Marta De La Vega 12 de julio de 2021
@martadelavegav
Han
pasado casi veintidós años desde que el caudillo de Sabaneta ganó las
elecciones presidenciales. Desde su campaña, salpicada de amenazantes mensajes,
de despectivos calificativos o agresivos ataques contra los contendores, de
promesas seductoras que alimentaron las ilusiones de muchos que se sintieron
excluidos por el extravío de la democracia, ya se vislumbraba una nueva época
con la irrupción de Chávez en la vida política del país.
El
declive del más sostenido y acelerado proceso de modernización de Venezuela
empezó paradójicamente con el “boom” petrolero, a partir del primer gobierno de
Carlos Andrés Pérez. Clientelismo populista, Estado omnipotente y dadivoso, a
la vez dirigista, asistencialista, proteccionista e interventor, amiguismo
político y económico fueron desarmando la coherencia del proyecto nacional de
democratización e integración social iniciado después del derrocamiento del
dictador Pérez Jiménez con los primeros gobiernos de la democracia
reinstaurada.
Comenzó
a resquebrajarse la cohesión social. Esta había sido fortalecida por la alta
calidad del sistema público de salud y del plan educativo nacional, aunados a
un crecimiento cuantitativo y cualitativo de la formación en educación superior
y el desarrollo cultural, junto con una ampliación de la infraestructura vial y
de servicios. Venezuela vivió una industrialización tardía con respecto al
proceso de sustitución de importaciones del resto de los países de América
Latina.
A
diferencia de estos, cuando se estancó el llamado “crecimiento hacia adentro” y
se produjeron la ruptura del pacto populista y el surgimiento de dictaduras
militares, en Venezuela, con la modernización tecnológica y la diversificación
productiva vertical, en el marco de la alternancia sucesiva de gobiernos
democráticos se buscó corregir los errores e insuficiencias que llevaron al
estrangulamiento del modelo, basado principalmente en una expansión horizontal
de la producción de bienes manufacturados de consumo final.
Venezuela
afianzó la producción metal-mecánica de bienes intermedios y la industria
pesada, en especial concentrada en el complejo siderúrgico de Guayana. Al
llegar la danza de los petrodólares desde 1975, se descalabraron estos planes.
Un vertiginoso endeudamiento externo, proyectos de gran envergadura, el
pragmatismo creciente de los dirigentes políticos, el bipartidismo hegemónico y
la corrupción generalizada, abrieron la hendija por donde se deslizó Chávez
para comenzar a dominar la vida nacional. Encontramos entonces una atomización
creciente de los diversos sectores, una muy baja cohesión social y el clima
propicio para la confrontación y la fractura de la población entre
“revolucionarios” y “escuálidos”, “patriotas” y “pitiyanquis”, “pueblo digno” y
“oligarcas parásitos”.
Muy
pocos intuyeron la cadena de calamidades que se avecinaba con la llegada al
poder de un “Robin Hood” a la criolla, para desmontar el Estado de Derecho,
imponer una asamblea nacional constituyente ilegítima en su origen, pero
complaciente o resignadamente aceptada a causa del deslumbramiento que
provocaba el audaz “outsider”. Así sometió y subordinó a su voluntad de dominio
las instituciones de la república.
Hizo
aprobar, en medio de una de las mayores catástrofes naturales sufridas por
Venezuela, casi un año después de iniciar su mandato, una nueva Constitución
nacional que incluso algunos juristas destacados respaldaron. Victorioso en
diciembre de 1998 con el voto de resentidos, revanchistas, oportunistas,
vengadores sociales y cínicos miembros de las élites, a todos les “salió el
tiro por la culata”. Creyeron fácil halagar la vanidad del barinés ambicioso y
pensaron “manejar” al militar “rebelde” a favor de sus intereses particulares
para no perder privilegios ni prebendas. Todo lo contrario.
Mucho
hemos leído o escrito sobre la naturaleza del régimen. ¿Por qué creerles ahora?
Juan Guaidó, legítimo presidente interino, frente a gobierno de facto, ha
acertado al señalar que “no podemos confiar en la palabra de alguien que dice
que ahora sí va a cumplir con la Constitución”. Acerca de las elecciones
regionales dijo: “participar o no es un falso dilema. Los venezolanos quieren
elegir y que se respeten los resultados”… En el Acuerdo de Salvación Nacional
quedó claro que “las elecciones deben ser libres y justas y estar organizadas
con un cronograma que prevea simultáneamente presidenciales, parlamentarias,
regionales y municipales, con observación y respaldo internacional”.
Mientras
el régimen impulsa elecciones regionales solamente, -nueva farsa electoral-, el
nuevo informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos señala crímenes espantosos. ¿Seguimos creyéndoles? ¡Puro
“inmediatismo”, pragmatismo y “vale todo”!
Marta
De La Vega
@martadelavegav
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