diálogo que tuve hace poco con un ahijado de San Félix. Tiene 17 años,
está terminando su bachillerato, con mucho esfuerzo. “Esto no se va a componer
madrina”… Su edad es para el béisbol -que le encanta-, no para estar viendo
túneles sin salida. “Yo quiero tener una casa”, me dijo hace poco, casi con
pena. Le entendí, no estaba hablando de tener yates, ni siquiera de querer una
moto, o viajar. Quiere estudiar algo que le permita vivir dignamente. ¡Eso no
puede ser un delito!
Hablo también por las muertes
lentas de los niños y niñas que se están levantando sin los alimentos
necesarios; por los niños y niñas del J.M. de los Ríos, por los niños enfermos
de cáncer sin tratamiento. ¿La infancia es el final para ellos?
Claro que estoy llorando,
por Armando Cañizales y su viola callada, por mi ahijado con su aspiración de
vida digna, por las madres de todos los caídos -incluso de los uniformados
muertos-. Pero ya saben: se llora para que se limpie la mirada y ver mejor por
dónde caminar. Los adultos de este país tenemos el compromiso de buscar luz
para este túnel, construir horizonte, de convencer a los responsables de parar
esta guerra asimétrica de tanques contra piedras. Usted y yo tenemos que sacar
fuerzas para eso.
06-05-17
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