MOISÉS NAÍM 29 MAR 2014
@moisesnaim
Una convocatoria a
través de las redes sociales atrae a una muchedumbre, pero luego falta
organización
Las protestas callejeras se han puesto
de moda. De Bangkok a Caracas y de Madrid a Moscú, no pasa una semana sin que
en alguna gran urbe del planeta una muchedumbre tome las calles para criticar
al gobierno o para denunciar problemas más amplios, como la desigualdad o la
corrupción. Con frecuencia las fotos aéreas de estas marchas impresionan por el
intimidante mar de gente que exige cambios. Pero lo más sorprendente es que
pocas veces logran su objetivo. Hay una gran desproporción entre la formidable
energía política que vemos en las manifestaciones y sus pocos resultados
prácticos.
Ciertamente, en Egipto, Túnez o
Ucrania las protestas callejeras tuvieron un impacto enorme: derrocaron al
Gobierno. Pero son las excepciones. Lo normal es que las grandes marchas no
lleguen a nada. Quizás el mejor ejemplo es Ocupa Wall Street. A principios del
verano de 2011, este movimiento llegó a estar en las principales calles y
plazas de 2.600 ciudades del mundo. En todas , la organización era
increíblemente parecida: los participantes no pertenecían a ningún grupo
formal, no tenían una estructura jerárquica, ni líderes obvios. Sus formas de
acampar, protestar, financiarse y actuar seguían un mismo patrón que se
esparcía viralmente por las redes sociales. Y, en todas partes, el mensaje era
el mismo: es inaceptable que una élite concentre el 1% de la riqueza mientras
que el restante 99% sobrevive a duras penas.
Una iniciativa tan global,
multitudinaria y bien organizada debería haber tenido mayor impacto. Pero no
fue así. Si bien el tema de la desigualdad económica se debate ahora más que
antes, en la práctica no se ha avanzado mucho para combatir el problema. Y el
movimiento Ocupa ha desaparecido de los titulares. De hecho, lo común es que
las protestas generen solo reacciones retóricas de los gobiernos, pero no
mayores cambios políticos. Dilma Rousseff, por ejemplo, reconoció como válidos
los motivos de quienes tomaron las calles en Brasil y prometió que se pondría
al frente de las reformas necesarias (que aún no se han dado). El primer
ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, reaccionó agresivamente a las protestas
en su país. Acusó a los manifestantes de formar parte de una muy sofisticada
conspiración en su contra y, aparte de intentar bloquear Twitter y YouTube, no
son muchos los cambios que el Gobierno ha hecho para responder a las demandas
ciudadanas. Algo parecido ha pasado con las marchas contra la violencia en la
ciudad de México o contra la corrupción en Nueva Delhi.
¿Por qué? ¿A qué se debe que tanta
gente, tan motivada, logre tan poco? Un experimento que llevó a cabo en 2009 el
profesor Anders Colding-Jørgensen, de la Universidad de Copenhague, nos da una
buena pista. El profesor creó un grupo en Facebook para protestar contra la
demolición de la plaza de la Cigüeña, en la capital danesa. En solo una semana,
10.000 personas lo apoyaron y, a las dos semanas, el grupo ya tenía 27.000
miembros. Y ese era el experimento: no había ningún plan para demoler la plaza
y el profesor solo quería demostrar lo fácil que era crear un movimiento
numeroso usando las redes sociales.
En el mundo de hoy, una convocatoria
por Twitter, Facebook o mensajes de texto para protestar contra un abuso o algo
que nos indigna atraerá seguramente una muchedumbre. El problema es lo que pasa
después de la marcha. A veces termina en confrontaciones violentas con la
policía y otras veces no. Pero en todo caso, lo más frecuente es que no exista
una organización con la capacidad de dar seguimiento a las exigencias y llevar
adelante el complejo, muy personal y más aburrido trabajo político, que es el
que produce cambios en las decisiones gubernamentales. Sobre esto, el profesor
Zeynep Tufekci ha escrito que "antes de Internet, el tedioso trabajo
organizativo necesario para evadir la censura u organizar una protesta también
ayudaba a crear la infraestructura que servía de apoyo a la toma de decisiones
y a las estrategias para sostener los esfuerzos. Ahora, los movimientos pueden
saltar esas etapas, lo cual con frecuencia los debilita". Hay un poderoso
motor político prendido en las calles de muchas ciudades. Gira a altas
revoluciones y genera mucha energía. Pero ese motor no está conectado con las
ruedas y por eso no hay movimiento. Para conectarlo hace falta más contacto
humano directo y más organizaciones capaces de hacer trabajo político a la
antigua. Es decir, cara a cara. Todos los días.
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