Por Santiago O’Donnel Domingo,
10 de marzo de 2013
La
muerte de Chávez estuvo mal. No digo la muerte en sí, todos vamos a morir, pero
cómo se manejó desde el poder, ocultando la verdad a toda esa gente que se
preocupaba por él y que salió a la calle a llorarlo cuando finalmente le
dijeron que Chávez había muerto. Esa gente, ese pueblo, se merecía la verdad.
Yo
entiendo que en la política no conviene mostrar debilidad. Entiendo que la
construcción del mito sirve para afianzar a los herederos políticos del
comandante. Entiendo que se quiera preservar todo lo que hizo Chávez por la
inclusión social en Venezuela y por la unidad latinoamericana. Pero lo que
hicieron me sigue pareciendo una falta de respeto.
No
soy un experto, pero me parece que una persona que es operada de cáncer al
menos cuatro veces en menos de un año y medio tiene un cáncer galopante y no
está en condiciones de gobernar. Ya en la campaña para las elecciones de
noviembre se lo vio a Chávez todo hinchado de cortisona y él mismo reconoció
que tenía que tomar poderosos calmantes para controlar el dolor.
Después
estuvo tres meses en Cuba prácticamente sin dar señales de vida, encerrado en
un hospital de un país que depende económicamente de lo que decida el enfermo o
su eventual sucesor, sin que puedan verlo los presidentes extranjeros que
viajaron a visitarlo, ni nadie que no pertenezca al círculo íntimo de Chávez y
tenga el visto bueno de los hermanos Castro. Los cubanos manejaron la comunicación
desde la isla como lo vienen haciendo desde que triunfó la revolución, hace ya
muchas décadas: siguiendo a rajatabla el modelo totalitario propagandístico de
las dictaduras china y soviética.
Salvo
en Corea del Norte, Irán, Cuba y países por el estilo, cuando una persona
importante se enferma, ni hablar el presidente, se estila que el médico que lo
trata o el jefe del equipo médico informe periódicamente sobre el estado de
salud del paciente. Alguien que se haga responsable desde el punto de vista médico
y diga qué enfermedad tiene el paciente, en qué consisten las operaciones que
se le realizan, qué órganos están afectados y cuál es el tratamiento que se le
practica. Información básica. No hace falta entrar en detalles ni hacer un
reality. Tampoco se puede negar lo evidente.
En
el caso de Chávez, todavía no sabemos qué tipo de cáncer sufrió, ni qué le
removieron en las intervenciones quirúrgicas, ni de dónde se lo removieron;
nunca se supo si lo conectaron o no a un respirador artificial, pese a que se dijo
muchas veces desde el gobierno que Chávez padecía una infección pulmonar; no se
sabe si estaba bajo el efecto de la morfina y ni siquiera se sabe si en algún
momento estuvo inconsciente durante los tres meses que estuvo en Cuba, según
los chavistas, gobernando Venezuela.
Entonces,
me parece, es lógico que mucha gente empiece a poner en duda la información
fragmentaria e incompleta que dieron Maduro y un par de ministros, convertidos
en portavoces de médicos que ni siquiera se sabe quiénes son.
No
hace falta odiar a Chávez, ni tener amigos en el exilio de Miami, ni ser
golpista para desconfiar.
Anoche,
un médico legista me dijo que preparar un cuerpo para ser exhibido durante diez
días sin descomponerse lleva días, no horas. Pero Chávez empezó a ser mostrado
pocas horas después del anuncio de su muerte y según los testigos estaba
rozagante. Las fotos con las hijas y con la tapa del Granma de ese día, al
mejor estilo Fidel; el tweet anunciando que estaba contento de volver a
Venezuela; la limpia y vigorosa firma estampada en el único decreto que
supuestamente firmó durante su última convalecencia en Cuba; la ausencia de
familiares y funcionarios en el Hospital Militar, después de su vuelta,
mientras supuestamente se estaba curando, tras aterrizar sin que nadie lo vea;
la supuestas discusiones de gabinete y enérgicas órdenes que les daba a sus
ministros, cuando después resulta que no podía hablar porque le habían
practicado una traqueotomía... en fin, un montón de cosas que pueden ser
verdad. Pero cuando un gobierno oculta información básica, si somos honestos,
creo, vamos a sospechar.
¿Y
qué importa si hubo ocultamientos y aun mentiras si todo se hizo en función de
un bien común, el de preservar los grandes logros de la Revolución Bolivariana?
