San Josemaría 09 de noviembre de 2019
Hijos
de Dios. –Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos
de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades,
penumbras ni sombras. –El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que
esa luz ilumine... De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas,
sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna. (Forja, 1)
Iesus Christus, Deus Homo, Jesucristo Dios‑Hombre. Una de las magnalia
Dei, de las maravillas de Dios, que hemos de meditar y que hemos de
agradecer a este Señor que ha venido a traer la paz en la Tierra a los
hombres de buena voluntad. A todos los hombres que quieren unir su voluntad
a la Voluntad buena de Dios: ¡No sólo a los ricos, ni sólo a los pobres!, ¡a
todos los hombres, a todos los hermanos! Que hermanos somos todos en Jesús,
hijos de Dios, hermanos de Cristo: su Madre es nuestra Madre.
No hay más que una raza en la tierra: la raza de los
hijos de Dios. Todos hemos de hablar la misma lengua, la que nos enseña nuestro
Padre que está en los cielos: la lengua del diálogo de Jesús con su Padre, la
lengua que se habla con el corazón y con la cabeza, la que empleáis ahora
vosotros en vuestra oración. La lengua de las almas contemplativas, la de los
hombres que son espirituales, porque se han dado cuenta de su filiación divina.
Una lengua que se manifiesta en mil mociones de la voluntad, en luces claras
del entendimiento, en afectos del corazón, en decisiones de vida recta, de
bien, de contento, de paz. (Es Cristo que pasa, 13)
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