Por Moises
Naim, 02/03/2013
Cuando Karl Elsener andaba diseñando una navaja para el
Ejército suizo, a finales del siglo XIX, no podía imaginar que, más de cien
años después, su invento se habría convertido en una herramienta multiusos
universal.
La navaja suiza nos saca de
cualquier apuro. Sirve como destornillador, cortauñas, tijeras o abrelatas.
¿Olvidó el dentífrico? Aquí está el palillo de dientes. ¿Celebración
imprevista? Oportuno sacacorchos.
Al igual que Elsener, los
padres fundadores de las universidades en la Edad Media tampoco imaginaron que
esos centros de sabiduría acabarían convirtiéndose en una herramienta universal
para resolver los problemas del mundo. La educación, sobre todo la superior, es
erróneamente tratada como la navaja suiza del cambio social, el progreso
económico y la paz internacional. El remedio polivalente para los problemas más
acuciantes, presentes y futuros. Del desempleo a la violencia. De la pobreza a
la decadencia industrial y de la falta de probidad de políticos al conflicto
armado.
Por supuesto que las
universidades son fundamentales para un país. Pero al igual que sucede con la
panacea universal, de la enseñanza superior se esperan resultados que no puede
dar. Y además, las conversaciones sobre las universidades suelen incluir
afirmaciones presentadas como verdades indiscutibles, pero que o ya no son
ciertas o nunca lo han sido. Estas son cuatro de ellas:
• La educación es
prioritaria. Es difícil encontrar un candidato presidencial o
un Gobierno en el mundo que no consagre la educación como una de sus
prioridades. Pero a menudo la retórica se diluye a la hora de asignar recursos,
dedicar esfuerzos o arriesgar capital político en las universidades, que chocan
con los intereses de quienes se benefician del statu quo. En muchos
países, la consideración por las universidades se refleja más en los discursos
que en las decisiones de quienes pueden hacerlas mejores.
• La educación
superior es la ruta hacia mayores ingresos. En muchos países
sucede lo contrario. En EE UU o Chile, por ejemplo, los estudiantes y sus
familias se endeudan para pagar estudios universitarios que les dan un diploma
no muy valorado por el mercado laboral. Fontaneros y electricistas obtienen una
tasa de retorno a su inversión en educación muy superior a la de sociólogos y
psicólogos. El caso de España es muy revelador: es uno de los países europeos
con más población universitaria y más graduados que el promedio de Europa. Pero
el 40% de estos profesionales están subempleados. Y el 12% está sin trabajo (en
Europa la media es 5,2%). Esto no quiere decir que un diploma universitario no
sea deseable. Lo que quiere decir es que depende del diploma, de la universidad
que lo otorga y del país. Y que en ciertos casos un diploma no es el camino a
la prosperidad, sino una costosa pérdida de tiempo.
• Las universidades
tienen mucho que ofrecerle a la empresa privada. Para que las
empresas privadas recurran a las universidades, deben tener incentivos para
invertir en investigación y desarrollo. Las empresas no pueden pensar en I+D si
están contra la pared, luchando por sobrevivir. También hay problemas del lado
de la oferta: no todo profesor universitario hace cosas que interesen a la industria
privada o tiene incentivos para hacerlo. Si lo que hace es muy interesante para
la empresa, es probable que la empresa lo contrate y lo saque de la
universidad. A nivel mundial, los casos en los que hay una provechosa
colaboración entre academia y empresa son más la excepción que la regla.
• Los estudiantes y
los profesores universitarios son agentes de cambio social. A veces, sí. Pero lo normal es que sean
poderosos obstáculos al cambio. Los académicos suelen ser muy revolucionarios
con respecto a la sociedad en la que viven y muy conservadores con respecto a
la organización que los emplea. Abogan por el cambio afuera y luchan
aguerridamente por impedir que, por ejemplo, haya más competencia entre ellos o
sus instituciones. En muchos países, los profesores que alcanzan cierto estatus
obtienen garantías laborales que los adormecen —y que no se dejan quitar. Y
basta acudir a muchas facultades públicas en América Latina o Europa para
descubrir que, salvo excepciones, no son centros donde se premia la excelencia,
sino lugares donde los profesores aburren a los estudiantes con el mismo curso
a lo largo de los años. O que algunos departamentos son solo nostálgicos
cementerios de ideologías fracasadas.
Todo esto va a cambiar. En
la próxima década las universidades van a experimentar más transformaciones de
las que han vivido desde el siglo XI. Internet y otras fuerzas sociales y
económicas se encargarán de ello.
Sígame en Twitter
@moisesnaim
Tomado de:
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico