Por Hugo Prieto
A veces hay que regresar a un
planteamiento que se olvida o casi desaparece en medio de una lucha política que
tiene tantos altibajos como escaramuzas y desafíos. Sergio Bitar, es un
político chileno, amigo de Venezuela, que formó parte de la coalición opositora
que finalmente restauró la democracia en Chile, luego de la feroz dictadura de
Augusto Pinochet.
Bitar, además de ser uno de
los principales referentes dentro del Partido por la Democracia de Chile, es
coautor —junto con Abraham Lowenthal— del libro Transiciones Democráticas,
una investigación minuciosa que da cuenta del salto del totalitarismo y la opresión
a la democracia en seis países de todo el mundo. Su testimonio, no es solamente
el producto de una legítima inquietud intelectual, Bitar vivió exiliado en
Venezuela, incluso tiene familia en el país. Así que tiene una visión clara de
lo que aquí ocurre. Lo que no le impide recordar en varias oportunidades y por
diversas razones —en correspondencia con la complejidad de la política y su
intención manifiesta de no inmiscuirse en asuntos internos de otro país. “No
pretendo darle lecciones a nadie”, dice Sergio Bitar al otro lado de la línea
telefónica.
Transiciones
Democráticas perfila claramente — en sus 656 páginas— la importancia que
tiene la lucha no violenta en contra de los gobiernos de fuerza, en algunos
casos típicas dictaduras latinoamericanas (Brasil y Chile); en otros, gobierno
totalitarios como Polonia o incluso regímenes racistas y opresivos como
Suráfrica. Cada país siguió un camino diferente —mejor sería hablar de
viacrucis— que si bien condujo a la democracia, exigió un esfuerzo titánico de la
sociedad en su conjunto y de la dirigencia política.
Curzio Malaparte escribió el
libro, Técnica del golpe de Estado (1931) que resume lo que hay que
tener para asaltar el poder. Pero no se ha escrito un libro equivalente, por
decirlo de algún modo, que sirva de manual para deshacerse de una dictadura. En
su libro se señalan algunas claves y elementos comunes coadyuvantes a los
procesos de democratización, ¿podría mencionar algunas?
Nosotros presentamos en
Venezuela un libro que se denomina Transiciones Democráticas
(2016), que ya se ha traducido a siete idiomas. Revisamos nueve países y
entrevistamos a 13 presidentes que lideraron las transiciones. Identificamos
una serie de cualidades y características de los procesos que van de las
dictaduras a las democracias. Sobre esas bases, uno puede deducir varios rasgos
comunes en todas estas luchas. Una de ellas es el diálogo político, que
aparentemente no ha dado resultados en el caso venezolano. En Polonia,
Suráfrica, Ghana y Filipinas se llegó al diálogo, tanto para aglutinar a las
fuerzas de la oposición como a los sectores moderados de las dictaduras.
Algunos de esos encuentros se hicieron en privado, lo que permitió que se
conociesen los interlocutores y crear confianza, así como llegar a la
convicción de que ninguno podía por sí solo solucionar el conflicto político.
No veo esa función abierta en Venezuela, ni que esa acción la puedan generar
factores internos.
Ciertamente, el diálogo entre
gobierno y oposición no ha funcionado en Venezuela. ¿Qué otros elementos
identificaron?
Un segundo rasgo, presente en
la mayoría de los casos, es la movilización social, que aunado al intento de
conversar y dar con una salida (caso surafricano, chileno brasilero y polaco),
jugó un papel fundamental para sacudir al régimen, arrinconarlo y mostrar
poder. Diría que las movilizaciones, a fin de cuentas, es el único poder que
tienen las fuerzas democráticas sociales. Un tercer factor, que es muy
importante y es común a todos los países analizados, es la unidad opositora,
que se expresa para estar presente con los movimientos sociales y vincularse
con ellos. De tal forma que haya una sola fuerza democrática, política y
social. Un cuarto factor es que se tenga una estrategia común, que siempre es
difícil, aunque parece ser una condición sine qua non (casos de
Polonia, Suráfrica, Chile; en menor medida en Brasil), pero que sólo aparece
cuando se asientan los liderazgos y entre ellos surge una individualidad, un
líder, que se gana la confianza ciudadana y facilita ese tipo de entendimientos.
