Rafael Luciani 13 de julio de 2019
La
familia fue para Jesús el espacio inicial en el que creció y donde aprendió las
tradiciones judías. Él siguió la espiritualidad de los pobres de Yahveh (Lc
1,46-55) y rompió con tres criterios que definían a una familia del siglo I: el
honor y el status ―sociorreligioso y cultural―, y la noción de paterfamilias en
torno a la cual se definía toda la identidad familiar. En ese contexto, ¿era
viable un modelo de familia que no se sostuviera sobre estos principios y no se
definiera por los vínculos biológicos? ¿Podía pasar a ser la familia un modelo
de inclusión social?
En
Nazaret encontramos un vuelco radical en la visión de familia que tenía Jesús.
Ahí dice que «a un profeta lo desprecian en su propia tierra, entre sus
parientes y en su casa» (Mc 6,4). De hecho, su familia biológica lo llama
«loco» (Mc 3,21). Un día, cuando su madre y sus hermanos lo van a buscar, los
deja desconcertados al mandarles a decir: «mi madre y mis hermanos no son
ustedes, sino los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc
8,19-21).
¿Rechazó
Jesús el sentido de la familia o la desvalorizó como núcleo fundamental de la
sociedad? No, pero sí la centró. Recordaba, ante todo, que su identidad no
provenía del dinero o el poder, y que su misión era cumplir una función social,
la de incluir a otros más allá del parentesco biológico. Lo esencial no era el
status, el honor o la posición económica, como tampoco la figura del padre o la
madre, sino la relación que sus miembros tenían que construir entre sí, y con
otras personas, para conformar una familia mayor que la biológica, una que
viviese de la solidaridad fraterna.
¿Cómo
logró Jesús incluir a otros si nunca reivindicó su honor al ser despreciado y
no quiso formar una familia biológica? Asumió la vocación de un profeta
itinerante entregado incondicionalmente al servicio de los pobres, las víctimas
y los enfermos, y los trató como hermanos. No tuvo casa fija y anduvo en
continuo desplazamiento (Lc 8,1ss). Hacía recorridos cortos alojándose en casas
donde lo recibían y, a veces, con el tiempo, se hacían amigos, como ocurrió con
Marta y María (Lc 10,38ss), aunque otras veces, como pasó con un fariseo (Lc
7,36ss), nunca llegó a ser su amigo.
Jesús
dormía donde le agarraba la noche, en una barca agotado por la jornada (Mt
8,25ss), o en el campo, sin techo y a la intemperie (Mt 8,20), corriendo el
peligro de encontrar bandoleros y saqueadores. Su estilo de vida itinerante
reflejaba su servicio incondicional al Reino y su deseo de crear una gran
familia «para todos». De ahí su resistencia a los poderosos y el desarraigo
ante los códigos de honor y status sociales y religiosos que impedían esto.
Viviendo así, con plena libertad y en solidaridad con los que más sufrían,
Jesús pudo superar la indolencia que suele nacer en familias biológicas
cerradas, cuando sólo viven para sí y sus propios intereses.
Tomado
de: http://www.teologiahoy.com/secciones/espiritualidad/jesus-y-la-funcion-social-de-las-familias
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