Por Daniel Fermín
Ha sido un mes convulsivo
para los venezolanos. Desde que el cooptado Tribunal Supremo de Justicia
pretendiera dar una estocada final a nuestra democracia maltrecha, consolidando
en el proceso un autogolpe chavista, la fuerza de la gente se ha hecho sentir
en las calles de todo el país. De manera contundente, millones de venezolanos
deseosos de cambio han dado una lección de coraje cívico y, venciendo el miedo
y una represión desmedida y criminal, han dejado ante el país y ante el mundo
un testimonio firme e inequívoco de un pueblo resuelto a vivir en libertad.
Como siempre, la gente
protesta porque se han cerrado los caminos institucionales de resolución del
conflicto. Protestan los que llevan 18 años enfrentando el proyecto autoritario
del chavismo, pero también los que se han desencantado en fechas más recientes.
Incluso protestan quienes se consideran, aún, chavistas. A diferencia de
episodios anteriores, no se trata de la mitad del país protestando contra el
gobierno que representa a la otra mitad. Esta vez es, como lo llamábamos en
nuestro Editorial
pasado, el coro unánime del descontento enfrentado a una
pequeña casta enquistada en los privilegios, el poder y lo turbio.
El éxito de la protesta ha
obedecido, fundamentalmente, a tres factores: En primer lugar, a la presentación
de una agenda clara. Para una oposición demasiado acostumbrada al “Maduro ¡Vete
ya!”, reencarnado del “Chávez ¡Vete ya!”, las demandas por elecciones libres,
reconocimiento a la Asamblea Nacional, liberación de presos políticos y
apertura de canal humanitario representan un progreso importante. En segundo
lugar, la participación masiva de los venezolanos ha dado a esta ola de
manifestaciones una nueva fuerza. Y, en tercer lugar, el carácter decididamente
no violento de la protesta ha significado un avance que ha reforzado y
promovido el punto anterior. Un factor adicional está en la recuperación de lo
simbólico: Venezuela está hoy conmovida e inspirada por un muchacho desnudo con
una Biblia y una señora que se coloca en el camino de un vehículo militar; por
unos muchachos, estudiantes de medicina, que salen a sanar las heridas del
odio; por un pueblo llevado a la asquerosidad de El Guaire pero impoluto en su
resolución. Ellos y muchos más son reflejo vivo de la dignidad humana.
Sin embargo, la cara grotesca
de la violencia se ha asomado, promovida por el régimen. Organismos militares y
policiales, junto a grupos paramilitares que actúan impunemente, se han lanzado
ferozmente sobre un pueblo desarmado. El uso desproporcional de la fuerza ha
dejado decenas de heridos; la represión indiscriminada ha cobrado víctimas en
hospitales y escuelas; y la actuación criminal de grupos paramilitares y de la
fuerza pública, violando los Derechos Humanos, ha cobrado la vida de 34
compatriotas.
La violencia, por supuesto,
es promovida por el régimen para desvirtuar la protesta, para deslegitimarla a
los ojos del pueblo y de la comunidad internacional, y para bajar los costos de
represión, justificándola ante los efectivos policiales y militares y ante la
sociedad en general. La violencia es hija del régimen y solo a éste le
conviene. No pisar el peine de la violencia, a pesar de las frustraciones y la
indignación, es esencial para el éxito de la movilización popular.
¿Hasta cuándo es sostenible
este esquema de marchas y protestas? ¿Qué pasa con el agotamiento de la gente?
¿En qué va a parar todo esto?
La movilización que lleva ya
un mes determinando la cotidianidad venezolana busca una transición a la
democracia. Ha logrado articular políticamente la protesta social, de modo que
la gente, lejos de contentarse con un CLAP, exige en cambio un nuevo gobierno
que cambie la política económica para que no tenga que haber CLAP y la gente
pueda comprar lo que quiera y cuando quiera en el abasto. La oposición ha
logrado relegitimarse ante la población, colocándose en primera línea y
asumiendo todos los riesgos de la persecución y la represión oficial y
paramilitar. Pero existe, ciertamente, el temor de que la protesta sea
insostenible en el tiempo, si bien sobrevivió el milagro de mantener
políticamente activa y en la calle a la ciudadanía durante la Semana Santa.
La oposición debe aprovechar
esta refrescada legitimidad para continuar dándole dirección política a la
protesta. En ese sentido, debe marcar un punto claro de llegada, manejando
responsablemente las expectativas de la gente y socializando el mensaje
político. Un punto de particular importancia se refiere a lo electoral. La
oposición debe dejar claro que votar no significa traicionar la lucha de calle,
sino que votar es, precisamente, una conquista de esa lucha. También debe
insistir en el hecho de que calle y voto no son mutuamente excluyentes, y que
unas elecciones regionales y municipales son clave para desmontar la estructura
clientelar del chavismo en las regiones y avanzar en el proyecto
democratizador.
Del mismo modo, la oposición
debe resistir la violencia proveniente de grupos criminales y cuerpos de
seguridad del Estado. El sacrificio de 34 patriotas no debe ser en vano, y la
violencia es un camino directo al fracaso de la protesta. La evidencia así lo
certifica: los movimientos violentos, en promedio, tienen 150.000 miembros
menos que los no violentos, ya que la violencia sube las barreras para la
participación. Los movimientos no violentos fracasan en lograr un cambio de
régimen 17% de las veces, frente a 61% de los movimientos violentos. Las
democracias que nacen como resultado de movimientos no violentos tienden a ser
más estables, duraderas y pacíficas que las que surgen de una disrupción
violenta.
La protesta no violenta es
efectiva, causa desafecciones y cambios de lealtades, y eso lo hemos visto
durante este mes. La postura de la Fiscal General de la República y otros
episodios dan muestra de fisuras en las filas del chavismo. La violencia es el
pegamento que necesita el régimen para cohesionar nuevamente sus fuerzas.
¿Qué queda? Insistir.
Insistir en la calle, con contundencia y en no violencia. E insistir en la
resolución constitucional, pacífica y electoral del conflicto, presionando por
elecciones a todo nivel y por el respeto a la separación de poderes y a la
institucionalidad, alergias ambas del chavismo. Son días tremendamente
difíciles para el país, en los que debe prevalecer la responsabilidad y la
capacidad de conducción del liderazgo.
Queremos cerrar con un merecido
reconocimiento a todos los venezolanos que hoy luchan por vivir mejor en
democracia, especialmente a quienes han perdido la vida en defensa de la patria
y a nuestros estudiantes, que nos llenan de orgullo y nos hacen sentir
esperanzados en el futuro que hoy construyen para todos. Su dolor es nuestro
dolor y sus sueños evocan el sentir de millones. Asimismo, reiteramos nuestro
llamado a derrotar la violencia y a enfrentar con dignidad las pretensiones
hegemónicas de quienes se creen, equivocadamente, dueños y señores de un pueblo
que, como demuestra día a día, nació para ser libre.
Publicado en PolítiKa UCAB el 28 de abril de 2017
28-04-17
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