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lunes, 11 de marzo de 2013

Al filo de la ingobernabilidad


Por John Mario González 08 marzo 2013
Twitter: @johnmario

Bajo el impacto emocional de la muerte de Chávez, Maduro se alzará con la victoria, pero el país es lanzado a la incertidumbre.

Si Hugo Chávez hubiera sido sacado del poder por medio de las urnas o por una sublevación popular fruto de la crisis energética, la escasez de alimentos, la inseguridad o la galopante inflación, la oposición tendría la esperanza de una transición a condiciones de gobernabilidad hoy remotas en Venezuela.

Pero a esta le sucedió lo que no podía sucederle: que Hugo Chávez muriera como un mártir en ejercicio del poder y con ello dar paso al mito.

Durante décadas pervivirá entonces el líder populista que gobernó por la palabra, subsistirá el hombre que cambió la forma en que los venezolanos piensan de sí mismos e hizo que se sintieran parte de la democracia y del sistema. Pero no habrá modo de confrontar a quien desvencijó las instituciones, protagonizó lo que, como dice el escritor mexicano Enrique Krauze, quizá sea el mayor despilfarro de riqueza pública en toda la historia, protegió corruptos e indujo un odio abismal entre compatriotas.

No habrá manera de exigirle cuentas al mal administrador, a quien llevó el déficit fiscal a un 20% del PIB, disparó la deuda pública más allá de los 150 mil millones de dólares, generó un éxodo de la clase media profesional, ahuyentó la inversión y destrozó la competitividad del país.

No es difícil así prever lo que sucederá en Venezuela en el corto plazo. Bajo el impacto emocional y huella desmedida de Chávez, Maduro se alzará con la victoria. La muerte del comandante consolida su mito, pero lanza al país a la incertidumbre y lo deja al filo de la ingobernabilidad.  

Y es que la gobernabilidad es inexistente donde la oposición está continuamente amedrentada, donde el ministro de Defensa se toma la libertad de afirmar que los militares no aceptarían un gobierno de la oposición y donde la estabilidad política e institucional depende de la concentración de todos los poderes por parte del oficialismo.

Manuel Rosales, el excandidato presidencial venezolano, actualmente exiliado en Perú, me comentaba hace algún tiempo sobre la enorme dificultad que tendría un  gobierno surgido de la oposición en medio del clima de radicalidad instalado en amplios sectores populares y facciones chavistas.

Pero también porque la estabilidad dependerá de que Maduro concite la unidad socialista, de que logre conectar con los venezolanos en un émulo de personalidad de Chávez para capear los gravísimos problemas de su país, y a estas alturas Maduro es todavía una incógnita.

En cualquier caso, el Chávez mártir puede ser la peor noticia para la estabilidad política de Venezuela debido a la politización de sus Fuerzas Armadas, a las dificultades de impulsar una nueva agenda de desarrollo al abrigo de una constitución socialista, a las camarillas que lo reivindicarán como mito, muchas de las cuales se han convertido en milicias armadas que no tienen ninguna convicción por las vías democráticas.

¿Cómo podría un nuevo gobierno aplicar recortes y reconducir la política económica en el evento de una reducción de los ingresos petroleros con los antecedentes de intentos de golpes de Estado y en un clima social tan adverso?

Chávez llenó el hueco negro de la política, allí donde las contradicciones de la economía de mercado no tienen explicación, pero el socialismo tampoco mejor respuesta. Por ello y su carisma es sin duda irrepetible, como inimitable es el contexto en el que surgió. Sin la renta petrolera la existencia de la Revolución Bolivariana sería no más que una quimera y el mito Chávez con probabilidad ni existiera. Hay que abonarle así su tremendo instinto geopolítico, el mismo que comenzó a alentar aun antes de llegar a la presidencia cuando junto con Arabia Saudita gestionó la oferta de crudo y disparó hacia el 2008 el barril de petróleo a 140 dólares.

Pero la misma peculiaridad con la que se estableció su figura y el régimen será demandada para salir de una crisis de gobernabilidad con seguridad inevitable. Quienes vaticinan que con la muerte de Chávez pudiera entrarse en Venezuela en una nueva década, en una suerte pragmatismo democrático habría que pedirles cautela, su legado puede ser proporcional a la crisis de gobernabilidad.

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