¿Cómo se conjugan esos
factores en el cambio político?
En los países que han salido
adelante y han tenido éxito está presente un quinto factor, igualmente
importante; en todos ellos se intentan cambios constitucionales. Ese es un tema
crucial. Y lo que resulta como conclusión, presente en todos los países, es que
hay una base de acuerdos en el procedimiento para reescribir (o reformar) la
Constitución. Eso llega a ser, incluso, más importante que el contenido mismo
del texto final de la Constitución, que tiene que resguardar los derechos de
las minorías. Suráfrica es uno de los casos más interesantes y debe ser
analizado. Se llega a un acuerdo de 30 criterios; se hacen elecciones
presidenciales; se crea un tribunal constitucional y cuando el parlamento
aprueba la Constitución definitiva, se somete a revisión de acuerdo con los 30
criterios convenidos. Pero todas estas materias son muy propias de cada país,
que necesariamente difieren unos de otros. A grandes rasgos, son los factores
generales que uno pudiera enumerar.
El gobierno de Nicolás Maduro
ha utilizado el diálogo como una herramienta para ganar tiempo y la
construcción de una fuerza política y social unitaria en Venezuela ha resultado
muy difícil. Los acercamientos entre la oposición y el chavismo crítico apenas
dan sus primeros pasos. ¿Cómo se podría avanzar bajo ese marco?
Recurriendo a ejemplos
internacionales, que podría ser una forma indirecta de opinar sobre Venezuela y
sin pretender dar consejos, porque cada realidad es diferente y muy compleja,
yo diría que una tarea crucial del liderazgo es convenir una unidad y una
estrategia, porque si no hay una estrategia común y se dividen las fuerzas
opositoras, el régimen consideraría que puede permanecer y la gente se acerca
menos a esas fuerzas opositoras. Por ejemplo, en Chile —y lo vimos también en
el caso de Polonia antes de la caída del Muro de Berlín—, se plantea un desafío
muy grande a las fuerzas políticas. ¿Cómo nos deshacemos del régimen? En el
caso chileno no pudimos a través de la movilización social. Había la figura del
plebiscito en la Constitución de la dictadura para ver si Pinochet se quedaba
ocho años más. Esa fue una decisión extremadamente difícil desde el punto de
vista político. Había un sector que decía. ¿Ustedes están locos? ¿Cómo van a
pretender que un dictador va a aceptar los resultados de una consulta
electoral? Y otro que decía. No tenemos más opción ¿Qué hacemos? ¿No vamos
al plebiscito? ¿Continuamos con una movilización que le puede dar armas a la
dictadura para que siga reprimiendo? Finalmente, y después de una decisión muy
compleja, vamos al plebiscito. Pero antes nos planteamos crear un sistema de
conteo de votos y de observadores internacionales. Y ahí entra, de una manera
muy importante, el apoyo internacional de las organizaciones mundiales y de los
países democráticos.
¿Qué fue lo que ocurrió en
Polonia?
