Trino Márquez 11 de marzo de 2022
@trinomarquezc
La
invasión a Ucrania cambió el cuadro internacional de forma radical modificando
de manera sustantiva las relaciones de Occidente con la Rusia de Putin (y con
su aliado incondicional: la Bielorrusia de Lukashensko).
Después de la implosión de la Unisón Soviética, las relaciones de Europa con Rusia, aunque complicadas, se mantuvieron en un marco basado en el reconocimiento mutuo de los límites de cada centro de poder. A pesar de que Putin era un jugador rudo, respetaba las reglas establecidas. Se mantenía dentro de la cancha.
Con el
asalto a su modesto vecino del sur violó todas las normas de la convivencia
pacífica y civilizada. Mostró sin rubor el proyecto imperial que lo inspira. A
partir de ahora sus relaciones con Europa serán tensas. Si termina por someter
a Ucrania, esos nexos serán de una fricción aún mayor. No le perdonarán haberse
ensañado contra esa pequeña nación. Nadie querrá asociarse con ese tirano. En
poco tiempo no existirá más esa dependencia energética desmedida que ata a
Alemania y otros países con Rusia. Se diversificarán las fuentes de suministro
energético. En ese programa de independencia, Europa contará con el respaldo de
Estados Unidos.
A
Nicolás Maduro antes le resultaba relativamente sencillo aparecer aliado con
Putin. El multilateralismo que, junto a la China de Xi Jin-ping, planteaba el
líder ruso, les abría a los gobiernos de países pequeños la posibilidad de
participar en un teatro con múltiples actores demandando un nuevo orden
mundial, menos centrado en Estados Unidos y sus aliados europeos.
Este
panorama se modificó con la aventura de Putin en Ucrania. Rusia está
convirtiéndose en un paria. Las medidas de aislamiento y las sanciones en su
contra arreciarán a medida que aumente la crueldad contra Ucrania y se eleve la
heroica resistencia de ese pueblo y su líder, el presidente Volodímir Zelenski.
Las
afinidades ideológicas de Maduro con Putin son muy tenues. Podría decirse que
inexistentes, salvo porque ambos son esencialmente antidemocráticos. Putin es
un conservador en el más estricto sentido de la expresión. Mantiene una firme
coalición con los jerarcas de la Iglesia Ortodoxa rusa. Siembre ha sentido
desprecio por el comunismo como sistema económico.
En
cambio, Maduro coquetea con el marxismo, aunque a partir de un tiempo para acá
lo utiliza para sonreírles a los ingenuos comunistas de su partido. Los
vínculos con la Iglesia Católica son distantes. Los nexos entre Putin y Maduro
solo se tejen en el plano económico y militar. La compra de armas, la
asistencia a los órganos de seguridad y la mediación para evadir las sanciones
norteamericanas han sido la argamasa que ha pegado a esos dos regímenes
ideológicamente tan dispares. Con la batería de sanciones mundiales en todos
los planos contra Putin, el escenario cambió.
Este
nuevo escenario quiere aprovecharlo la administración de Joe Biden para alejar
a Maduro de Putin. Por esta razón envió a Venezuela la delegación que se reunió
con Maduro y con la oposición el pasado fin de semana. En el encuentro se
discutieron diferentes temas, entre ellos el levantamiento progresivo de las
sanciones, el reinicio de las conversaciones en México y la liberación de
varios presos políticos, incluidos los de origen norteamericano. Biden está
evidenciándole a Maduro que el costo de mantenerse cerca del dictador ruso es
mucho más alto que los beneficios que puede obtener de esa relación.
Maduro
debe de sentirse alagado de pasar a ser una ficha importante en el tablero
donde están interviniendo las grandes potencias mundiales.
La
jugada de Biden me parece oportuna y conveniente. Entre sus intereses se
encuentra alejar a Maduro cuanto antes de la esfera de influencia de Rusia.
Quitarle una pieza que podría ser importante en América Latina. Un país que
cuenta con reservas petroleras y gasíferas significativas y que en el mediano
plazo podría convertirse de nuevo en un agente fundamental en el mercado petrolero
planetario. Biden está pensando en términos estratégicos. Hay que aislar a
Putin donde sea posible.
Esta
estrategia confronta varias limitaciones. Unas se encuentran en Estados Unidos.
Varios de los líderes más agresivos del Partido Republicano han cuestionado con
severidad el acercamiento de Biden con Maduro. Probablemente entienden la
importancia de esa oportunidad, pero no quieren entregarle los laureles a
Biden. Dentro de su propio Partido Demócrata también han aparecido algunas
reservas. No le será fácil al mandatario norteamericano sortear esos obstáculos
para sacarle el máximo provecho a los eventuales acuerdos que se alcancen.
Las
otras dificultades se relacionan con la ambivalencia y volatilidad del gobierno
de Maduro, que es capaz de contradecirse de un día para otro sin inmutarse. De
las hipotéticas negociaciones entre el Gobierno y la oposición tendría que
salir un acuerdo para realizar unas elecciones transparentes en 2024. En este
punto ha insistido Juan Guaidó, quien se muestra de acuerdo con comenzar un
nuevo ciclo de conversaciones.
Este
debería ser el aspecto crucial del acercamiento, pero es al que Maduro le tiene
mayores temores. Queda suficiente tiempo para presionarlo. Si Putin sale
derrotado de su incursión en Ucrania, el proyecto continuista de Maduro puede
sufrir un duro revés.
Biden
aspira a utilizar a Maduro para cortar los tentáculos de Putin en América
Latina. Maduro, a su vez, necesita un respiro adicional. Veremos.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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