Escrito por Luis Barragán
(Diputado AN) Lunes, 09 de Diciembre de 2013
@Luisbarraganj
Sospechamos de los resultados
electorales, empujados por un ventajismo obsceno. Lamentamos el nivel de
abstención que fue minimizado por la rectora-presidente, obligando al
replanteamiento de la estrategia opositora.
La jefatura del Estado se dejó caer, con todo su peso, sobre los justos y pecadores de ambas aceras. Sometió al desprecio y escarnio público a la oposición, pero también a la legítima disidencia roja.
Además, Nicolás caracterizó de cristiano su proyecto socialista, aunque – subrayemos – generando el odio, la intolerancia y el irrespeto, demuele el amor para demostrar que es una burda consigna. Por si fuese poco, el tal diálogo social será con los alcaldes que le reconozcan y acepten el llamado Plan de la Patria, por inconstitucional que sea.
Prometió el “ostracismo del olvido” para aquellos que, por muy respaldados que estén por el voto popular de sus localidades, no acepten el mandato del abusivo poder central. Se asoma en el horizonte el gobierno paralelo de abundantes recursos y las múltiples amenazas contra las autoridades recientemente elegidas.
Pusilanimidad hecha poder
El ventajismo gubernamental en boga, rifándose constantemente fórmulas y ocasiones para renovarse, parapeteó un tal Día de la Lealtad que las autoridades electorales consintieron. Indecible variante de la antipolítica, el prolongado rito funerario no tuvo el alcance que predijeron sus inventores, los publicistas que perversamente se afincan en los servicios de inteligencia, pues la tremenda indiferencia y cansancio de la población siempre los fustiga.
Victimizarse hasta la extenuación, ensayando una épica lastimosa, ha sido una consigna perenne. Desde el inicio, el cadáver de Bolívar, y, ahora, el de Chávez Frías, dice relevarlos de sus responsabilidades en la conducción del Estado, ofrendando una patología que no tiene precedentes en nuestra historia republicana, por más temibles que fueron las circunstancias y díscolos sus protagonistas.
Era impensable llegar a una situación tan dramática como la de ahora, con los reducidos grupos de un fanatismo monumental que, en defensa de sus privilegios, fuesen capaces de intentar una masiva dislocación como la de ahora. Estuvimos llamados a afrontar retos distintos en las vísperas del nuevo siglo, pero – retrotraídos – pisamos los caminos trillados en éste y otros lugares, regodeados por una extemporaneidad asfixiante que ha teñido el imaginario social.
De una profunda y temeraria irracionalidad, desacumulada toda la experiencia presumida después de década y media en el gobierno, las acciones y reacciones de Nicolás Maduro rozan la torpeza. Podrá decirse que no es un bobo por el solo hecho de su encumbramiento, reconocido como un axioma, aunque igualmente debemos aceptar que el ejercicio pusilánime del poder es otra de sus características.
El adjetivo es viable, ya que son variadas y hasta inevitables las circunstancias e intereses que empujan a una persona a la escena y que, sobrellevándose a sí misma, juega insospechados roles estelares. Esto no significa subestimar ni descalificar a nadie, porque la historia también revela a actores que, voluntariamente o no, estuvieron en el ojo de un huracán que no generaron ni lograron reorientar, siendo ajeno a sus fuerzas.
La temeridad no significa coraje, sino ciega confianza en los consejeros más cercanos y, al recrearse en la necropolítica, el discurso preelaborado se convierte paradójicamente en un artículo de fe. Vale decir, dudando y renunciando al olfato o la intuición propia, en las inmediaciones de la consabida banalidad del mal, el error garrafal está a la vuelta de la esquina por más que solemnice todo el calendario.
Tomado de: http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=1004187
La jefatura del Estado se dejó caer, con todo su peso, sobre los justos y pecadores de ambas aceras. Sometió al desprecio y escarnio público a la oposición, pero también a la legítima disidencia roja.
Además, Nicolás caracterizó de cristiano su proyecto socialista, aunque – subrayemos – generando el odio, la intolerancia y el irrespeto, demuele el amor para demostrar que es una burda consigna. Por si fuese poco, el tal diálogo social será con los alcaldes que le reconozcan y acepten el llamado Plan de la Patria, por inconstitucional que sea.
Prometió el “ostracismo del olvido” para aquellos que, por muy respaldados que estén por el voto popular de sus localidades, no acepten el mandato del abusivo poder central. Se asoma en el horizonte el gobierno paralelo de abundantes recursos y las múltiples amenazas contra las autoridades recientemente elegidas.
Pusilanimidad hecha poder
El ventajismo gubernamental en boga, rifándose constantemente fórmulas y ocasiones para renovarse, parapeteó un tal Día de la Lealtad que las autoridades electorales consintieron. Indecible variante de la antipolítica, el prolongado rito funerario no tuvo el alcance que predijeron sus inventores, los publicistas que perversamente se afincan en los servicios de inteligencia, pues la tremenda indiferencia y cansancio de la población siempre los fustiga.
Victimizarse hasta la extenuación, ensayando una épica lastimosa, ha sido una consigna perenne. Desde el inicio, el cadáver de Bolívar, y, ahora, el de Chávez Frías, dice relevarlos de sus responsabilidades en la conducción del Estado, ofrendando una patología que no tiene precedentes en nuestra historia republicana, por más temibles que fueron las circunstancias y díscolos sus protagonistas.
Era impensable llegar a una situación tan dramática como la de ahora, con los reducidos grupos de un fanatismo monumental que, en defensa de sus privilegios, fuesen capaces de intentar una masiva dislocación como la de ahora. Estuvimos llamados a afrontar retos distintos en las vísperas del nuevo siglo, pero – retrotraídos – pisamos los caminos trillados en éste y otros lugares, regodeados por una extemporaneidad asfixiante que ha teñido el imaginario social.
De una profunda y temeraria irracionalidad, desacumulada toda la experiencia presumida después de década y media en el gobierno, las acciones y reacciones de Nicolás Maduro rozan la torpeza. Podrá decirse que no es un bobo por el solo hecho de su encumbramiento, reconocido como un axioma, aunque igualmente debemos aceptar que el ejercicio pusilánime del poder es otra de sus características.
El adjetivo es viable, ya que son variadas y hasta inevitables las circunstancias e intereses que empujan a una persona a la escena y que, sobrellevándose a sí misma, juega insospechados roles estelares. Esto no significa subestimar ni descalificar a nadie, porque la historia también revela a actores que, voluntariamente o no, estuvieron en el ojo de un huracán que no generaron ni lograron reorientar, siendo ajeno a sus fuerzas.
La temeridad no significa coraje, sino ciega confianza en los consejeros más cercanos y, al recrearse en la necropolítica, el discurso preelaborado se convierte paradójicamente en un artículo de fe. Vale decir, dudando y renunciando al olfato o la intuición propia, en las inmediaciones de la consabida banalidad del mal, el error garrafal está a la vuelta de la esquina por más que solemnice todo el calendario.
Tomado de: http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=1004187
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