Se presentó una situación
parecida, aunque por otras razones. Antes de la caída del muro, la situación es
inmanejable y el régimen del general Jaruzelski propone que se elija un tercio
del parlamento donde pueda competir la oposición, los otros dos tercios están
asegurados para el gobierno, la crisis opositora también fue grande. ¿Qué
hacemos acá? ¿No participamos? Siguieron conversaciones, incluso con sectores
del régimen que advertían que todo llegaba a su fin y había que abrirse y se
convino también y paralelamente la elección de un senado, donde las fuerzas
políticas podían participar en igualdad de condiciones. Resultado: la oposición
gana todo el senado y un tercio de la cámara de diputados. El efecto inmediato
es que los sectores que estaban aliados con el partido comunista polaco se dan
cuenta del desequilibrio, se salen de la coalición y se llega a un segundo entendimiento
previo a la caída del muro. Ahí hay dos casos en que la decisión de ir a
competir es muy difícil. Un tercer caso es el de Egipto, donde los sectores
seculares deciden no ir a una constituyente que estaba convocada por los
Hermanos Musulmanes. El resultado fue bastante negativo, como sucedió en el
parlamento venezolano (2005) cuando no concurre la oposición. Allí hay otras
circunstancias internacionales que guardan parecido al debate actual que hay en
Venezuela frente a la elección de gobernadores.
Aquí hay un doble dilema. Por
un lado, la oposición no participó en “la constituyente presidencial” — la ex
fiscal Luisa Ortega Díaz dixit—, porque era espuria y no fue convocada por el
pueblo y después está el riesgo que se corre en las bases de apoyo social al
enviar una señal equivocada, un mensaje confuso, al participar en una elección
convocada por un régimen francamente dictatorial. ¿Ir o no ir? Esa es la
cuestión. ¿Usted qué cree?
La gran batalla, el gran tema,
es: ¿Qué opción tengo, si tomo la opción A o la opción B? Luego, si decido ir,
¿En qué condiciones voy o por cuáles condiciones batallo para obtener
resultados? Yo no conozco experiencias exitosas en que la gente no concurra a
un proceso electoral, más bien desanima. Ir, aún en las peores circunstancias,
da fortaleza política. También hay que entender que la política no es pura
ética. Uno no gana con ética en la política, gana con poder. El poder para una
fuerza política de oposición como la venezolana son los votos, no hay otro,
digamos, que sea más relevante. El segundo poder, que hay que valorar hoy día,
es que el tema venezolano pasó a ser un asunto latinoamericano. En mí país está
en la prensa todos los días. No es un debate sobre la democracia venezolana.
Esto pasó a ser un debate sobre las dictaduras y sobre las democracias en la
región. De manera que el respaldo internacional que Venezuela ha conquistado
hoy en América Latina, en la Unión Europea, nunca había tenido tal envergadura,
es muy potente. Eso tiene que acompañar a la oposición venezolana y contribuir
para que se establezca condiciones que impidan el fraude. Lo más importante
ahora, conociendo la historia reciente de Venezuela, es que no se prohíba
elegir o que no se pueda inscribir candidatos en ciertas regiones que son muy grandes.
Esa es la batalla principal. El dilema sería ¿Cómo logramos mejores condiciones
para una consulta electoral que nos prepare, que nos movilice, en el momento en
que habrá de producirse la convocatoria a una elección presidencial? Eso
introduce unos matices que son muy difíciles de resolver, pero cabe la
pregunta: ¿La experiencia de no concurrir a las elecciones parlamentarias de
2005 fue buena?
No, fue muy negativa y las
consecuencias aún pesan en la vida política del país.
A los tres o cuatro días uno
dice el gobierno empieza a hacer lo que quiere y no se pregunta ¿Y ahora qué
hago yo? Yo sé que es difícil y no puedo dar una opinión. Pero si hay una
circunstancia parecida a la de mi país, yo me jugué por el plebiscito con alta
desconfianza. Pero no tenía otro camino.
Estas elecciones se plantean
después de cinco meses de movilizaciones en la calles, de protestas, de
enfrentamientos, que han dejado un saldo de 114 personas fallecidas y miles de
detenidos arbitrariamente. Realmente es muy difícil ir a unas elecciones que
podrían convalidar la constituyente de Maduro y también legitimar su gobierno.
Es muy dilemático.
