Apuntemos nuestras fallas. El comercio en la frontera y sus alteraciones son sólo un termómetro de los problemas de nuestra economía y cómo la intuición de los consumidores busca provecho en medio de una crisis más grande que ellos. Son la consecuencia y no la causa
Hace apenas un par de décadas y un poco más, era posible cruzar la frontera a Colombia por tierra, comprar desde comida hasta pantalones y volver a Venezuela sabiendo que de este lado casi cualquier cosa costaba más dinero. De hecho, había quienes revendían y con el diferencial mantenían una economía familiar basada en ese comercio menudo y los traslados. Que se recuerde, a eso no le llamaba bachaqueo ni se consideraba a los venezolanos unos ladrones que saqueaban el lado colombiano.
Hoy el espejo se invierte, pero la imagen que refleja es muy fea. Nos cuesta contemplarnos en él y preferimos que el maquillaje patriotero cubra las arrugas corridas durante años: el contrabando, el bachaqueo y cualquier actividad asociada son sólo las muestras de las debilidades de nuestra economía.
En cualquier contexto, el consumidor prefiere adquirir el producto donde lo consiga más barato, eso permite ampliar su capacidad de compra y diversifica su canasta de consumo. La diferencia entre cruzar a Maicao a comprar en los años ochenta y venir al lado venezolano hoy es que Colombia producía para su propio mercado y también para exportar. Los consumidores venezolanos movían su aparato productivo y aún hasta hace pocos años se promocionaba en Caracas ropa interior colombiana como garantía de calidad y buen precio. Éramos consumidores con una moneda más fuerte.
La ecuación cambió y nos revela un cuadro muy perverso en el que los discursos políticos desean convertir las consecuencias en las causas. Intentan poner los caballos detrás de la carreta para ocultar algunas taras.
No dolarices tu salario
En Venezuela no se produce lo suficiente, ni siquiera para surtir lo básico a la población. No es un asunto nuevo, pero de estructural pasó a crítico, porque muchas más importaciones de productos son realizadas por el Estado y comercializadas a través de él. Los precios son fijados por el poder central y no el mercado, así que se han ido amoldando a una economía cada vez más pobre y devaluada. El resultado es que un salario mínimo de un venezolano, Bs. 4.251, puede entenderse en cuatro tipos de cambio distintos:- Cencoex:
- 6,30 Bs por dólar: $674,76
- Sicad 1: 10 Bs por dólar: $425,10
- Sicad 2: 50 Bs por dólar: $85,02
- Mercado negro[1]: 72,62 Bs por dólar: $58,53
Los dólares oficiales no son asequibles fácilmente por la población. El cambio Cencoex quedó restringido a uso del Estado para sus importaciones. El Sicad 1 es para empresas y el Sicad 2 para empresas y particulares que posean cuentas en dólares y deseen participar en un sorteo-subasta que ni es diaria ni está garantizada. Por lo que en frontera, el flujo con pesos colombianos y dólares se hace mayormente en tasas de mercado negro. Con salarios así de menguados, se genera una serie calamitosa de disparidades entre el valor del trabajo, el costo de los productos y las aspiraciones.
Eso genera dos efectos: primero, convierte a la moneda extranjera en un producto apetitoso y con mucha demanda, porque permite a las golpeadas economías familiares preservar algún capital que no se deprecie a la velocidad del bolívar. Sólo en un año, para mayo de 2014, nuestra moneda sufrió una inflación de 60,9% según el Banco Central de Venezuela. Así que la devaluación de los ahorros de los venezolanos ha sido feroz.
El segundo efecto es que le da un gran poder de compra a cualquier turista que pueda cruzar la frontera y adquirir muchos más productos con su mismo capital. Productos que del otro lado están a precios de una economía libre y con competencia. Por esa razón es que en rubros de alimentos, medicinas, repuestos y cosméticos, el costo en Venezuela puede ser de una décima a una cuarta parte del costo en Colombia. Así es evidente que los juegos cambiarios se tornan atractivos por su diferencial.
