RAFAEL LUCIANI sábado 2 de agosto de 2014
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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Es alarmante el grado de
deshumanización que estamos viviendo como sociedad. Los parámetros morales ya
no cuentan como criterios fundamentales a la hora de discernir las acciones que
realizamos y las palabras que decimos. Pareciera no existir límite alguno en
personas e instituciones de cuyas bocas sólo salen palabras de iniquidad y
engaño, que renuncian a ser sensatos y a hacer el bien, y que maquinan la
maldad sobre su lecho, empeñándose en un camino que no es bueno (Sal 36,3-4).
Como sociedad, debemos discernir cómo enfrentar tales actitudes, porque estamos
recorriendo senderos de deshumanización que ponen en riesgo el porvenir de las
nuevas generaciones.
La experiencia de Jesús nos puede sorprender. Primero, practica la no violencia como única forma de reaccionar frente a quien provoca el mal y deshumaniza, porque de otro modo todo el que pelea con espada, a espada morirá (Mt 26,52). Segundo, fomenta relaciones basadas en solidaridades fraternas para construir un mundo justo que apueste por el bien común del otro. Él está convencido de que solo son bienaventurados los que luchan por la justicia (Mt 5,10) y promueven la paz (Mt 5,9). Tercero, habla con la verdad y vive con transparencia porque sabe que la ética genera credibilidad si hay testimonio. Estas actitudes lo diferenciaron de muchos políticos y religiosos de su tiempo que, al igual que hoy, muchas veces fomentan exclusión, compra de conciencias y miedo.
La razón que lo llevó a vivir así no fue su sensibilidad social ni las ansias de poder, sino el deseo de querer ser bueno (Mc 5,19) y humanizar el modo como nos debemos tratar los unos a los otros. Cuando nos acostumbramos al maltrato y a la violencia cotidianas, debemos hacer un alto y tomar en serio el hecho de recuperar el talante humano perdido, u olvidaremos el bien mayor que da sentido y eternidad a nuestras vidas.
Jesús entendió que el otro es un bien mayor. Por eso lo miraba con compasión (Mc 6,34). Nunca lo trató con lástima, ira u odio. Hay familias, colegios y comunidades religiosas que han fallado en enseñar la forma de tratarnos, y no apuestan por la compasión fraterna ni el rechazo de la ira, aun sabiendo que el mismo Dios rechaza a todo aquel que convierte al otro en víctima de sus prácticas, y le dice: ¡aléjate de mí, hacedor de maldad! (Mt 7,23).
Si queremos recuperar la esperanza para hacer aquí en la tierra, como se vive en el cielo (Mt 6,10), debemos apostar por proyectos trascendentes, inspirados en el bien del otro (Sal 86,15; 103,8) y buscando, en todo, el bien común.
El estilo de vida de Jesús atrae porque es alguien que pudo vencer el mal con la verdad y la justicia, para que no triunfaran la mentira y la violencia. Y lo hizo sin caer en las tentaciones del autoritarismo y el engaño. Su autoridad no nació de la imposición, las amenazas o la mentira. Entendió que odiar al otro es deshumanizarnos (1Jn 3,15).
La experiencia de Jesús nos puede sorprender. Primero, practica la no violencia como única forma de reaccionar frente a quien provoca el mal y deshumaniza, porque de otro modo todo el que pelea con espada, a espada morirá (Mt 26,52). Segundo, fomenta relaciones basadas en solidaridades fraternas para construir un mundo justo que apueste por el bien común del otro. Él está convencido de que solo son bienaventurados los que luchan por la justicia (Mt 5,10) y promueven la paz (Mt 5,9). Tercero, habla con la verdad y vive con transparencia porque sabe que la ética genera credibilidad si hay testimonio. Estas actitudes lo diferenciaron de muchos políticos y religiosos de su tiempo que, al igual que hoy, muchas veces fomentan exclusión, compra de conciencias y miedo.
La razón que lo llevó a vivir así no fue su sensibilidad social ni las ansias de poder, sino el deseo de querer ser bueno (Mc 5,19) y humanizar el modo como nos debemos tratar los unos a los otros. Cuando nos acostumbramos al maltrato y a la violencia cotidianas, debemos hacer un alto y tomar en serio el hecho de recuperar el talante humano perdido, u olvidaremos el bien mayor que da sentido y eternidad a nuestras vidas.
Jesús entendió que el otro es un bien mayor. Por eso lo miraba con compasión (Mc 6,34). Nunca lo trató con lástima, ira u odio. Hay familias, colegios y comunidades religiosas que han fallado en enseñar la forma de tratarnos, y no apuestan por la compasión fraterna ni el rechazo de la ira, aun sabiendo que el mismo Dios rechaza a todo aquel que convierte al otro en víctima de sus prácticas, y le dice: ¡aléjate de mí, hacedor de maldad! (Mt 7,23).
Si queremos recuperar la esperanza para hacer aquí en la tierra, como se vive en el cielo (Mt 6,10), debemos apostar por proyectos trascendentes, inspirados en el bien del otro (Sal 86,15; 103,8) y buscando, en todo, el bien común.
El estilo de vida de Jesús atrae porque es alguien que pudo vencer el mal con la verdad y la justicia, para que no triunfaran la mentira y la violencia. Y lo hizo sin caer en las tentaciones del autoritarismo y el engaño. Su autoridad no nació de la imposición, las amenazas o la mentira. Entendió que odiar al otro es deshumanizarnos (1Jn 3,15).
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