Por Gregorio Salazar
Ya han pasado más de dos
años desde la elección de la asamblea nacional constituyente espuria, aquella
que fue ofrecida al pueblo como panacea para todos los grandes males de la
nación y especialmente para la solución del desastre económico en que sus
mismos impulsores sumieron al país después de 17 años en el poder.
Si bien el principal
encargo, como el de toda constituyente, era redactar una nueva constitución, el
régimen por boca de su artífice, Nicolás Maduro, se encargó de presentarla como
el nuevo factor que, investido de su condición plenipotenciaria, vendría a sacar
al país de la hecatombe económica y por tanto de la peor crisis humanitaria de
su historia republicana.
Maduro calificó la
iniciativa constituyente como “un desencadenante”, un golpe de timón a la
historia del mismo tenor del impuesto por Chávez en el año 99, pero a
diferencia de aquel burló brutalmente las normas constitucionales para su
convocatoria y para la elección de sus integrantes, sectorizando la
participación electoral.
Más de un zarpazo que de un
plumazo, emitió el 1 de mayo de 2017 el decreto presidencial 2.830 en el que
incluyó no sólo la convocatoria sino las bases comiciales, que resultaron
inaceptables para la oposición democrática que se abstuvo de participar.
Si bien la convocatoria de
Chávez en el 99 tuvo baches constitucionales y ventajismo electoral, al menos
se dignó presentar un proyecto de carta magna y lo mismo hizo en 2007 cuando trató
de reformarla, bastardearla y desfigurarla más bien, cuando fueron sometidos a
referéndum un proyecto del presidente y otro de la Asamblea Nacional. Ninguno
de los dos mereció por sus desviaciones autoritarias y antidemocráticas la
aprobación popular.
La constituyente de Maduro,
que va rumbo a la triplicación del lapso original de un año para el cual fue
escogida, no sólo no se ha dignado presentar un proyecto de constitución. Es
que no se conoce un solo artículo, nadie ha visto que esa nueva constitución
sea el verdadero interés de sus 503 integrantes, dado que de los 545 originales
ya han quedado 42 vacantes.
Pero la opinión pública da
por descontado que está redactada y que es uno de los comodines que se reserva
el gobierno para imponer en un último momento su voluntad totalitaria.
Pocas estafas tan insolentes
y pocas burlas tan crueles como la que representa esta constituyente espuria,
elegida al mejor estilo de la asamblea nacional cubana, y cuyos actos lejos de
contribuir a aminorar los efectos de las condiciones abyectas de vida de los
venezolanos la han convertido desde su nacimiento en otro gran factor de
perturbación de la vida nacional.
A la revolución, en efecto,
no le bastaba con tener cooptados la mayoría de los poderes, necesitaba un
órgano que se apropiara de las facultades legislativas de la AN y la
suplantara, pero que además convocara elecciones, destituyera gobernadores
electos, persiguiera y allanara la inmunidad de los diputados opositores.,
entre otros desmanes.
En el colmo del descaro y la
provocación, miembros de la constituyente espuria que según el 191 de la
Constitución perdieron al asumir esos cargos su condición de diputados salen
del hemiciclo de la AN y atraviesan el pasillo para desde el recinto de la
asamblea madurista allanar la inmunidad a un colega de cámara, Juan Pablo
Guanipa, a quien anteriormente ya habían despojado de la gobernación del Zulia
que había ganado en limpia lid. Es para una antología de los mayores oprobios
políticos de nuestra historia.
Prolongar la permanencia de
la constituyente espuria no sólo encierra el juego ventajista de reservarse una
jugarreta final que permita consumar la implantación del corset dictatorial a
la sociedad venezolana. También evidencia el interés del régimen de eludir la
obligatoria medición electoral que significaría el referéndum que ordena la
Constitución vigente. No solamente no sería aprobada, sino que dejaría al
desnudo el inmenso repudio nacional al régimen.
Pero parece que nos
hubiéramos habituado a la permanencia de esta constituyente intrusa. Poco se le
reclaman sus omisiones. Nadie insiste en que presenten lo que esconden en la
manga, en que digan cuál es el país que pretenden modelar con ese nuevo marco
constitucional. Nadie cuestiona ni le reclama responsabilidades, respeto,
decencia política al rebaño que lo integra.
Y ahora que se habla de
escoger un nuevo CNE, bien vale la pena recordar que a ese cuerpo también le
correspondería organizar el referéndum para la aprobación o improbación de la
nueva constitución. Allí tenemos todos, otra de las tantas razones de peso para
salir a la calle el 16 de noviembre respondiendo a la convocatoria de Juan
Guaidó.
10-11-19
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico