Discurso
íntegro de Adolfo Suárez cuando recogió el Premio Príncipe de Asturias de la
Concordia de 1996
Majestad, Alteza Real, Sr. Presidente
de la Fundación, Sr. Presidente del Principado, Autoridades, Sra. Ministra,
Señoras y Señores,
Quiero que mis primeras palabras sean
de gratitud a S. M. la Reina, que nos honra con Su presencia, a S.A.R. el
Príncipe de Asturias -que nos preside-, a la Fundación, al Jurado que ha tenido
a bien otorgarme el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, a las personas
y entidades que apoyaron mi nominación y a todos cuantos asisten a este acto.
Creo que se premia en mí la obra realizada por todo un pueblo: en definitiva,
la forma y el talante con que se llevó a cabo la transición española a la
democracia.
En esta empresa creo que participaron
todos los españoles, empezando por S. M. el Rey D. Juan Carlos I que la
propició y la amparó, y creo también que la responsabilidad de la tarea me
corresponde y que el éxito es de todos los españoles.
Creo que la concordia entre los
hombres y los pueblos, en el orden nacional y en el ámbito internacional, debe
seguir siendo un ideal permanente de la humanidad. Su consecución -y lo estamos
viendo desgraciadamente en nuestros días- es, sin embargo, difícil. Pero cuando
se logra, alcanzamos momentos estelares en la humanidad. Con frecuencia se
confunde la concordia con el conformismo y con la uniformidad y creo que nada
tiene que ver con ellos. Su raíz estriba precisamente en el pluralismo, la
libertad y la solidaridad. Sin ellas no es posible la concordia. La concordia
jamás se impone, se busca en común y se realiza con el esfuerzo de todos.
La lucha política, la controversia, el
debate, el disentimiento, el conflicto no constituyen una patología social. No
son acontecimientos negativos. Al contrario, a mi juicio, reflejan la vitalidad
de una sociedad.
En toda comunidad política existen
siempre distintos estratos de opinión; las discrepancias son por tanto
naturales, pero hay uno, a mi juicio el básico, el que se refiere a las razones
últimas y esenciales que afectan a la raíz de la propia convivencia, en que
creo es necesaria la coincidencia de todos y el consenso de la inmensa mayoría,
y ese consenso es el cimiento de una sociedad perfectamente moderna. Cuando ese
consenso se destruye sobreviene la discordia y nuestro mundo ofrece dramáticos
ejemplos de todo esto. Y así como la concordia es capaz de hacer crecer las
cosas más pequeñas, la discordia es capaz de destruir las cosas más grandes.
Ese consenso se ciñe a muy pocas cosas
y esenciales cuestiones. Tal vez solamente a una: la voluntad firme y profunda
de convivir en libertad. Y eso más que una idea es a veces una
"creencia", o al menos funciona como tal. Ortega señalaba que a las
ideas las sostenemos nosotros pero que las "creencias" son las que
nos sostienen a nosotros. Y desde ellas vivimos en común, es decir, convivimos.
La convivencia democrática se basa en "creencias". Por tanto, también
creemos en los derechos humanos. Creemos en la libertad, en la igualdad, en la
justicia, en la solidaridad. Creemos en la democracia y en el Estado de
derecho.
En España estas "creencias"
se hicieron tangibles en la transición política. Hoy son la coincidencia básica
que se fundamenta en el pacto que nos constituye como Estado social y
democrático de derecho.
En la transición nos propusimos todos
los españoles la reconciliación definitiva. Y quisimos acabar con el mito de
las dos Españas, siempre excluyentes y permanentemente enfrentadas. Pensamos
que España o es obra común de todos los españoles, de todos los pueblos que la
forman y de todos los ciudadanos que la integran, o simplemente no es España.
La transición fue, sobre todo, a mi
juicio, un proceso político y social de reconocimiento y compresión del
"distinto", del "diferente", "del otro español",
que no piensa como yo, que no tiene mis mismas creencias religiosas, que no ha
nacido en mi comunidad, que no se mueve por los ideales políticos que a mí me
impulsan y que, sin embargo, no es mi enemigo sino mi complementario, el que
completa mi propio "yo" como ciudadano y como español, y con el que
tengo necesariamente que convivir porque sólo en esa convivencia él y yo
podemos defender nuestros ideales, practicar nuestras creencias y realizar
nuestras propias ideas. Creo que nadie, en política democrática posee la verdad
absoluta. La verdad siempre implica una búsqueda esforzada que tenemos que
llevar a cabo en común, desde el acuerdo de convivir y trabajar juntos. A esta
convivencia libre y pacífica, a esa concordia, nos impulsa como necesidad no
solamente el pasado histórico, sino el presente y el futuro. Esa concordia está
fundada en realidades comunes económicas, sociales y políticas que, a mi
juicio, son indiscutibles.
