Por Hugo Prieto
Sabido es que la falta de
cohesión de la oposición venezolana ha traído consecuencias muy dramáticas en
la política doméstica. En la atmósfera que respiramos a diario se ha instalado
una sensación de desencanto, por decir lo menos. Es realmente inquietante ver
el estallido de protestas espontáneas, en distintos puntos del país, en las que
falta, nada más y nada menos, que conducción política y vínculos entre redes
sociales y liderazgo.
¿Qué diríamos de los
vínculos de la oposición con los aliados internacionales, con los países
democráticos que, genuinamente, han mostrado interés en la crisis venezolana?
De esa inquietud, que trasciende las fronteras, trata esta entrevista. Quien
habla es Elsa Cardozo*. «Concertar no es el consenso, concertar es buscar la
manera de ajustar intereses y de pensar en la fórmula —hacia la transición
democrática— que se va a adoptar». Pero tampoco aquí damos pie con bola.
Dificultades habrá y de toda índole. Ahí está la decisión del tribunal
londinense: ni Maduro ni Guaidó pueden disponer del oro depositado en el Banco
de Inglaterra.
En esto de lograr la procura
de un contexto internacional favorable, sea para el proceso de transición
democrática o para que persista la autocracia del señor Nicolás Maduro, ¿en qué
punto nos encontramos?
Diría que el momento es
difícil para ambos lados. La situación para el gobierno de Maduro, moviéndose
con sus propias alianzas (China, Rusia, Cuba, Irán, Turquía), buscando su
propio espacio y tratando de construir su propia normalidad, parecía
consolidarse. Sin embargo, por un lado, desde que fueron convocadas las
elecciones legislativas, en las condiciones en que lo han sido y, por el otro,
después del informe de verificación de hechos de Naciones Unidas, el panorama
se le ha vuelto más complejo al régimen. Hay una enorme resistencia a aceptar
la legitimidad de esas elecciones y un fuerte rechazo a la violación de los
derechos humanos, tan crudamente expuestas en ese informe. No obstante,
reconocer que en medio de la emergencia mundial por la pandemia, las
autocracias están aprovechando para fortalecerse hacia adentro e incluso
proyectarse hacia afuera sin disimulo. Pero no es el caso del gobierno
venezolano, que sigue teniendo una tremenda escasez de recursos, al tiempo que
el país atraviesa por una emergencia humanitaria compleja.
¿Qué diría para el caso de
la oposición?
Para la oposición la
situación tampoco es sencilla, porque el mundo está inmerso en otras
prioridades, precisamente, por la emergencia grandísima de la pandemia.
Entonces, eso requiere de mucho trabajo y de refinamiento estratégico. Además,
la fortaleza internacional en la que se había centrado el curso opositor, que
es la presidencia de la Asamblea Nacional, dado el proceso electoral que contra
viento y marea el gobierno va a llevar adelante, pues le plantea una situación
muy compleja a la dirigencia opositora, ¿no? De revisarse, de replantearse
estrategias y de reformular su organización. Creo que no es un desafío menor.
Aunque sigue contando con apoyos internacionales, creo que esos apoyos tendrán
que ver cómo siguen adelante en su respaldo a la causa democrática venezolana.
Sí, es una situación difícil frente a la cual, digámoslo así, hay trabajo por
hacer.
El presidente Chávez avanzó
bordeando la raya amarilla, concentrando el poder y desmantelando el estado de
derecho, desdibujando los derechos humanos y degradando el voto. Avanzó sin
mayores tropiezos. Al que no le ha ido tan bien es al señor Maduro que, sin
embargo, ha demostrado capacidad para no ceder. En términos generales, en el
tránsito hacia la dictadura, el chavismo ha tenido resultados
tangibles.
Sería más crítica. El
desmantelamiento del estado de derecho comenzó, ni tan pausado, con Chávez,
quien —desde su juramentación— impuso el proyecto de una nueva Constitución por
encima de la comisión que él mismo había designado. Puesto a hablar de la
pérdida de integridad electoral, habría que recordar que desde el año 2006 no
hay en Venezuela observación electoral independiente. El proceso de
transferencia del poder a Maduro estuvo viciado constitucionalmente y las
elecciones de 2013 también fueron objeto de polémica. Sin duda, la degradación
del estado de derecho y de las instituciones democráticas comenzó con Chávez,
con las leyes habilitantes y la concentración del poder —incluidos los recursos
del país, así como las reservas del Banco Central—, en sus manos. Claro, a
Maduro se le hace mucho más difícil, pero lo compensa apoyándose en la imagen y
en la herencia de Chávez, así como en las medidas de fuerza —represión
indiscriminada—, y diría que con la pérdida de soberanía en términos a lo que
se refiere a la influencia cubana. Es decir, el mantenimiento del poder por el
chavismo ha sido a un costo brutal para el país, a un costo tremendo, incluso
en sus relaciones internacionales, en su confianza, en su crédito
internacional.