Es difícil ver una luz en el
caso venezolano por la tragedia política, moral y económica que uno observa,
que vive, y que duele de corazón para quienes vivimos exiliados y tenemos
familia venezolana. Mirando desde la distancia, la movilización de la sociedad
venezolana ha cambiado el respaldo mundial, ha mostrado que su régimen no es
democrático, que apela a una fachada democrática, para ir destruyendo los
mecanismos de la democracia. Ese es un cambio muy importante. En la lucha de
corto plazo, en los procesos de recuperación, tal vez uno no aprecie la entidad
que tiene la democracia en el pueblo venezolano. Pero yo estoy seguro, como
ocurrió en cierta forma acá, que las nuevas generaciones van a transformar el
país, van a construir un liderazgo muy distinto. Ahora, el camino es doloroso y
es difícil. Pero ese cambio se está gestando, aunque uno no vea la luz. Hay un
espíritu, una fuerza muy grande. Lo otro, admirable e importante, es que a
pesar de la represión de las fuerzas del Estado, el pueblo venezolano ha
persistido en la necesidad de buscar salidas democráticas. Aunque el proceso
demore, es preferible a una intervención de los militares, porque uno sabe
cuando entran, pero no cuando salen. ¿Ahora, es posible hablar con sectores del
chavismo originario, que ven que Maduro está enterrando al chavismo, porque al
final es eso? ¿Se puede conversar con ese sector? No lo sé, pero en la
estrategia, uno tiene que tenerlo presente.
Lo otro, no ir a las elección
regionales, como lo han planteado sectores de la oposición, es entregarle 23
gobernaciones a un gobierno cada vez más dictatorial.
Si eso ocurriera, yo creo que
sería un obstáculo mayor para las elecciones presidenciales. Si uno pone como
objetivo estratégico luchar por la vigencia de la Constitución, luchar junto
con todos los respaldos internacionales, para que al final se materialice una
elección presidencial, el paso por las elecciones a gobernadores, aunque sean
torcidas por el régimen de Maduro, es un paso que ayuda a llegar al otro. Lo
que hay que tratar, a mi juicio, es que esta elección sea lo más ecuánime
posible, con respaldo de terceros, que puedan escuchar a la gente, a todos,
incluido el 20% ó 30% de venezolanos que mal que bien piensan que Maduro está
defendiendo el legado de Chávez. Lo otro a tomar en cuenta es que si bien el
deterioro económico juega muchas veces a favor de la oposición, no es porque la
gente sea opositora. También ir en sincronía con ese sentimiento de resolverle
los problemas a la gente, esa es una estrategia que ha seguido la oposición,
que no hay que perder de vista. A nivel regional es mucho lo que se puede hacer
alrededor de ese punto.
Sobre Venezuela pende la
amenaza de las sanciones que podrían aplicar casi todos los países de Europa y
del Hemisferio Occidental. La economía venezolana está desquiciada, con una
inflación fuera de control y un desabastecimiento acelerado de bienes
primarios. Las sanciones serían lo más parecido a una espada de Damocles sobre
el pueblo venezolano. Si esas sanciones no tienen resultados políticos, pues
sería el infierno.
Mi experiencia internacional,
digamos, de los casos que conozco y de la propia experiencia chilena, que viví
como senador y ministro, en fin, como exiliado, es que aplastar al pueblo no
conduce a la democracia, nunca, y por lo tanto un pueblo que se siente en una
situación en la que no puede ni caminar porque perdió peso, porque no puede
comer ni comprar sus remedios y está enfermo, no tiene capacidad de lucha
democrática. Yo creo, en ese sentido, que es muy importante mantener el
espíritu vivo y que vengan medidas adicionales a darle justificación al régimen
actual para culpar de algo que es falso, que son las potencias extranjeras, la
burguesía nacional, la que han destrozado la economía, darle ahora ese
argumento, resultaría un error político mayor. No soy partidario para nada que
se recurra a medidas contra Venezuela y el pueblo venezolano. ¿Qué se tomen
contra personas? Está bien si están vinculadas al narcotráfico o a delitos
diversos. Pero lo otro no me parece y no creo que América Latina tenga el poder
de hacerlo tampoco. Yo creo, además, que hay que despejar algunas dudas
internacionales y como chileno aprovecho para decírselo.
