Américo Martin 01 de agosto de 2014
@AmericoMartin
I
El general Hugo Carvajal ha sido
puesto en libertad por la justicia holandesa. ¿Es una decisión bien
fundada, a prueba de interpretaciones
capciosas?
Creo que el tema merece una
consideración detenida. Lo primero es la seriedad del Poder judicial de ese
pequeño pero desarrollado país europeo. El sistema constitucional holandés es
muy probo y tiene raíces profundas. Con el desarrollo de la Unión Europea,
Holanda, uno de sus legítimos padres, ha logrado crecer al paso de las demás
naciones del viejo mundo. Su ordenamiento legal es rígido y avanzado. Los
jueces son autónomos, soberanos, en nada parecidos a los de nuestro atormentado
país.
Lo que estaba en juego era el estatus
del general Carvajal. ¿Gozaba o no de inmunidad diplomática? Como esa inmunidad
se refiere a la función y no a la persona, surgieron dos tesis, ambas
defendibles. ¿El hombre había comenzado a ejercer la función desde que hizo la
solicitud a las autoridades holandesas, o no le correspondía sino después del
placet o permiso de las autoridades neherdanlesas?
Prevaleció el Convenio Consular de los
Países Bajos que introduce el concepto de “provisionalidad”. Carvajal, pues,
recuperó su libertad y regresó en triunfo al III Congreso del PSUV, que lo
aclamó. Se entiende que el presidente Maduro, tan horro de victorias durante largos
meses de agonía, quiera convertir el incidente en gran logro revolucionario y
distraer el descontento de la militancia psuvista. Pero no es para sacarle
punta a esa bola de billar. Las fuertes acusaciones contra el general son ahora
conocidas en el mundo. La propia Holanda lo declaró “persona no grata”. Si
nombrarlo cónsul fue una hábil manera de
permitirle viajar, el desenlace la ha desarticulado.
En Aruba se decidió una formalidad
ajena al fondo de las acusaciones. La controversia está vigente. Más le valiera
a Maduro no seguir revolviendo este miasma y a la oposición ocuparse de la
desguazada nación que pide su ayuda.
II
En ningún momento me ocupé de este
llamativo tema, pero siento que en buena parte de la disidencia le otorgaron un
alto rango. No lo hice porque me pareció que desenfocaba a la gente del drama
real de Venezuela. La metástasis se ha derramado por el territorio nacional. La
respuesta debe ir más allá de las denuncias. Ha de multiplicar los centros de
disidencia o defenderlos de la ofensiva militar-represiva. Allí donde se
insinúe la amenaza para destruir espacios autónomos o democráticos hay que
presentar un movimiento capaz de conjurarla. Insisto una y mil veces: no
abstenerse, no retirarse, seguir plantado empuñando la bandera democrática y
social y aferrado a la Constitución, el camino pacífico, la unidad de la
disidencia, que es decir: más allá, mucho más, de las fronteras de la oposición
política.
Tampoco me gusta que el desenlace
democrático que merece y tendrá nuestro país se deba encomendar a otros países.
Que un acusado de ser jefe del narcotráfico, perseguidor brutal de disidentes y
pieza clave del terrorismo colombiano sea castigado por jueces foráneos es
perfectamente justo y defendible. Pero hacer depender la solución de la crisis
nacional de soluciones milagrosas e instantáneas es un franco error. Frente a
un régimen con vocación totalitaria y poco escrupuloso en sus actos, dispuesto
a lo que sea para perpetuarse en el poder no queda más que incorporar
orgánicamente a la sociedad en todos sus estamentos, sin discriminaciones, sin
viejas cuentas por cobrar, sin desestimar el aporte de viejos o nuevos
disidentes ni el malestar que se aprecia en el campo oficialista.
III
Antonio Ledezma propuso la “encerrona”
opositora. La idea es discutirlo todo y no salir hasta no encontrar acuerdos
suficientes que canalicen la unidad por el cambio. ¿Unidad por la unidad misma?
¡Por supuesto que no! En último caso la unidad no es sino un medio –no un fin-
organizado alrededor de la zona de los acuerdos, y estos acuerdos son
fundamentales porque definirán los contenidos y viabilidad del cambio al que
aspira la mayoría. Al hablar del ámbito de semejante unidad incluyo a quienes
pertenezcan y sigan perteneciendo al campo de los seguidores del ex presidente
Chávez O incluso a los maduristas y chavistas deseosos de liberarse de la red
de errores impulsados por el brío del fundador eterno y cuyo saldo no puede ser
menos aterrador.
El fin es el cambio, el medio, la
unidad, cuyas fronteras abarcan, más allá de ideologías y partidos, a quienes
deseen superar las graves desgracias que nos afectan. Es el pueblo, en su
pluralidad el que una vez más tiende a canalizarse hacia una solución que
retome el progreso de Venezuela, sin decapitar a nadie, sin dejar de oír a
todos.
He hablado de “unidad” por ser un
vocablo de fácil digestión, pero en rigor se trata de “acuerdo” entre los que
por definición son distintos dada la diversidad de corrientes que conviven en
cualquier sociedad. “Acuerdo” dirigido a conquistar un sistema donde quepan
todos y nadie sea perseguido por razones de conciencia. Unidad de lo diverso,
unidad sin decapitar y perseguir. Ese sistema es la democracia, la
independencia de los tribunales y de funciones fiscales y contraloras, la separación
de poderes autónomos, la descentralización y la integridad de derechos humanos
Extinguido el envenenado clima de
odios hoy en boga, una democracia de veras será canal eficaz para la
participación efectiva y no retórica del pueblo y fuente de talentos
crepitantes. Sin caudillos ni deidades, con la ley y el sufragio al alcance de
todos, el país tocará el cielo del
desarrollo económico, social y político.
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