FÉLIX PALAZZI sábado 22 de marzo de 2014
Doctor en Teología
fpalazzi@ucab.edu.ve
@felixpalazzi
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@felixpalazzi
En medio de nuestra reciente
complejidad existencial, en la que se entrecruzan, fácilmente, la indignación y
la frustración con la esperanza y el coraje, surge esa falsa fascinación por
escuchar voces que predicen o vaticinan una nueva convivencia civil, extraviada
desde que el lenguaje y la lógica militar se impuso como forma dominante de
convivencia. La incertidumbre y la interrogante "cómo seguiremos viviendo
como país luego de lo acontecido en todos estos días", no deja inmune a
ningún sector de la sociedad.
El 24 de noviembre del 2013 el papa Francisco publicó su primera exhortación apostólica Evangelli Gaudium (La alegría del Evangelio). En ella nos afirma: "la paz social no puede entenderse como un irenismo, o una mera ausencia de violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería una falsa paz que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos, mientras los demás sobreviven como pueden... La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz profética" (218). La paz exige y necesita de la profecía.
La acción profética no consiste en predecir eventos futuros desconocidos para una gran mayoría. El profeta no es quien logra burlar al tiempo. El profetismo bíblico asume la densidad de la historia, pero relativizando a toda persona, sistema o institución que pretenda imponerse como alternativa única y eterna. Toda ideología absolutista se consume en el narcisismo de su propia eternidad. La profecía permite redimensionar lo temporal distinguiendo entre aquello que es relativo y lo que es absoluto. Pero, al valorar el sentido del tiempo, privilegia el hecho de "ocuparse por iniciar procesos, más que poseer espacios" (223). De ahí que el éxito de la paz no consiste en el simple hecho de perder o ganar espacios.
Nos urge ponderar y conducir el proceso ya iniciado, custodiando el respeto por la "unidad en las diferencias". Pero como señala Francisco, esa comunión en las diferencias solo la pueden lograr "grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie de los conflictos y miran a los demás en su dignidad más profunda" (228).
La paz no es producto de una negociación sino de una "diversidad reconciliada" (230). El profetismo invita a asumir la realidad y cargar con ella, evitando el peligro de vivir "en el reino de la sola palabra, la imagen y el sofismo" (231). La realidad nos invita a desafiar nuestras propias ideas y no prestar atención a voces que hablen de un futuro sin nuestro esfuerzo ni responsabilidad. Como dice Francisco: "hay que ampliar la mirada para reconocer el bien mayor que nos beneficiará a todos" (235).
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140322/la-paz-y-la-profecia
El 24 de noviembre del 2013 el papa Francisco publicó su primera exhortación apostólica Evangelli Gaudium (La alegría del Evangelio). En ella nos afirma: "la paz social no puede entenderse como un irenismo, o una mera ausencia de violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería una falsa paz que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos, mientras los demás sobreviven como pueden... La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz profética" (218). La paz exige y necesita de la profecía.
La acción profética no consiste en predecir eventos futuros desconocidos para una gran mayoría. El profeta no es quien logra burlar al tiempo. El profetismo bíblico asume la densidad de la historia, pero relativizando a toda persona, sistema o institución que pretenda imponerse como alternativa única y eterna. Toda ideología absolutista se consume en el narcisismo de su propia eternidad. La profecía permite redimensionar lo temporal distinguiendo entre aquello que es relativo y lo que es absoluto. Pero, al valorar el sentido del tiempo, privilegia el hecho de "ocuparse por iniciar procesos, más que poseer espacios" (223). De ahí que el éxito de la paz no consiste en el simple hecho de perder o ganar espacios.
Nos urge ponderar y conducir el proceso ya iniciado, custodiando el respeto por la "unidad en las diferencias". Pero como señala Francisco, esa comunión en las diferencias solo la pueden lograr "grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie de los conflictos y miran a los demás en su dignidad más profunda" (228).
La paz no es producto de una negociación sino de una "diversidad reconciliada" (230). El profetismo invita a asumir la realidad y cargar con ella, evitando el peligro de vivir "en el reino de la sola palabra, la imagen y el sofismo" (231). La realidad nos invita a desafiar nuestras propias ideas y no prestar atención a voces que hablen de un futuro sin nuestro esfuerzo ni responsabilidad. Como dice Francisco: "hay que ampliar la mirada para reconocer el bien mayor que nos beneficiará a todos" (235).
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140322/la-paz-y-la-profecia
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