Por John Mario
González 08 marzo 2013
Twitter: @johnmario
Bajo
el impacto emocional de la muerte de Chávez, Maduro se alzará con la victoria,
pero el país es lanzado a la incertidumbre.
Si Hugo Chávez hubiera sido sacado del
poder por medio de las urnas o por una sublevación popular fruto de la crisis
energética, la escasez de alimentos, la inseguridad o la galopante inflación,
la oposición tendría la esperanza de una transición a condiciones de gobernabilidad
hoy remotas en Venezuela.
Pero a esta le sucedió lo que no podía
sucederle: que Hugo Chávez muriera como un mártir en ejercicio del poder y con
ello dar paso al mito.
Durante décadas pervivirá entonces el
líder populista que gobernó por la palabra, subsistirá el hombre que cambió la
forma en que los venezolanos piensan de sí mismos e hizo que se sintieran parte
de la democracia y del sistema. Pero no habrá modo de confrontar a quien
desvencijó las instituciones, protagonizó lo que, como dice el escritor
mexicano Enrique Krauze, quizá sea el mayor despilfarro de riqueza pública en
toda la historia, protegió corruptos e indujo un odio abismal entre
compatriotas.
No habrá manera de exigirle cuentas al
mal administrador, a quien llevó el déficit fiscal a un 20% del PIB, disparó la
deuda pública más allá de los 150 mil millones de dólares, generó un éxodo de
la clase media profesional, ahuyentó la inversión y destrozó la competitividad
del país.
No es difícil así prever lo que
sucederá en Venezuela en el corto plazo. Bajo el impacto emocional y huella
desmedida de Chávez, Maduro se alzará con la victoria. La muerte del comandante
consolida su mito, pero lanza al país a la incertidumbre y lo deja al filo de
la ingobernabilidad.
Y es que la gobernabilidad es
inexistente donde la oposición está continuamente amedrentada, donde el
ministro de Defensa se toma la libertad de afirmar que los militares no
aceptarían un gobierno de la oposición y donde la estabilidad política e
institucional depende de la concentración de todos los poderes por parte del
oficialismo.
Manuel Rosales, el excandidato
presidencial venezolano, actualmente exiliado en Perú, me comentaba hace algún
tiempo sobre la enorme dificultad que tendría un gobierno surgido de la
oposición en medio del clima de radicalidad instalado en amplios sectores
populares y facciones chavistas.
Pero también porque la estabilidad
dependerá de que Maduro concite la unidad socialista, de que logre conectar con
los venezolanos en un émulo de personalidad de Chávez para capear los
gravísimos problemas de su país, y a estas alturas Maduro es todavía una
incógnita.
En cualquier caso, el Chávez mártir
puede ser la peor noticia para la estabilidad política de Venezuela debido a la
politización de sus Fuerzas Armadas, a las dificultades de impulsar una nueva
agenda de desarrollo al abrigo de una constitución socialista, a las camarillas
que lo reivindicarán como mito, muchas de las cuales se han convertido en
milicias armadas que no tienen ninguna convicción por las vías democráticas.
¿Cómo podría un nuevo gobierno aplicar
recortes y reconducir la política económica en el evento de una reducción de
los ingresos petroleros con los antecedentes de intentos de golpes de Estado y
en un clima social tan adverso?
Chávez llenó el hueco negro de la
política, allí donde las contradicciones de la economía de mercado no tienen
explicación, pero el socialismo tampoco mejor respuesta. Por ello y su carisma
es sin duda irrepetible, como inimitable es el contexto en el que surgió. Sin
la renta petrolera la existencia de la Revolución Bolivariana sería no más que
una quimera y el mito Chávez con probabilidad ni existiera. Hay que abonarle
así su tremendo instinto geopolítico, el mismo que comenzó a alentar aun antes
de llegar a la presidencia cuando junto con Arabia Saudita gestionó la oferta
de crudo y disparó hacia el 2008 el barril de petróleo a 140 dólares.
Pero la misma peculiaridad con la que
se estableció su figura y el régimen será demandada para salir de una crisis de
gobernabilidad con seguridad inevitable. Quienes vaticinan que con la muerte de
Chávez pudiera entrarse en Venezuela en una nueva década, en una suerte
pragmatismo democrático habría que pedirles cautela, su legado puede ser
proporcional a la crisis de gobernabilidad.
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