Si bien los hechos que
enumera se corresponden con la realidad, el punto que quiero poner sobre la
mesa es que los costos para el chavismo no fueron proporcionales al daño, a la
destrucción, que ha causado.
Ahí estamos de acuerdo. En
ese sentido se ha mantenido en el poder, ha mantenido el control sobre el país
y alrededor del costo, en términos humanos, materiales e institucionales,
definitivamente, no es algo que le quite el sueño a la revolución bolivariana y
en particular al gobierno de Maduro, que ha acelerado y profundizado tanto todo
eso. Esos daños están allí y se ven en la pérdida de popularidad. Por eso es
difícil esperar que el gobierno acepte la observación internacional para que
haya unas elecciones en las condiciones actuales. Sin el ejercicio de otras
habilidades, persuasiones y presiones, que no aceptaría en una elección que
difícilmente pueda ganar. Y más si fuese una elección presidencial en un
momento como este. Creo que eso tiene un costo si no se mide sólo en los
términos de permanencia en el poder sino en los riesgos y los costos cada vez
más altos de lo que significa reprimir y controlar el poder. Son costos que no
están tan lejanos si pensamos en el tema de las sanciones, en los casos que se
están ventilando en la justicia internacional e incluso en el tema de los
dineros mal habidos producto de la corrupción. Entonces, al final, tenemos una
mezcla, pero para nada prometedora para el régimen.
La incidencia de lo
internacional se volvió importante, para bien o para mal, digamos que desde
2015 y, particularmente, desde 2017. ¿Podría hacer un balance de lo que eso significa?
Frente a la represión de las
protestas en 2015 y más intensamente en 2017, al desconocimiento de las
atribuciones constitucionales de la Asamblea Nacional y a la propia elección de
la Asamblea Nacional Constituyente, hubo un despertar de los países vecinos y
de lo que comúnmente llamamos la comunidad internacional. Habría que hablar más
bien de los actores o de los factores externos. El caso es que hubo un
despertar de esos factores y de mayor atención sobre la situación venezolana.
Pero por otro lado, eso alentó en los venezolanos la excesiva dependencia de
que la solución a la crisis del país venía más desde afuera, que del trabajo
que se hiciera desde adentro. Entonces, hay un factor positivo, pero también
uno negativo. La idea de que la solución vendría desde afuera representa un
gran riesgo. De ahí el mensaje que comenzó a llegar de los aliados democráticos
interesados en la evolución democrática de Venezuela, en el sentido de que el
esfuerzo desde adentro es crítico, es esencial, es fundamental.
Sí, eso ha prevalecido.
Además está en el ánimo, en el pensamiento de la gente. Además, hay factores
internos que dicen claramente que «los venezolanos solos, no podemos». No
creo que los factores internacionales vayan a incidir decisivamente, si antes no
ven una respuesta interna, digamos, proporcional a la crisis que estamos
viviendo. ¿Qué reflexión haría alrededor de este punto?
Definitivamente sobre la
crisis venezolana hay una fuerte influencia, una dimensión internacional
indudable. Para empezar, porque el propio régimen, el propio Chávez, desde el
inicio de su mandato y muy especialmente a partir de 2002, se dio a la tarea de
construir su sistema de alianzas, de generar acercamientos, concebidos dentro
de la pérdida de institucionalidad de manera bastante opaca. Poco transparente.
Contactos personales. Es difícil, incluso, hacer un conteo de los acuerdos a
los que llegó el gobierno a lo largo de estos años. Hay un primer paso ahí de
lo que yo llamaría la geopolitización de la crisis venezolana, la cual se
acentúa con Maduro. Entonces, era ineludible que los sectores democráticos
buscasen alianzas internacionales y se apoyasen en países, en organizaciones,
en interlocutores, en foros que con franqueza estuviesen preocupados por la
recuperación de la democracia en Venezuela. Ese es un conjunto muy variopinto,
muy diverso. No se trata de negar que sea necesario el apoyo internacional. Sí
lo es. Pero precisamente es solo eso: apoyo, acompañamiento, complemento.