Barato pero insuficiente
Sin embargo los bienes no son infinitos. Venezuela sufre una escasez de productos tan alta que el BCV no publica su indicador desde marzo de 2014, cuando la medición de 30 % de escasez de productos fue récord desde que se mide oficialmente. Las vocerías políticas buscan culpar al contrabando de extracción o bachaqueo de buena parte de la escasez, pero eso no explica por qué también faltan productos en Valencia, Maracay, Caracas, Barquisimeto, Puerto Ordaz, Maturín, Cumaná y cualquier ciudad del país alejada de la frontera colombiana.
En las zonas fronterizas se ha estimulado un estado general de sospecha. Ha renacido cierto discurso xenofóbico e incluso se han ensayado métodos de control para compradores extranjeros, como en Táchira, donde se llegó a solicitar pasaportes y cartas de residencia para poder adquirir productos. Estas medidas podrían ser aplaudidas por una sociedad hambreada, castigada por la escasez y alimentada con un discurso chovinista. Pareciera una solución inmediata contra “enemigos externos”, como han sido calificados, pero sólo resuelve el problema desde la óptica del cómo nos repartimos mejor lo poco que hay. No hay críticas sobre por qué hay poco. O mejor aún, ya ha ganado terreno la tesis-Giordani de que es mejor acostumbrar a la gente a que haya poco.
Por otro lado, los precios subvencionados son un aliciente a la economía doméstica, menuda, porque le permite a los consumidores adquirir más productos con unos salarios que, si vemos las tasas de cambio actuales, son de una pobreza abrumadora. El problema es que el diferencial entre un producto subvencionado y uno en el mercado libre es tan alta que estimula la reventa y la buhonería, porque esos márgenes de ganancia tan grande como la reventa de gasolina o comida no los da ni el comercio de drogas. Así que también podríamos acusar a esta economía altamente dependiente de la renta petrolera y la centralización estatal de ser una droga bastante alucinógena, que brinda la ilusión de protección sobre los más pobres, pero que en realidad corrompe las capacidades de producción del aparato nacional, pervierte aún más el valor del trabajo y resta autonomía a los ciudadanos.
De hecho, mantener precios bajos e irreales a algunos productos genera otro engaño: Se cree que algo vale menos (o peor aún: lo justo), pero debido a su escasez porque no alcanza para todos, se debe pagar también el enorme costo de pasar horas y días haciendo colas para adquirir algún producto, despreciando así el tiempo de la gente y mermando su calidad de vida. Por eso no es extraño, sin que suene a justificación sino a advertencia, que haya organización entre los consumidores para saber cuándo llega algo a dónde y cuánto puede comprar y cuánto necesita en su propia casa y cuánto de eso puede revender en el mercado negro para cubrir los gastos y ganarle algo.
Cultura económica
Por supuesto que esos modus operandi generan a su vez un modus vivendi. Ya constituye una organización social y un modo de entender el mundo, porque ha generado una dependencia que se construyó con mucho gusto para lo electoral, pero ahora pasa factura en lo concreto. Se asumió que las subvenciones, la gasolina barata y las remesas asequibles son gotas merecidas de la renta petrolera.
Por cierto: hasta ahora sólo hemos descrito las relaciones entre consumidores ante un mercado caótico. Faltaría agregar el contrabando que también cometen las autoridades o se realizan gracias a las autoridades, que en lugar de poner orden más bien se insertan en el nuevo orden establecido con su propio peaje.
Asimismo: no se trata sólo de extranjeros comprando en Venezuela. El grueso son nacionales, que ven en la movilización de productos una ganancia. Desde llevar cauchos nuevos en bicicletas y carros para el otro lado, hasta comprar un queso amarillo en un mercado Bicentenario de Caracas y llevarlo a Cumaná, donde se puede vender rebanado a cinco veces su precio.
