Rosalía Moros de Borregales 02 de agosto de
2014
@RosaliaMorosB
En ocasiones, lograr encontrar la palabra que
exprese plenamente su significado en otra lengua es una labor que requiere más
que la técnica de traducción, la pericia de conocer los laberintos del significado.
En la traducción del Nuevo Testamento del griego al español existen una
cantidad de vocablos cuya traducción no expresa la profundidad que posee en su
idioma origen. Pensando en las virtudes de la fe cristiana expresadas en las
Sagradas Escrituras quise escribir sobre la paciencia, pero no la paciencia
desde nuestra concepción actual, la cual expresa casi desesperación en la larga
espera, sino la paciencia desde el significado del vocablo griego hupomone (ὑπομονή).
Recibo una nota de un buen amigo que confirma
mis pensamientos. En esta hora de nuestra patria nos es necesaria la paciencia,
pero desde su concepción neo testamentaria la cual va más allá de saber esperar
lo que se desea, o de soportar algo calladamente. La palabra usada en el griego
es Hupomone la cual es traducida también, según su contexto, como resistencia o
perseverancia. Esta palabra describe la fuerza interior que nace de una relación
de comunión con nuestro Creador. Aquel que ha gustado de la bondad del Señor en
su vida es capaz de mirar más allá de las circunstancias, reconoce la
omnipotencia de Dios, no tiene la actitud de tristeza profunda de quien se
resigna, sino la actitud de la esperanza mostrada en un espíritu luchador que
vive la adversidad como el que siempre ve la luz al final del túnel.
Lo más inspirador del significado de este
vocablo griego usado tantas veces por el apóstol Pablo es que constituye el
fundamento de toda acción de justicia, permite al ser humano practicar la paz
donde hay guerra, mantener la calma en medio de la tormenta, confiar al ser
victima de un complot, valorar a sus semejantes a través del sacrificio de
Cristo en la cruz. Produce en nosotros la certeza de la autonomía de Dios, nos
da la convicción de que los ojos del Señor están sobre la tierra para hacer su
justicia. Cuando alguien ha desarrollado la virtud de hupomone ni la violencia
del hombre, ni los poderes del mal pueden contra él; su coraje está fundamentado
no en su propia fuerza sino en la fuerza de su fe en Dios.
Sin duda, el primero que mostró esta virtud
fue Jesús cuando caminaba las polvorientas calles de Galilea. Al ser
interpelado por los fariseos siempre tuvo una respuesta cabal para expresar su
razón, mas nunca propició
la guerra. Al darle respuesta a Anás, una de las autoridades religiosas de la época
un soldado le propinó una bofetada a lo que Jesús le respondió: _ Si he hablado
mal, testifica en qué está el mal; pero si bien, ¿por qué me golpeas? Más tarde, cuando
Pilato le increpa, reconoce que es Dios quien le ha dado esa autoridad al
gobernador romano de Judea: _ Ninguna autoridad tendrías contra mi si no te
fuere dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado
tiene.
Así, cuando nuestra valía está fundamentada
en quién somos para Dios y no en el concepto en el cual los hombres puedan
circunscribirnos, hupomone se hace palpable en nuestro carácter. Podemos
resistir al mal sin ser vencidos por él. Podemos perseverar en sembrar la
semilla del bien porque no viene de nosotros sino de Dios en nosotros. Podemos
tener la certeza de que nuestra paciencia está fundada en la confianza de hijos
que esperan lo mejor de su Padre.
“… Como entristecidos, pero siempre
gozosos; como pobres, pero enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, aunque
poseyéndolo todo”. II Corintios 6:10
Rosalía Moros de Borregales
roaymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB
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