Por Luis Manuel Esculpi
Comparto la
preocupación por el clima de crispación existente. En las redes sociales se
percibe esa tensión nítidamente. La polarización del ambiente político
pareciera haber permeado en todos los ámbitos sociales. La diatriba más
insignificante puede originar conflictos. Sin duda el discurso agresivo,
violento y provocador del régimen, la situación del país y ahora se suma la
incertidumbre con el avance de la pandemia, influyen en tal comportamiento,
distanciado de la conducta tradicional del venezolano.
La intolerancia en el
debate político no se limita a la disputa entre el régimen y las organizaciones
representadas en la legítima Asamblea Nacional, en el propio campo de las
fuerzas alternativas la polémica no está exenta de las ofensas y
descalificaciones, incluyendo el empleo de laboratorios donde la confrontación
es a veces más exacerbada, contra quienes se suponen deberían ser aliados, que
hacia el régimen que se adversa.
La justificada
preocupación por el estado de ánimo del presente se proyecta ante una eventual
transición, sumando a las dificultades inherentes a esos procesos, las dudas
razonables acerca de las posibilidades reales de producir el reencuentro y la reconciliación
entre los venezolanos. Sin la intención de disminuir las aprehensiones que
tienen total legitimidad, apelo a dos ejemplos internacionales, donde después
de una guerra civil o de una dictadura sumamente cruenta, como la española o la
chilena, en sus respectivos procesos de transición se pudieron superar los
obstáculos y las tentaciones de los odios incubados y los deseos de venganza,
después de esas experiencias tan dramáticas y sangrientas.
En ambas situaciones la
inteligencia, audacia y habilidad de quienes condujeron el cambio político
resultó decisiva para lograr el cometido del tránsito en paz, los roles jugados
Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo y el Rey Juan Carlos fue
crucial para la conquista de la democracia en España.
Igual papel cumplieron
las fuerzas de la Concertación Chilena encabezada por Ricardo Lagos y los
dirigentes de la democracia cristiana en el país del sur.
En nuestra propia
experiencia las transiciones post dictaduras, la de Gómez y Pérez Jiménez,
salvo las escaramuzas iniciales, las transiciones se dieron en medio de un
relativo ambiente de calma. En todo caso, tanto en las situaciones
internacionales como las nuestras, factores de los regímenes anteriores fueron
protagonistas de esos procesos de cambio, esas enseñanzas no pueden ser
obviadas a la hora de diseñar la estrategia para el tránsito político hacia la
democracia, igualmente la dirección de la alternativa tendrá que colocarse
a la altura de las exigencias características de esas experiencias.
Lo expuesto no niega la
necesidad de hacer todos los esfuerzos necesarios para disminuir la crispación
e intolerancia existente en el actual debate. En el campo opositor más allá de
las divergencias actuales sobre la participación en las elecciones parlamentarias,
existe un elemento unificador como lo es el de la exigencia permanente de
condiciones electorales, para poder así realizar unas elecciones verdaderamente
libres y competitivas.
El régimen no cesa su
acción represiva, por el contrario, la intensifica orientándola a golpear e
intimidar a la oposición parlamentaria, toda su estrategia se fundamenta en
sustituirla por factores con los cuales podrá constituir un sistema de
convivencia, unido al diseño de una política con algunos sectores del
empresariado, en la búsqueda de mejorar su imagen internacional y proyectar una
imagen de «normalidad»; el propósito no les será fácil de lograr en virtud de
la gravedad de la crisis global, acentuada por el crecimiento del coronavirus
en los últimas semana. La incertidumbre acerca de su posible duración y
desarrollo. No les será nada fácil.
14-07-20
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