¿Por qué también hay bachaqueo nacional? Porque la distribución de productos también se ha centralizado y mal. La respuesta oficial ha sido prohibir el traslado de alimentos y medicinas en servicios de paquetería y autobuses, castigando así a los más pobres y condenándolos a hacer más colas en las provincias o pagar aún más caro el costo de esos productos en el mercado negro.
Alterado y alucinado
El modelo ha llegado a un punto tan alto de desorden, que hasta los billetes de 100 bolívares venezolanos son un producto en sí mismo. En zonas del Zulia y Táchira, se ha dado el fenómeno del cambiazo, en el que es posible comprar billetes de 100 bolívares en 120 o 140 bolívares, según el cambio en Colombia, para que esos consumidores puedan pasar al lado venezolano a comprar productos, sobre todo los regulados. El mayor trabajo es el traslado y la cautela con las autoridades, pero son apenas manifestaciones de un desastre mayor.
El discurso oficial ha querido escamotear todo el fenómeno detrás de una guerra económica, pero la gente se atrinchera y se resguarda contra la misma guerra generada desde el desorden estatal. Por ejemplo: reconocidos por la directora del BCV, antes de su expulsión, de una partida de dólares (de muchas sin controlaría) se fugaron de forma fraudulenta 20 mil millones de dólares sin que hasta hoy haya culpables. A otro nivel, en 2013 el Gobierno aumentó en 47 % la circulación de billetes de Bs.100.
La inflación ha sido tan acelerada que en apenas 5 años, esos billetes de Bs. 100 pasaron de ser el 2 % de los billetes en circulación, al 25 % del total de los billetes en el país.
Esos cien bolos pueden ser apenas 2 dólares en el cambio oficial Sicad 2 y tan sólo 1,30 en el mercado negro fronterizo. No es responsabilidad de los bachaqueros que se sigan imprimiendo esos billetes sin respaldo.
¿La respuesta a este desorden es la liberación de precios y mercados? Pues no necesariamente. Sin controles ni contrapesos sería una locura intentar el saneamiento y el equilibrio. Los economistas y los políticos tendrían mucho de qué discutir si hubiese espacios para el diálogo y el acuerdo. Pero sí es claro que se llegó a este mal estado de cosas por la soberbia de un ciclo de bonanza petrolera que hizo creerse rica, poderosa y con capacidad para domesticar la economía a una casta de malabaristas que aún deben brindar muchas respuestas.
Pudieron hacerse ricos y mantener el poder, pero la domesticación resulta más fácil aplicarla a las aspiraciones de la gente, no a la bestia económica.
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[1] El dólar de mercado negro es ilegal publicarlo en medios de comunicación en Venezuela, sin embargo fue presentado en varias oportunidades por los ministros del área económica como Giordani y Merentes como el referente a combatir en la ‘guerra económica’. De hecho, las cifras publicadas por ellos en señal de televisión abierta eran aún mayores. El precio publicado acá es meramente referencial, no oficial, y obedece al de una casa de cambio en Cúcuta – Colombia, para el 12 de junio de 2014.
http://sicsemanal.wordpress.com/2014/08/04/una-economia-debil-y-agujereada/
- Sicad 1: 10 Bs por dólar: $425,10
- Sicad 2: 50 Bs por dólar: $85,02
- Mercado negro[1]: 72,62 Bs por dólar: $58,53
Los dólares oficiales no son asequibles fácilmente por la población. El cambio Cencoex quedó restringido a uso del Estado para sus importaciones. El Sicad 1 es para empresas y el Sicad 2 para empresas y particulares que posean cuentas en dólares y deseen participar en un sorteo-subasta que ni es diaria ni está garantizada. Por lo que en frontera, el flujo con pesos colombianos y dólares se hace mayormente en tasas de mercado negro. Con salarios así de menguados, se genera una serie calamitosa de disparidades entre el valor del trabajo, el costo de los productos y las aspiraciones.