Ciertamente hace falta una
respuesta interna y eso se ha dicho con insistencia. Pero ante ese desafío,
vamos a decirlo sin ambages, las fuerzas opositoras no han tenido ninguna
respuesta. ¿Usted qué cree?
Ha habido momentos en que la
oposición ha tenido mucho más fuerza interna. Y eso va, en gran medida, con la
capacidad de organizar. Más allá de las críticas que se hicieron, la
Coordinadora Democrática fue un intento, tuvo sus iniciativas y tuvo buena
interlocución internacional. Algo similar se podría decir de la MUD. Diría,
incluso, que ahí hubo un esfuerzo mayor, sólo que era más circunscrito a los
partidos políticos, mientras la Coordinadora Democrática era algo más amplio.
Pero lo cierto es que cuanto más organizada ha estado la oposición adentro,
mejor articulada, mejor vinculada ha estado a las iniciativas de apoyo
internacionales. Este es un momento complicadísimo. Y en ese mundo de
emergencia sanitaria y recesión económica, las autocracias están haciendo de
las suyas. Si hay algo complejo para la oposición es llamar a la movilización
en medio de la represión, del amedrentamiento, la pandemia, la recesión
económica y la lucha por las primeras y más básicas necesidades del ser humano.
Es el momento de ser tremendamente creativos, innovadores y sobre todo
organizados.
Fotografía por Odette Da Silva
Tenemos por delante las
elecciones legislativas. Propuestas, iniciativas, hay de toda índole. Y por
supuesto hay matices en los aliados internacionales. ¿Cómo evalúa esta
situación?
No soy experta en temas
jurídicos, pero en términos políticos me hago esta pregunta: ¿El núcleo de la
oposición puede seguir siendo la continuidad del gobierno interino? Yo creo que
es un escenario complicadísimo. Y frente al cual, en el mundo y en los aliados
internacionales, hay interrogantes, si internamente no hay organización, si no
hay estrategia unitaria y concertada de la mejor forma posible. Hay una
tradición jurídica, histórica, desde los tiempos de la independencia hasta
nuestros días, y es que los países para reconocer, en el caso venezolano, al
gobierno interino, se exige que se tenga organización, un programa ejecutable,
un plan de trabajo sostenible, que se presente una oferta capaz de ser puesta
en práctica; para lo cual se necesita, nuevamente, organización y, por
supuesto, apoyo social. Creo que el desafío es enorme frente a un régimen como
el venezolano, pero ése es y no otro. Una reorganización profunda, de
redefinición de estrategias, teniendo en cuenta cuál es el propósito final:
recuperar la democracia, el estado de derecho, la prosperidad y la vida digna
para todos los venezolanos. Eso no está en juego, pero sí el camino para llegar
allá.
Se habla de la continuidad
administrativa del gobierno interino. Sí, vamos a lo medular, realmente se
trata de la continuidad política. De tomarse esa decisión, ¿le asigna
viabilidad? ¿Qué le diría eso a los factores internacionales que apoyan al
gobierno interino?
De entrada lo veo difícil,
sin especificidades jurídicas, aunque el tema lo tiene y mucho. Pero, tanto
dentro como afuera, tomar una decisión de esa naturaleza exige organización,
concertación. No puede ser que una parte de la oposición esté en una cosa y la
otra parte, también significativa, esté en otra cosa. Tendría que haber un
esfuerzo muy importante para llegar a eso que los chilenos llamaron concertación.
Concertar no es el consenso, concertar es buscar la manera de ajustar intereses
y de pensar en la fórmula —hacia la transición democrática— que se va a
adoptar. Si es así y se presenta de manera creíble y coherente ante los
factores internacionales, va a ser menos problemático lidiar con la dificultad
de la situación venezolana. Borrel, por ejemplo, retomó lo que había dicho hace
unos meses —con relación a Venezuela y Bielorrusia— «serán gobiernos de facto,
pero hay que relacionarse con ellos». Para muchos países, no sólo para la Unión
Europea, ese es un punto importante: el control de facto. El otro tema que
adelantaba Borrel es que la situación va a ser compleja tanto para la oposición
como para la comunidad internacional. Lo que lo puede hacer menos complicado es
que la concertación de la causa democrática venezolana esté bien armada, bien
articulada.
