Fernando Mires 08 de mayo de 2017
No es
nuevo, pero siempre es novedoso. Todo comenzó en la Francia revolucionaria con
la pintura de Delacroix: la libertad simbolizada en una deidad con las tetas al
aire. La hemos visto después en los movimientos estudiantiles de los sesenta,
en las rebeliones republicanas de Ucrania y hoy en Polonia. Las vemos cada
cierto tiempo en la Rusia de Putin. Y recientemente las vimos en Venezuela,
coreando desafiantes frente a la soldadesca armada: “no tenemos escopetas,
nuestras armas son las tetas”.
Las
tetas no son un arma, pero sí son el símbolo de un arma que se erige como
alternativa frente a esa otra arma: el falo, simbolizado en los fusiles, en las
bayonetas y en las escopetas. Las tetas han llegado a ser el anti-falo de la
modernidad política.
¿Exhibicionismo?
Sí, claro, pero del bueno. Lo que se exhibe bajo la luz pública es lo que se
de-muestra. Lo que se de-muestra es lo que está oculto. Lo que está oculto es
lo que ha sido reprimido por y desde el poder. Lo que se de-muestra es el deseo
prohibido. El deseo de la teta aparece entonces como una exigencia de ser, la
de ser mujer y la de ser cuerpo en el espacio ciudadano frente a todo lo que no
deja ser al ser.
El ser
no es el cuerpo pero sin cuerpo no hay ser. El ser precede al cuerpo pero solo
comienza a vivir cuando es cuerpo. Esa es también la profunda proposición de la
no santísima trinidad lacaniana, traducida en las dimensiones de lo real, de lo
simbólico y lo imaginario.
A lo
real no tenemos acceso real, por eso lo expresamos simbólicamente a través de
imágenes. Las tetas, así vistas, representan la imagen del símbolo del ser
oculto reprimido por el poder de una dictadura brutal que impide al ser
ex-presarse (es decir, salir de la o-presión). Durante la revolución francesa
las mujeres rompieron el corset. Hoy día rompen la opresión simbolizada en el
sostén. Lo que menos importa en este caso es el sostén. Lo que más importa es
el deseo de liberación del cuerpo-ser frente a una dictadura que se siente
dueña del cuerpo de sus ciudadanos.
Se
trata, por cierto, de un símbolo dual. Las tetas son para los hombres el
símbolo de la sexualidad (de la corporeidad) y a la vez, para todos los
humanos, el símbolo de la maternidad (de la vida). Lo soldados armados,
escondidos detrás de sus escudos, aparecen, por el contrario, como lo que son:
los símbolos de la opresión, los mensajeros de la muerte.
Todos
los derechos humanos son derechos corporales.
“No
tenemos escopetas, nuestras armas son las tetas”. ¡Cuánta verdad, cuánta vida,
cuánta realidad se esconde detrás de esa consigna!
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