Por Lissette González, 07/03/2013
Ya era común leerlo, pero probablemente se
afianzará cada vez más la creencia de que durante el gobierno de Hugo Rafael
Chávez Frías “por primera vez en Venezuela un gobierno se dedicó a las
necesidades de los pobres”.
La narrativa del discurso oficial ha logrado
imponer una interpretación de la historia de nuestro siglo XX que disminuye o
niega los avances sociales logrados durante la democracia. Si nos remitimos a
las estadísticas, los avances fueron incuestionables: la tasa de analfabetismo
de la población mayor de 10 años pasó de 48,8% en 1950 a 6,4% en 2001; la tasa
de mortalidad en menores de 1 año pasó de 79,7 por cada mil nacidos vivos en
1950 a 17,7 en el año 2000. Ambos indicadores son reflejo de un importante cambio
ocurrido en las condiciones de vida de gran parte de la población venezolano. Y
este cambio no ocurrió al azar, fue producto de políticas sociales universales
e incluyentes que fueron uno de los pilares fundamentales de los primeros
gobiernos del período democrático.
Este incremento en las capacidades de los
venezolanos, ahora más saludables y más educados, tuvo también su efecto sobre
la estructura social: según estimaciones realizadas para 1998, 51% de la
población venezolana experimentó movilidad social ascendente. Y aunque la
movilidad fue mayor en Caracas y las grandes ciudades, incluso la población
rural fue partícipe de este proceso de cambio. Cualquier observador imparcial
en los años 70 habría jurado que Venezuela se encaminaba a una sociedad más
justa e igualitaria. Pero algo se rompió en los años 80.
En aquel momento el país se encontraba en una
situación económica parecida a la de hoy: alto endeudamiento, inflación,
devaluación. Habían disminuido, además, los ingresos petroleros y es el gasto
social real el que cae para intentar balancear la difícil situación fiscal. La
promesa de igualdad de la democracia comienza a hacerse añicos, la construcción
de nuevas escuelas públicas cae a mínimos históricos durante la década de los
80 y comienza a disminuir la calidad de los servicios públicos a los que
acceden las mayorías. En consecuencia, las estimaciones de movilidad aparece
que los nacidos en los años 70 no tienen las mismas probabilidades de ascenso
social que las generaciones anteriores.
Pero el sistema político ha perdido la
capacidad de escuchar a los que no lograron ser incluidos durante las décadas
previas. Pienso que aquí está la raíz de nuestra polarización actual: por una
parte, la población incluida, la que cree que la democracia era abierta,
igualitaria y ofrecía oportunidades para todos, esa es su verdad (tan cierto
como que mi abuela materna vendía arepas y dulces andinos para sostener a sus 5
hijos en Lídice, que ellos salieron adelante estudiando en los liceos públicos
de la época y en la UCV, y que yo crecí en un entorno de clase media como Los
Caobos. Un cambio enorme en apenas 2 generaciones); por otra parte, la mayoría
que siente que era un sistema excluyente, que nunca cumplió sus promesas, que
no les dio oportunidades y esa es también su verdad.
Los segundos son quienes se sienten
reivindicados durante el gobierno de Chávez, aunque son los primeros quienes
ponen los votos para llevarlo al poder en 1998. Desde el inicio, su discurso
estuvo orientado a brindar nuevas oportunidades a los desposeídos, pero tardó
varios años en concretarse una nueva política social: no es sino hasta 2003
cuando aparecen las misiones sociales para atender las poblaciones excluidas. A
pesar de su alta aceptación, no hay información transparente que permita
evaluar su cobertura e impacto. Por otra parte, la acción sobre los problemas
tradicionales de los servicios públicos de educación y salud no ha sido el
centro del gobierno bolivariano, salvo iniciativas puntuales como las Escuelas
Bolivarianas o la red de atención primaria Barrio Adentro. Pero las
dificultades presupuestarias, de dotación y mantenimiento del resto de la red
oficial siguen iguales o se han incrementado. Y esto se refleja hoy en el
crecimiento de la matrícula privada en educación básica y de las pólizas de
aseguramiento privado para acceder a los servicios de salud. A pesar de la
mejoría de los indicadores de desigualdad del ingreso y de pobreza, que son
producto de la bonanza petrolera más prolongada de nuestra historia, en medio
del socialismo del siglo XXI se fortalece nuestra máquina de generar
desigualdades.
Dos miradas distintas del país coexisten
desde hace al menos 30 años. El reto es que cada grupo sea capaz de aceptar que
la mirada del otro también es verdad y encontrar un camino que tenga el
bienestar y los derechos de todos como
centro.
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