¿A qué se refiere? porque la
visión del gobierno es binaria. Aquí hay una lucha entre el Imperio
estadounidense y la revolución bolivariana.
Cuando voy a allá y escucho
las interpretaciones de la televisión venezolana, absolutamente ideologizadas y
falsas y cuando además acuden a la figura de Allende para justificar lo que
está sucediendo… Yo, como ministro de Allende, quiero decir que esto es una
gran falsedad. No hay ningún paralelo entre Maduro y Allende. Es una farsa lo
que está haciendo el régimen venezolano, al plantear una similitud. Allende fue
un hombre impecablemente democrático toda su vida, toda su carrera fue de
democracia, siendo dirigente estudiantil, diputado, presidente del Senado y
candidato a la presidencia en cuatro oportunidades. Nunca se tocó en Chile a la
prensa. Nunca se tocó al parlamento, nunca se tocó a la justicia. Nunca se
interrumpieron elecciones. Todas las organizaciones sociales —estudiantiles, obreras,
empresariales— funcionaban dentro de la Constitución. Comparar eso con un
régimen que se parece cada vez más al de Pinochet es algo que se tiene que
señalar a lo interno.
La izquierda latinoamericana
ha tenido una actitud cómplice frente al gobierno de Maduro. ¿Cómo puede la
izquierda identificarse con un régimen impresentable, que ha violado los
Derechos Humanos y niega elecciones?
Hay un cambio importante en el
diagnóstico que ha hecho la izquierda latinoamericana con respecto al gobierno
de Maduro. Uno podría decir, hace cinco años, aquí hay un sector blando. Hoy,
los sectores que se denominan de izquierda en la región y respaldan a Maduro,
son minoría. Esto no es lo mismo que antes. Lo segundo es que el lenguaje antiimperialista,
el discurso anti burguesía, incide en las izquierdas más ideologizadas, más
radicalizadas, que son rémoras, que son frases vacías. Si ese argumento valía
cuando las dictaduras estaban extendidas por toda América Latina, en los años
70 y 80, en los que había además una política norteamericana de dominación, uno
no podría decir que la crisis venezolana obedece al hecho de que le quitaron el
petróleo a Venezuela o que no lo pueden vender. En el caso chileno, nos
embargaron el cobre. No podíamos vender el cobre ni comprar repuestos, había
Guerra Fría. Por eso, esa izquierda ya no tiene mucho sostén conceptual. Pero
existe en democracia. Yo diría que Venezuela es un tema de todos los demócratas
latinoamericanos y de un sector creciente de las izquierdas, que ve que venirse
con el vocablo del socialismo del siglo XXI arruina toda vocación democrática
de los partidos verdaderamente progresistas.
Desde lejos, que opinión
tiene: ¿El régimen de Maduro se parece más a la Cuba de Fidel Castro o al Chile
de Augusto Pinochet?
Yo lo veo por su origen,
electoral y democrático, y por su evolución de usar los mecanismo de la
democracia para auto devorarla, y en la medida en que están tratando de
aniquilar el único espacio opositor que es la Asamblea Nacional, me pregunto
muchas veces si no es una lógica más cubana, la de ir cerrando todos los
espacios a la vida democrática, instalando un poder que tiene la complicidad de
unas Fuerzas Armadas que son incapaces de señalar que se respete la
Constitución. Yo diría que, siendo algo muy propio de Venezuela, que no se
puede asimilar con las dictaduras de los 70 y los 80, es más sofisticada, usan
mecanismos democráticos de fachada para ir devorando a la democracia; usan,
además, un lenguaje anti burguesía para justificar una caída de la producción
descomunal, que es el resultado de la pura inercia. Esto no tiene nada que ver
con la ideología, sino con la ineptitud y la cerrazón mental.
Fotos Freya León
13-08-17
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