Por Antonio Pérez
Esclarín
¿Será que en Venezuela
hemos perdido el coraje, la capacidad de indignación, y la compasión?
¿Acaso no bastan los miles de muertos y los millones de desplazados que está
ocasionando la epidemia del hambre y la miseria? Pasan los días, y los
problemas, en vez de resolverse, se agudizan cada día más y más. Vivimos de
sobresalto en sobresalto, de rumores y anuncios imposibles, de supuestos
levantamientos e incursiones infiltradas, de cuarentena obligada por la escasez
de gasolina más que por el coronavirus, y en realidad, no pasa nada. Cada día
se parece más y más al anterior. La política es un enorme bostezo que fastidia
y aburre mientras el país sigue rodando hacia el abismo.
Me cuesta mucho aceptar
que haya personas de buena voluntad que sigan defendiendo esta supuesta
revolución que sólo ha traído destrucción y muerte. En 20 años han logrado el
antimilagro de convertir a uno de los países más prósperos de América en el más
miserable. Los sueldos y bonos son bofetadas al rostro de la dignidad y cada
día resulta más cuesta arriba sobrevivir. Ningún servicio público funciona, en
plena pandemia no hay agua y la mayoría de los hospitales no tienen los insumos
esenciales. Cada día son más frecuentes los apagones de horas y en el país que
se jacta de tener las mayores reservas de petróleo.
¿Será que los que nos
gobiernan han perdido todo vestigio de humanidad y responsabilidad y que su
ambición ha logrado acallar la voz de sus conciencias? ¿En verdad pueden dormir
tranquilos? Llevan más de 20 años de fracasos y siguen empeñados en mantener el
rumbo de unas políticas que solo han traído destrucción, corrupción,
sufrimientos, emigración masiva y el enriquecimiento vergonzoso de unos pocos.
Incapaces de la menor autocrítica, siguen culpando de la situación a la
oposición y a las sanciones del Imperio, olvidando que, antes de esas
sanciones, ya había comenzado el caos y el derrumbe, y había carestía, colas,
corrupción, hiperinflación, destrucción del aparato productivo, colapso de los
servicios públicos, destrucción de PDVSA y de las empresas de Guayana, crisis
en la salud y en la educación.
Frente al caos, produce
un gran dolor comprobar la incapacidad de unión de las fuerzas opositoras.
Algunos parecen más interesados en torpedear las propuestas y bloquear las
posibles salidas que en salir de este gobierno. Las ambiciones personales, las
envidias y egoísmos se empeñan en restar y dividir en vez de suma y aglutinar.
Algunos, desde un cómodo exilio, claman por una intervención militar cuyas
terribles consecuencias no les van a tocar en nada a ellos.
Los tiempos de
emergencia que vivimos requieren con urgencia un gobierno de emergencia, y este
debe ser el principal objetivo de todos los que amamos a Venezuela. Para ello,
necesitamos políticos propositivos, de solvencia ética, humildes, cercanos al
pueblo y a sus sufrimientos que dedican todos sus esfuerzos a remediarlos sin
dilaciones. Políticos honorables, sin rencor ni odio, que puedan mostrar ante
el país una conducta comprometida en el servicio desinteresado de la gente,
sobre todo de los más humildes. Personas capaces de anteponer el bien de
Venezuela a sus ansias de figurar o de poder. Por ello, asumamos nuestro
compromiso ciudadano y demos la espalda a los politiqueros arribistas,
ambiciosos y soberbios, capaces de comprar conciencias y vender las suyas.
06-07-20
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico