Escrito por Víctor Maldonado C. Lunes, 10 de Junio de
2013
Nada es por casualidad. Tenemos que
explicar cómo llegamos hasta aquí, a un 2013 tan funesto, con tres
devaluaciones a cuestas y sin encontrar un momento de sosiego en esta vorágine
de escasez, inseguridad, empleos tambaleantes y en general, este desgobierno
que insiste en la misma receta a pesar de los pésimos resultados. No vivimos un
error económico. Es algo mucho peor. Son un conjunto de desaciertos y malas
aproximaciones a la realidad.
El primero de ellos tiene que ver con
catorce años de caudillismo autoritario. Chávez llegó a ser el gobernante más
poderoso y arbitrario de toda nuestra historia republicana. Él y sus caprichos.
Él y sus circunstancias. Él y su forma de ver al mundo, con ese sesgo militar y
esa mezcla de ceguera carismática e ignorancia que le hacían comprar en los
tenderetes ideológicos cualquier argumento que le permitiera concentrar poder y
administrar el país como la hacienda que nunca tuvo. Ese caudillismo acabó con
unas instituciones frágiles y progresivamente deterioradas por consignas
falaces y malos momentos económicos. La clase media y buena parte de la clase
ilustrada del país se hicieron el harakiri y entregaron sus banderas a ese
imaginario perverso del militar, del hombre fuerte que lo resuelve todo. De
repente la voluntad del líder y el arrollador respaldo carismático llegó a ser
más importante que la ley. Chávez y sus ganas eran supraconstitucionales.
Chávez era ese vínculo trascendental con la venganza irredenta y el reacomodo
nacional que prometía sacarnos del “chiquero cuarto-republicano” para
enfilarnos hacia la máxima felicidad posible. La ignorancia es osada.
En su momento dijimos que el poder
absoluto se corrompe absolutamente. No hay excepciones a la sentencia de Lord
Acton. Ese inmenso poder le confirió a Chávez toda la responsabilidad por este
desastre. Él fue quien organizó este equipo de incapaces y corruptos que no dan
pie con bola y que creen que con excusas y supuestos culpables se puede
gobernar al país. Esto que vivimos hoy es el resultado de la sumisión de los
poderes públicos y la inexistencia de organismos de control. La democracia
representativa se trocó en un sultanato despótico en donde ellos se reservaron
el uso, goce, disfrute y disposición de la renta nacional, y al resto nos
aplicaron la lista de Tazcón, la persecución y los rigores de la ley.
El régimen se infló como un sapo.
Chávez creyó que podía ser un émulo del imperio que tanto criticaba, y estaba
dispuesto a pagar el precio. El Alba y toda esta diplomacia activa se ha
llevado una buena tajada de nuestros ingresos, esos que ahora nos hacen falta
para conseguir el papel toalé o cualquiera de los bienes o servicios que
echamos de menos. Todos los expertos coinciden en que por alguna extraña razón
nos quedamos sin suficientes reservas. Todos se preguntan por qué PDVSA no
encaja en el BCV o en cualquier otro lado el total del valor de nuestras
exportaciones petroleras. Nadie quiere, empero, decirlo muy alto. El afán
imperial nos arruinó mientras que Nicaragua, República Dominicana, Bolivia,
Cuba y el resto de los supuestos aliados del régimen respiran aliviados al
conseguir petróleo regalado y no tener que sufrir las presiones de un vendedor
que los presiona por el pago. Barato les resulta el venir a insultarnos, a
meterse en nuestra política, siempre y cuando el flujo petrolero venezolano
sigue garantizando su orden social, el de ellos, no el nuestro. Lula, ese enano
moral que funge como sabihondo latinoamericano se ha garantizado una buena
tajada de negocios para Brasil, mientras se hace la vista gorda con los
excesos, desvaríos y ridiculeces del socialismo del siglo XXI. Ya vendrá con el
cuento de cómo se equivocaron.
Lo cierto es que hay algunas cifras
que son alarmantes. La deuda total de los países adheridos al Convenio de
PetroCaribe con PDVSA es del orden de los 22 mil millones de dólares. Resulta
incomprensible cómo se ha dejado acumular una factura que en el caso de
República Dominicana es de 3.029,7 millones de dólares –absolutamente
impagable- o de Nicaragua, que llega a 2.188 millones de dólares. Bolivia
recientemente reconoció una deuda de 159,40 millones de dólares, y
lamentablemente las cuentas opacas del gobierno venezolano no nos permiten
cuantificar el monto de lo que se regala a cuenta de mantener vigente la
revolución.
Y Cuba, bueno, Cuba ha conseguido ser
el gigoló político más exitoso del mundo. Como dicen en criollo, por allí pasó
un pendejo y ellos se lo agarraron. Lo cierto es que entre todos ellos suman
una cifra impagable pero que a nosotros nos hace falta para evitar el colapso
final de la hiperinflación y la debacle de los servicios públicos. Baste decir
que solamente en el 2012 ellos reconocen haber recibido unos 1.600 millones de
dólares, y para el 2013 se prevé un flujo de cooperación cercano a los 2.000
millones de dólares. Expertos han calculado que PDVSA ha dejado de ingresar
unos 15.850 millones de dólares dadas las favorables condiciones del convenio
petrolero firmado entre Cuba y Venezuela en 2000. Este es el costo de la
estupidez.
El tránsito hacia el socialismo del
siglo XXI (el viejo comunismo de siempre) nos ha hecho perder la mitad del
parque manufacturero, ha envilecido la acción empresarial, provocado una clase
“boliburguesa” infecta y dependiente de la adulancia más abyecta, y nos ha
convertido en un país inviable desde el punto de vista productivo. No hay forma
de mantener un flujo creciente de importaciones con el negocio petrolero
devastado, fagocitado, mal administrado y peor mantenido. Esa forma “anal
retentiva” de sentarse encima de una supuesta riqueza que no explotamos
productivamente ni transformamos en verdadero bienestar social nos va a hacer
perder el primer tercio de este siglo, porque recomponer todo este desguace
moral, institucional y financiero requerirá rectificaciones, ajustes y mucho
sacrificio.
Vivimos tiempos de dictadura. Simple y
llana, sin adjetivos condescendientes. Este régimen de militares nos ha dado lo
único que pueden dar esa mezcla de uniformados y comunistas que nos ha tocado
en suerte: una economía inviable, corrompida, manejada con excesos de
autoritarismo y controles, resentida y acomplejada. Que haya alguien que pueda
creer que Cuba es algún tipo de solución solo indica en manos de quienes
estamos, cuál es su talante y el grado de su conocimiento del mundo. Nos
equivocamos al vivir de la nostalgia del hombre fuerte. Nos equivocamos al
creer que podemos vivir de la renta y además compartirla generosamente con el
resto del mundo. Nos equivocamos al narrarnos como el país donde todo es
posible sin que medie el trabajo productivo, la creatividad y el ingenio del
capitalista emprendedor. Y estos son los resultados: la confiscación de la
realidad por una ideología que nos ha devuelto a estadios primitivos donde
vamos a terminar por recibir una bolsa vacía a través de una libreta de
racionamiento. No somos una experiencia. Somos nuestra propia pesadilla.
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