Por Gregorio Salazar
El crecimiento
exponencial de la epidemia de covid-19 es ya una trágica realidad. Lo que
comenzó hace poco más de cuatro meses con algunas decenas de casos al día se ha
ido multiplicando por centenares: 242 nuevos casos el lunes, 282 el martes, 317
el jueves, 362 el jueves, mientras que las víctimas fatales pasaron de 80 y se
acercan velozmente a un centenar.
A pesar de ese
crecimiento alarmante, impresiona ver cómo la población no le atribuye ninguna
credibilidad a esas cifras. Uno desea que el régimen no esté mintiendo porque
de lo contrario estaríamos adentrando en una especie de zona fantasma, donde
toda calamidad no conocida será posible.
Si bien el estado de
aislamiento en el que se encontraba el país, con un flujo turístico
insignificante, pocas líneas aéreas operando y sin vuelos directos desde
Norteamérica retardó aquí la aparición del virus, teníamos una desventaja que
no se vio en otros países: el reflujo de una parte de la diáspora ubicada en
las zonas fronterizas de Brasil y Colombia.
Pertenecen esos
venezolanos a los sectores más vulnerables de la población. Son los que sin
forma de ganarse el sustento en su país destruido se marcharon a pie, a vivir
el día a día, ganando para comer y pagar el día de pensión. La epidemia y la
obligada cuarentena los dejó en situación de calle y decidieron emprender el
regreso a un territorio donde al menos hallarán techo y la solidaridad de
familiares y amigos.
Regresan no por la
xenofobia ni con el virus vilmente inoculado por gobiernos enemigos, como
falsariamente afirma Maduro, sino por necesidad extrema.
El reencuentro con su
país no ha podido ser más ingrato: recluidos durante días en planteles
educativos derruidos, con escasa comida y sin servicios. Se entiende que son
medidas preventivas, pero no tendrían que vivirlas en condiciones infrahumanas
ni sintiendo las descargas del discurso oficial, que los ha tildado hasta de
traidores. La frontera es de por sí una zona donde los problemas de toda índole
se multiplican y profundizan fuera de control.
El Estado Zulia desde
hace días sobresale como uno de los focos más terribles de la enfermedad, que
está dejando un saldo sumamente doloroso, especialmente entre el sacrificado
personal médico, seis fallecidos en total, y paramédico, que fueron al comienzo
de la crisis el principal muro de contención.
Los informes oficiales
sobre la marcha de la epidemia, que son en cada país partes escuetos,
estadísticos y circunscritos a la realidad sanitaria, ofrecidos además por
expertos, en Venezuela ya forma parte de la incipiente campaña electoral para
los comicios legislativos.
Ahora son ofrecidos en
maratónicas y atosigantes cadenas, donde el jefe del gobierno se explaya en las
supuestas bondades y extraordinarios logros de la revolución, mientras hace
hablar desde distintas regiones del país a funcionarios del régimen y voceros
partidistas que se expresan en forma sumisa y adulatoria, no puede ser de otra
manera, para decir que en sus respectivas regiones viven el mejor de los mundos
posibles.
La epidemia del
covid-19 se ha convertido en el gran telón de fondo de la crisis nacional. Su
incidencia en las muy deterioradas condiciones sociales y económicas de los
venezolanos aceleran la caída por la pendiente en que Venezuela fue colocada
por un régimen que controla todo, pero es incapaz de resolver un solo problema.
Maduro hace jugadas en
el campo militar, fuente de todo poder, se bate por el oro o lo trafica y
económicamente cubre el día a día, gracias a los mendrugos de sus aliados
rusos, chinos e iraníes. Pero la crisis no se mantiene estática y será difícil
que no se produzcan sobresaltos en los próximos meses.
12-07-20
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