Por Vladimiro Mujica, 20/03/2014
La medición sobre el éxito de los experimentos sociales es, de suyo, compleja y multidimensional. A ello se le une la coloración del prisma político de quien hace el análisis que dificulta aún más mantener un punto de vista objetivo sobre las cosas. Creo que van quedando pocas dudas acerca de que el experimento chavista que ha marcado la historia de Venezuela durante los últimos 15 años es un fracaso estruendoso. Medido con las dos únicas medidas que en realidad importan y que están relacionadas con la calidad de vida de la gente. En Venezuela la gente vive peor ahora de lo que vivía antes y la expectativa de que las cosas mejoren es muy pobre.
La revolución ha deteriorado nuestro presente hasta hacer irreconocible a un país con las inmensas posibilidades de Venezuela y a nuestro futuro de tal modo que la recuperación de las posibilidades de la nación será un proceso complejo y difícil que tomará muchos años. Esta es una realidad que la comunidad internacional está comenzando a reconocer con cada vez mayor claridad. De hecho, cada vez se habla con mayor frecuencia del milagro a la inversa, o del Rey Midas al revés, para describir la situación venezolana donde un modelo social, político y económico perverso, unido a un peor gobierno ha transformado a un país con un enorme potencial en una tragedia colosal.
El hecho es que ya inclusive muchos chavistas de a pie, por supuesto no la nomenclatura bolivariana que vive gorda y protegida de todos los males que aquejan a los venezolanos, reconocen que la revolución es un fracaso. Lo único que les va quejando como defensa es un tenue y nostálgico “antes estábamos muy mal”.
Eso y que presumiblemente los pobres viven mejor y quienes se quejan son los ricos y la clase media. A estos chavistas honestos y de buen corazón, probablemente se les acongoja el espíritu al descubrir después de un mes de protestas a lo largo y ancho del país que si quienes protestan son los ricos, entonces la conclusión inescapable es que estamos en un país lleno de ricos porque las manifestaciones han sido gigantescas. La verdad que no están dispuestos a admitir es que tenemos un país profundamente dividido, eso y un gobierno incapaz de sembrar armonía y que pretende imponer un modelo arcaico y castrado de control social que anula y corrompe el espíritu de la gente.
Pero el fracaso de la revolución chavista tiene también que servirnos al resto de nosotros para entender en profundidad como nos metimos en este lío monumental. Que errores de nuestra democracia permitieron que una pillería histórica como el chavismo se colara y atrajera no solamente a quienes se sentían desencantados sino a la clase media que estaba harta de la corrupción y la desconexión entre los partidos y la gente. La tragedia de estos quince años debería tener el efecto de hacernos madurar como pueblo y de entender que los países que juegan a las aventuras de los “hombres a caballo” como los llamaba Manuel Caballero están destinados al fracaso.
Dentro de todo este cuadro dramático de final de una era de desaciertos todavía queda por entender como aún hay tanta gente de nuestro pueblo que se siente atraída por el circo revolucionario dirigido por una oligarquía cada vez más corrupta y aferrada al poder. Es difícil no conmoverse frente al argumento expresado por muchos de nuestros compatriotas que expresan que se sintieron gente por primera vez cuando fueron convocados por Chávez. Con humildad nos corresponde interpretar esta atadura seudo-religiosa a una revolución fracasada y a su líder y avanzar para que esto nunca más sea posible, ni necesario.
Es imposible no sobrecogerse frente al costo inmenso en recursos, vidas y la pérdida de posibilidades para el conocimiento y el crecimiento del espíritu que estos 15 años nos han dejado. Pero antes de entrar en esa etapa de reflexión hay que concluir el proceso de restablecimiento de la democracia y las instituciones que hoy se desarrolla en Venezuela. Se avecina el final de una era de destrucción pero no hay que descansar hasta que salgamos del túnel.
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