Bueno, está bien. Ignoremos eso y también el fracaso económico, el dólar en
negro, la inflación record, la criminalidad record, la corrupción, las valijas,
la patotas armadas que fungen de milicias chavistas, la Corte Suprema de
mayoría automática, el odio hacia Estados Unidos cuando le vende todo su
petróleo a Estados Unidos, el enfrentamiento con las organizaciones nacionales
e internacionales de derechos humanos, ignoremos que no hubo dictador en el
mundo que Chávez no abrazara. Hagamos de cuenta que hay golpes de Estado
buenos, como el que dio Chávez, y golpes de Estado malos, como el que le
hicieron a Chávez. Pasemos por alto estos detalles y vayamos al día en que
anuncian su muerte.
Me
parece que para anunciar un complot internacional, sobre todo en un día de
tanta sensibilidad para los venezolanos, hay que ser un poquito más serios,
quizás hasta se podría mencionar alguna prueba. Y decir que le inocularon el
cáncer, justo en ese momento, ¿no es jugar con los sentimientos de la gente?
Así
llegamos a la Constitución. Y sí, voy a decir lo mismo que dice Capriles, ese
rival tan odiado por el chavismo. No lo digo porque lo dijo Capriles, sino
porque leí la Constitución. Mi impresión es que no la están cumpliendo. Más
bien, que el gobierno venezolano está manipulando la Carta Magna chavista para
afianzar el liderazgo de Maduro en defensa del modelo carismático cesarista
plebiscitario que moldeó el comandante.
La
Constitución venezolana dice que si la ausencia del presidente se produce antes
de la jura, tiene que asumir el presidente de la asamblea, que no es Maduro
sino Diosdado Cabello. Lo dice muy claro. También dice que el presidente tiene
que asumir el 10 de enero y no cuando pueda, en otra fecha. También dice que ni
el vicepresidente ni miembros del gabinete pueden ser candidatos en una
elección para reemplazar al presidente. También dice que el vicepresidente debe
ser nombrado por decreto presidencial, ya que no es un cargo electivo. Pero por
suerte para los chavistas, con sucesivas ampliaciones Chávez se aseguró una mayoría
automática en el Tribunal Superior de Justicia (TSJ), órgano de 32 miembros con
el que reemplazó a la vieja Corte Suprema de siete jueces a partir de la
Constitución de 1999.
En
sucesivos fallos hechos a medida de Maduro, el TSJ falló que Maduro podía ser
el “vicepresidente ejecutivo” aunque Chávez no había firmado ningún papel
nombrando a Maduro vicepresidente, por el solo hecho de que Maduro había sido
vicepresidente en el período anterior; después falló que Chávez podía jurar
cuando y donde quisiera, sin que por eso se pusiera en duda que estaba al mando
y en control del país, cuando era evidente que no estaba en condiciones de
hacerlo, sólo para sostener a Maduro; después habilitó la candidatura de Maduro
para las próximas elecciones al inventar el cargo de “presidente encargado”. O
sea, para que se entienda, la Constitución prohíbe al vice y los ministros ser
candidatos, pero no al “presidente encargado”, pero porque ese cargo no existe,
no figura en la Constitución. Mejor dicho, no existía. La maniobra se consumó
el viernes en una juramentación que, lejos de los treinta y pico mandatarios
que asistieron al funeral de Chávez, apenas contó con la presencia de Correa,
los presidentes destituidos de Honduras y Paraguay y una ex senadora colombiana
expulsada del Congreso de su país, todos ellas personas muy repetables, pero
con un peso simbólico relativo a la hora de la legitimación.
Ese
es el problema que yo le veo a esta situación. Entiendo que Lula, Dilma,
Insulza y los estadounidenses estén preocupados porque la transición es un
momento delicado en un país tan polarizado como Venezuela, y nadie quiere
problemas. Entiendo que los Castro estén preocupados por el petróleo regalado,
porque medio siglo de experimento comunista no les alcanzó para darse cuenta de
que así la economía no funciona.
Pero
toda esta manipulación que se hace para fortalecer a Maduro, a la larga o a la
corta, podría debilitarlo. Porque podemos pasarnos días enteros hablando de las
falencias y las debilidades de las democracias formalistas y neoliberales que
colapsaron en Venezuela y otros países de región. De cómo esas democracias
fracasadas fueron interpeladas y reemplazadas por la camada de caudillos
personalistas que lideró Chávez.
Pero
algunas formalidades parecen necesarias. Decir la verdad aunque duela, por
ejemplo, o respetar la Constitución cuando no me conviene. No para retroceder,
ni para entregar el país, ni para bajar las banderas, sino para estar mejor.
Para progresar a partir de lo que ya fue, más allá de lo malo y de lo bueno.
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