Eso genera dos efectos: primero, convierte a la moneda extranjera en un producto apetitoso y con mucha demanda, porque permite a las golpeadas economías familiares preservar algún capital que no se deprecie a la velocidad del bolívar. Sólo en un año, para mayo de 2014, nuestra moneda sufrió una inflación de 60,9% según el Banco Central de Venezuela. Así que la devaluación de los ahorros de los venezolanos ha sido feroz.
El segundo efecto es que le da un gran poder de compra a cualquier turista que pueda cruzar la frontera y adquirir muchos más productos con su mismo capital. Productos que del otro lado están a precios de una economía libre y con competencia. Por esa razón es que en rubros de alimentos, medicinas, repuestos y cosméticos, el costo en Venezuela puede ser de una décima a una cuarta parte del costo en Colombia. Así es evidente que los juegos cambiarios se tornan atractivos por su diferencial.
Sin embargo los bienes no son infinitos. Venezuela sufre una escasez de productos tan alta que el BCV no publica su indicador desde marzo de 2014, cuando la medición de 30 % de escasez de productos fue récord desde que se mide oficialmente. Las vocerías políticas buscan culpar al contrabando de extracción o bachaqueo de buena parte de la escasez, pero eso no explica por qué también faltan productos en Valencia, Maracay, Caracas, Barquisimeto, Puerto Ordaz, Maturín, Cumaná y cualquier ciudad del país alejada de la frontera colombiana.
En las zonas fronterizas se ha estimulado un estado general de sospecha. Ha renacido cierto discurso xenofóbico e incluso se han ensayado métodos de control para compradores extranjeros, como en Táchira, donde se llegó a solicitar pasaportes y cartas de residencia para poder adquirir productos. Estas medidas podrían ser aplaudidas por una sociedad hambreada, castigada por la escasez y alimentada con un discurso chovinista. Pareciera una solución inmediata contra “enemigos externos”, como han sido calificados, pero sólo resuelve el problema desde la óptica del cómo nos repartimos mejor lo poco que hay. No hay críticas sobre por qué hay poco. O mejor aún, ya ha ganado terreno la tesis-Giordani de que es mejor acostumbrar a la gente a que haya poco.
Por otro lado, los precios subvencionados son un aliciente a la economía doméstica, menuda, porque le permite a los consumidores adquirir más productos con unos salarios que, si vemos las tasas de cambio actuales, son de una pobreza abrumadora. El problema es que el diferencial entre un producto subvencionado y uno en el mercado libre es tan alta que estimula la reventa y la buhonería, porque esos márgenes de ganancia tan grande como la reventa de gasolina o comida no los da ni el comercio de drogas. Así que también podríamos acusar a esta economía altamente dependiente de la renta petrolera y la centralización estatal de ser una droga bastante alucinógena, que brinda la ilusión de protección sobre los más pobres, pero que en realidad corrompe las capacidades de producción del aparato nacional, pervierte aún más el valor del trabajo y resta autonomía a los ciudadanos.
De hecho, mantener precios bajos e irreales a algunos productos genera otro engaño: Se cree que algo vale menos (o peor aún: lo justo), pero debido a su escasez porque no alcanza para todos, se debe pagar también el enorme costo de pasar horas y días haciendo colas para adquirir algún producto, despreciando así el tiempo de la gente y mermando su calidad de vida. Por eso no es extraño, sin que suene a justificación sino a advertencia, que haya organización entre los consumidores para saber cuándo llega algo a dónde y cuánto puede comprar y cuánto necesita en su propia casa y cuánto de eso puede revender en el mercado negro para cubrir los gastos y ganarle algo.
Cultura económica
Por supuesto que esos modus operandi generan a su vez un modus vivendi. Ya constituye una organización social y un modo de entender el mundo, porque ha generado una dependencia que se construyó con mucho gusto para lo electoral, pero ahora pasa factura en lo concreto. Se asumió que las subvenciones, la gasolina barata y las remesas asequibles son gotas merecidas de la renta petrolera.
