Ismael Pérez Vigil 11 de septiembre de 2021
Al
decidir la oposición mayoritaria participar en las elecciones regionales y
locales del 21 de noviembre (21N), el problema pasa a ser cómo derrotar a los
candidatos del régimen; pero, este no es el único problema que tiene la
oposición democrática; otros obstáculos se presentan, nada fáciles y sin
ninguna garantía de que se puedan evitar satisfactoriamente: la abstención y los
problemas internos.
¿Posible
triunfo?
Por
algunos indicios podemos pensar que derrotar al régimen y sus candidatos es
posible. El primer indicio de que esto es posible, es la actitud del propio
gobierno y sus esfuerzos por incrementar la abstención. Paradójicamente, el
régimen se presenta “celebrando” la decisión de la oposición democrática de
participar, porque sabe bien que cualquier alabanza o celebración suya al
respecto produce el efecto contrario: hace que la gente se cierre más y rechace
la convocatoria. De allí las intervenciones del propio Nicolás Maduro
“festejando” que la oposición democrática participe.
El
segundo indicio, naturalmente, lo proporcionan las encuestas, si las damos como
válidas, pues muestran un elevado nivel de rechazo al régimen actual, dada la
intensificación, por la pandemia, de la aguda crisis económica y social que
asola a la población del país. En algún momento el pueblo decidirá “pasar
factura”, bien sea absteniéndose de votar o dejando de votar por el que
considera el culpable de esto, o bien votando por la opción contraria
El
tercer indicio es el hecho objetivo que en elecciones regionales y locales no
está en juego el núcleo del poder, por lo que el régimen no se empleará a fondo
en ganarlas, además que sus conflictos internos han salido a flote en su
proceso de primarias y porque no cuenta con los recursos económicos para hacer
sus campañas demagógicas, de compra de conciencias y votos.
La
abstención, estrategia del régimen, al final podría jugar en su contra, pues,
como veremos más adelante, al reducirse la abstención en un pequeño porcentaje
se incrementa el número de gobernadores y alcaldes que puede obtener la
oposición, sobre todo si contamos con que, en elecciones regionales y locales,
una pequeña cantidad de votos puede hacer la diferencia.
Vistos
los resultados obtenidos en las dos últimas elecciones de gobernadores −2012 y
2017− y la falta de participación en los procesos de 2018 y 2020, cualquier
resultado que se obtenga, será ganancia; siempre y cuando en esta elección no
vayamos en la actitud triunfalista, que suele nublar y entorpecer el análisis
objetivo. En el lado positivo, debemos anotar que pareciera que está vez esté
no será el caso, lo cual es una ventaja, pues nos permite concentrarnos en el
objetivo fundamental, que es retornar la vía de la participación electoral y
romper con el inmovilismo paralizante de los últimos años.
Pero
además, tras lo ocurrido recientemente en el escenario internacional, alcanzar
mayores niveles de participación y organización popular es importante, pues ya
estamos viendo que no hay ninguna nación democrática que esté dispuesta a salir
en rescate −sobre todo por la fuerza− y resolver las “inequidades”, las
diferencias, de otra nación o sociedad, ni siquiera en nombre de la democracia
o en preservación y protección de los derechos humanos; cada país,
internamente, tiene que resolver su situación y solo así podrá contar con
cierto apoyo y respaldo externo.
Pero,
acercarse a ese “triunfo” supone superar los obstáculos ya mencionados: la
abstención y los problemas internos de la oposición
La
Abstención.
Continuar
discutiendo las ventajas o desventajas de participar o abstenerse no tiene ya
sentido, pues la decisión de participar está tomada; el problema ahora es como
remontar la abstención, que se ha instalado como una endemia en el 35% desde
1998; un peso muerto y ni siquiera podemos decir que quien se abstiene lo hace
conscientemente; simplemente para ese grupo lo político, lo electoral, no
existe; no es que no le afecte, que lo hace y mucho, simplemente no está en su
“radar” de vida. A esa cifra hay que agregar un porcentaje variable, que puede
pasar del 15%, de los que se abstienen por razones “políticas”, aunque no hagan
nada más por manifestar su insatisfacción.
Es una
de las barreras a vencer, pues cada vez que la abstención ha bajado de ese 35%,
la oposición obtiene triunfos importantes; para citar un solo ejemplo, la
abstención en las elecciones parlamentarias de 2015, bajo al 26% y ya conocemos
los resultados.
Otro
problema es que las elecciones de gobernadores tienen los niveles más bajos de
participación; el promedio de abstención en este tipo de elección es del 43%
desde el año 1989 y aun cuando no ha sido el más bajo, el último, el de 2017,
fue del 42%. Si analizamos las cifras de estos procesos −ver el cuadro incluido−
desde que se instauró este régimen, vemos como cada vez que ha bajado la
abstención recuperamos gobernaciones; en 2008, que bajo al 34%, obtuvimos 5
gobernaciones: Carabobo, Miranda, Nueva Esparta, Táchira y Zulia y pudimos
haber ganado otras cuatro –Bolívar, Cojedes, Falcón y Mérida– de no ser por los
elevados porcentajes de abstención en esos estados. En 2017, que la abstención
bajo cinco puntos con relación a 2012, obtuvimos en las urnas 6 gobernaciones,
una nos fue arrebatada −Bolívar− y en la otra −Zulia−, no se juramentó el
candidato elegido.