El pronunciamiento de la
Unión Europea vino a dar el puntillazo a las elecciones legislativas. En
Venezuela no hay condiciones mínimas para un proceso electoral. Al día
siguiente (7 de diciembre) el panorama para el gobierno va a ser igual o peor
al que enfrenta en este momento. ¿Cuál va ser la incidencia de esas elecciones
en el plano internacional?
Creo que eso afecta el trato
con aliados. Sabido es lo que ocurrió a principios de año con la renovación de
la directiva de la Asamblea Nacional. Una de las razones por la cual se impuso
una nueva directiva era porque querían ver legalizados sus negocios. La
pregunta es: ¿Cómo quedan las acreencias pendientes, cómo quedan sus negocios,
si por las circunstancias que fueren el gobierno termina? ¿Cómo quedan los
activos, que no son pocos? En el caso de Rusia son más activos que acreencias.
En el caso de China son más acreencias (alrededor de 16.000 millones de
dólares). ¿Buscarán acuerdos pragmáticos? Puede ser. Pero por lo pronto es un
riesgo tener una cantidad de acuerdos y de dineros sobre el cual no hay un
contrato válido. Ese es el punto. Creo que allí la crisis institucional se le
devuelve al gobierno. Sí, pareciera que al gobierno no le importan los costos,
pero hay costos que se devuelven y tienen sus consecuencias, digamos, en
pérdidas de popularidad, en pérdidas de apoyo internacional, en pérdida de
confianza. Los chinos no han vuelto a dar un centavo desde 2016, ¿no? ¿Hasta
dónde alcanza esa solidaridad? ¿Continuará si el país se vuelve ingobernable?
Si aumentan las sanciones se complican los caminos verdes para el tema de las
transacciones financieras.
Los gobiernos de Cuba y
Venezuela están inmersos en una suerte de pacto existencial para mantenerse en
el poder. Realmente, ¿Cuba se va a inmolar por Venezuela?
De eso ha hablado Joaquín
Villalobos, así como de la dependencia mutua. Sí, de esa alianza de vida a
muerte… hasta las últimas consecuencias. Pero eso es una gran caja negra. Si
hay un área donde no hay información ni escrutinio, en absoluto, es en la relación
con Cuba. No es por casualidad. No deja de ser terrible ver cómo en medio de
las enormes dificultades que enfrentan los venezolanos, se triangulen recursos
con Cuba o se desvíe parte del cargamento de gasolina a la isla. Hay una
relación de mutua dependencia bien extraña. Habría que ver hasta dónde llega la
«solidaridad» del gobierno cubano, entre otras cosas, porque es una
relación de expolio. El sueño de Fidel que no se cumplió con Betancourt y no
cejó en su empeño. Habrá que ver, porque el gobierno cubano es bastante
pragmático. Habría que ver cómo se maneja ese vínculo, porque es opaco y muy
denso, en donde lo distintivo son las relaciones personales. No hay que
olvidar que la designación de Maduro la trajo Chávez de Cuba. Es una relación
que toca varios temas estratégicos venezolanos: seguridad, defensa,
identificación, comunicaciones.
Pudiera ser que los cubanos
se apeguen a una vieja tradición del militarismo en América Latina y «sean
leales… hasta que dejen de serlo». Pudiera ser que en la alternativa planteada
por Biden, los cubanos se desprendan de Venezuela.
Sí, porque una de las
características del régimen cubano, desde sus inicios, es que no ha logrado
ser, ya no autosuficiente sino productivo. Exportador de algún bien. Del
subsidio soviético pasó al subsidio venezolano, con un lapso de intermitencia
conocido como el «periodo especial». Entonces no sería de extrañar que se
lograra alguna fórmula por allí, en la que han estado trabajando, en su
momento, algunos gobiernos latinoamericanos, mientras se negociaba la paz en
Colombia. Pero la situación ahora es distinta. El régimen cubano también está
bajo fuerte presión y enormes dificultades.
***
* Internacionalista, doctora
en Ciencias Políticas, profesora titular jubilada de la UCV. Su publicación más
reciente es Tramas y tramos de América Latina. Una mirada venezolana (Caracas,
UCAB, 2019)
11-10-20
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