Por cierto: hasta ahora sólo hemos descrito las relaciones entre consumidores ante un mercado caótico. Faltaría agregar el contrabando que también cometen las autoridades o se realizan gracias a las autoridades, que en lugar de poner orden más bien se insertan en el nuevo orden establecido con su propio peaje.
Asimismo: no se trata sólo de extranjeros comprando en Venezuela. El grueso son nacionales, que ven en la movilización de productos una ganancia. Desde llevar cauchos nuevos en bicicletas y carros para el otro lado, hasta comprar un queso amarillo en un mercado Bicentenario de Caracas y llevarlo a Cumaná, donde se puede vender rebanado a cinco veces su precio.
¿Por qué también hay bachaqueo nacional? Porque la distribución de productos también se ha centralizado y mal. La respuesta oficial ha sido prohibir el traslado de alimentos y medicinas en servicios de paquetería y autobuses, castigando así a los más pobres y condenándolos a hacer más colas en las provincias o pagar aún más caro el costo de esos productos en el mercado negro.
Alterado y alucinado
El modelo ha llegado a un punto tan alto de desorden, que hasta los billetes de 100 bolívares venezolanos son un producto en sí mismo. En zonas del Zulia y Táchira, se ha dado el fenómeno del cambiazo, en el que es posible comprar billetes de 100 bolívares en 120 o 140 bolívares, según el cambio en Colombia, para que esos consumidores puedan pasar al lado venezolano a comprar productos, sobre todo los regulados. El mayor trabajo es el traslado y la cautela con las autoridades, pero son apenas manifestaciones de un desastre mayor.
El discurso oficial ha querido escamotear todo el fenómeno detrás de una guerra económica, pero la gente se atrinchera y se resguarda contra la misma guerra generada desde el desorden estatal. Por ejemplo: reconocidos por la directora del BCV, antes de su expulsión, de una partida de dólares (de muchas sin controlaría) se fugaron de forma fraudulenta 20 mil millones de dólares sin que hasta hoy haya culpables. A otro nivel, en 2013 el Gobierno aumentó en 47 % la circulación de billetes de Bs.100.
La inflación ha sido tan acelerada que en apenas 5 años, esos billetes de Bs. 100 pasaron de ser el 2 % de los billetes en circulación, al 25 % del total de los billetes en el país.
Esos cien bolos pueden ser apenas 2 dólares en el cambio oficial Sicad 2 y tan sólo 1,30 en el mercado negro fronterizo. No es responsabilidad de los bachaqueros que se sigan imprimiendo esos billetes sin respaldo.
¿La respuesta a este desorden es la liberación de precios y mercados? Pues no necesariamente. Sin controles ni contrapesos sería una locura intentar el saneamiento y el equilibrio. Los economistas y los políticos tendrían mucho de qué discutir si hubiese espacios para el diálogo y el acuerdo. Pero sí es claro que se llegó a este mal estado de cosas por la soberbia de un ciclo de bonanza petrolera que hizo creerse rica, poderosa y con capacidad para domesticar la economía a una casta de malabaristas que aún deben brindar muchas respuestas.
Pudieron hacerse ricos y mantener el poder, pero la domesticación resulta más fácil aplicarla a las aspiraciones de la gente, no a la bestia económica.
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[1] El dólar de mercado negro es ilegal publicarlo en medios de comunicación en Venezuela, sin embargo fue presentado en varias oportunidades por los ministros del área económica como Giordani y Merentes como el referente a combatir en la ‘guerra económica’. De hecho, las cifras publicadas por ellos en señal de televisión abierta eran aún mayores. El precio publicado acá es meramente referencial, no oficial, y obedece al de una casa de cambio en Cúcuta – Colombia, para el 12 de junio de 2014.
http://sicsemanal.wordpress.com/2014/08/04/una-economia-debil-y-agujereada/
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