Todos los españoles teníamos que
llegar -sin abdicar de nuestras propias ideas y creencias- a un acuerdo
esencial, a un pacto fundamental de concordia que es necesario renovar cada
día. Creo que así lo hicimos bajo el amparo de la Corona. Así creo que lo
debemos seguir haciendo en torno a la Constitución y su cumplimiento y en torno
a la Monarquía y a esa realidad común que se llama España. Ese acuerdo ha de
reflejar lógicamente la necesidad que tenemos de afrontar juntos, en forma
solidaria, el futuro, que a todos nos concierne y hasta la energía, la
esperanza y el optimismo con que debemos hacerlo.
Creo que la piedra angular sobre la
que, en nuestra transición, se asentó la democracia, consistió, precisamente,
en la implantación política y vital de la concordia civil. Y eso debíamos
conseguirlo desde el pluralismo que, realmente, se daba entre nosotros. Desde
la tolerancia y desde la libertad.
El ánimo común para buscar la
concordia y la consolidación de este pacto fundamental de convivencia política
fue la que permitió la adopción de las decisiones esenciales de la transición:
el reconocimiento de los derechos humanos y las libertades públicas, la
aprobación de la Ley para la Reforma Política, las amnistías que permitieron la
vuelta de los exiliados de hacía casi cuarenta años, la celebración de las primeras
elecciones generales libres, la construcción política del consenso, la
elaboración y aprobación de los Pactos de la Moncloa y, por último, la
aprobación y promulgación de nuestra vigente Constitución.
Alguien ha dicho que en la Transición
conseguimos los españoles en doscientos días lo que no habíamos logrado en
doscientos años: que en nuestras cárceles no hubiera un sólo preso político,
que en el extranjero no hubiera un solo exiliado por sus ideas y que la ley
fuera igual para todos los españoles.
Señoras y Señores,
En la transición trabajamos un grupo
de personas con todo el pueblo español por la comprensión, la tolerancia, el
diálogo y la concordia. Hemos intentado e intentamos desarrollar los viejos
hábitos de la prepotencia, la intolerancia, el dogmatismo, la discordia y la
insolidaridad. Ese fue -y sigue siendo- mi talante personal y político. En
algún momento he llegado a pensar que yo fui víctima política de la práctica de
la concordia. Pero si así fue, me enorgullezco de ello.
Alteza Real,
Si la concordia fue posible hace
veinte años, pese a los obstáculos que a ella se oponían, creo que no podemos
dudar de la capacidad de los españoles de hoy y del futuro que Vuestra Alteza
representa.
Hemos demostrado nuestra aptitud para
la convivencia en libertad. Hoy debemos consolidar nuestra voluntad de
concordia. Hemos conseguido, desde ella, nuestra integración en la Unión
Europea y en los más importantes foros internacionales. Hoy España está abierta
al mundo y el mundo valora los esfuerzos realizados desde la transición.
Hoy, sobre todo, los españoles somos
conscientes de que cualquier violación de los derechos humanos o de la dignidad
de la persona, que se produzca en nuestro país o en cualquier otro lugar del
mundo, constituye asimismo una violación que se hace a nuestros derechos y a
nuestra dignidad personal. Y debemos actuar con la solidaridad debida y con la
eficacia necesaria.
La España de hoy, con sus luces y sus
sombras, apenas tiene que ver con las zozobras de la España de ayer. Somos un
pueblo que ha superado muchísimos problemas en estos años, pero que debe seguir
aprendiendo la gran lección de la concordia, de la convivencia en libertad y en
justicia.
En el futuro yo creo que España podrá
superar cuantas dificultades se le planteen y realizar su decisiva aportación a
la concordia de las naciones. Y para ello creo que los españoles puede que sólo
tengamos que hacer una cosa: cultivar, día a día, allí donde nos encontremos,
la buena semilla de la concordia.
Muchas gracias.
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