Siempre
ocurre que los eventos políticos recientes −derrotas presidenciales o de
referendos− impactan muy negativamente el ánimo de los electores; a los
factores anteriores se suma el hecho que en los dos procesos electorales
recientes −presidencial 2018 y parlamentarias 2020− la oposición llamó a la
abstención. Y hay otros dos factores que tampoco debemos subestimar, uno es la
estimulación de la abstención y la desacreditación del voto, por parte del régimen
y el otro, la merma de votos producto de la llamada “diáspora” y la sub
inscripción en el Registro Electoral (RE).
Según
los últimos datos del CNE, el RE para el proceso del 21N es de 21.159.846
votantes, que incluye 229.859 extranjeros con derecho a voto en comicios
locales y regionales, por tener más de diez años de residencia en el país; si
redondeamos esa cifra a 21 millones −para efectos prácticos de cálculo y
análisis− de los 21 millones un 35%, como ya dijimos, es un peso muerto, que no
participa, por apatía e indiferencia; unos 2.5 millones, de los 6 millones de
venezolanos que están en el exterior, no votaran el 21N; se calcula en 10% la
subestimación del RE, es decir, unos 2 millones más; a eso hay que restar 20%,
entre los que votan por el régimen y los que votan por su “oposición
oficialista”, por llamarla de alguna manera; por lo tanto, a la oposición
democrática le quedan “limpios” menos de 7.4 millones de votos, que hay que
recuperarlos todos −evitando que se vayan a la abstención− y recabar o
“rescatar” lo más que se pueda entre los abstencionistas endémicos y votantes
que lo hicieron por el régimen y por la “oposición oficialista”. No es tarea
fácil, pero no imposible, sobre todo considerando que en 2017 en muchas de las
gobernaciones se perdieron por estrecho margen de diferencia con los ganadores
del régimen y en estado con alto porcentaje de abstención.
Los
problemas internos.
Por
tales problemas no me referiré a las diferencias con los llamados radicales, en
cuanto a la discusión sobre si negociar o no hacerlo, sí participar o
abstenerse, pues creo que quienes rechazan las opciones de negociar y
participar son grupos que, aunque ruidosos y activos en redes sociales, son
poco numerosos y quienes se encierran en posiciones abstencionistas terminan
languideciendo y desapareciendo, pues −con muy contadas excepciones− nunca
logran concretar una opción alternativa. Me referiré a otros tres temas, mas
importantes.
Primero,
constatemos que buena parte de la indiferencia por la política y el rechazo por
parte de la población obedece al sentimiento −presente también en muchas partes
del mundo− que el sistema democrático no ha respondido cabalmente a las
necesidades de gran parte de la población; nuestros partidos democráticos no
escapan a ese sentimiento y a la falta de una renovación profunda en sus
estructuras y liderazgo que permitan enfrentar esa situación. Adicionalmente,
por circunstancias bien conocidas desde hace 22 años, nos encontramos con
partidos políticos acosados, perseguidos, diezmados, sin recursos y hoy con
buena parte de sus líderes en el exilio, en semi clandestinidad, que les ha
dificultado mejorar su credibilidad por parte de la población y la formación
ideológica y política de sus militantes y dirigentes.
Adicionalmente,
creo que hay tres factores muy importantes, comunes a todos los partidos en
muchas partes del mundo, que afectan su desempeño y el de sus lideres; uno es
que no han sabido explicar que, además de su naturaleza política como partido,
que es disputar el poder, también necesitan resolver sus necesidades
económicas, reales, legitimas, que pueden limitar y comprometer su actuación
pública y que los llevan a participar en procesos electorales por cargos, en
los que pueden tener acceso a recursos. Dos, la falla en separar los intereses
personales, de los del partido, del gobierno y de la gestión pública, que una
vez en el poder y cuando les toca ejercer esa gestión pública, puede
ensombrecer su accionar.
El
tercer factor u obstáculo que afecta al interior de la oposición, particularmente
en Venezuela, se refiere al personalismo y a la falta de compromiso con el
valor de la unidad. Me explico. Lo de contar con candidaturas unitarias,
apoyadas por todos, es un desiderátum, es lo ideal; pero, eso realmente no
ocurre o no ha ocurrido, porque en realidad lo de la “unidad” parece no ser un
principio que tenga el mismo valor para todos nuestros políticos, dirigentes e
incluso lideres de la sociedad civil. Es algo así como un principio secundario
o “retórico”, que cuando conviene se utiliza, pero que fácilmente se deja de
lado, supeditado a intereses grupales o personales. Creo que nunca ha habido un
compromiso real en nuestro estamento político con eso de la unidad y es algo
fácil de comprobar que cuando hay candidatos que se deciden por elecciones
primarias, por consenso o por encuestas, los perdedores, cuando no rechazan los
resultados bajo cualquier pretexto y los aceptan, hacen “mutis por el foro”,
jamás se suman realmente a la campaña del candidato ganador; permanecen “por
allí”, en lo que algunos denominan “la reserva”, agazapados esperando su nueva
oportunidad.
En
resumen, la abstención, los intereses particulares, el personalismo, la falta
de un debate abierto, el no hablarnos directamente sino a través de prensa, TV
y ahora por redes sociales y la falta de firmeza en ciertos valores y
puntos que no deberían estar sujetos a cambios, son factores que nos hacen
tanto daño, como los candidatos del régimen y son igualmente difíciles de
derrotar; pero esa es la tarea.
Ismael
Pérez Vigil
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