AMERICO MARTIN 06 de septiembre de 2014
No haré por el momento comentarios
sobre el tímido enroque provocado por el presidente Maduro y su ninguna medida
para afrontar el naufragio de Venezuela. El hombre había insinuado políticas
que no pudo o no se atrevió a honrar. El enmascarado que lo espera oculto en
una esquina habrá sonreído: posponer es agravar y es ya masivo el rechazo que
lo acusa. Rafael Ramírez, zar económico, había levantado ciertas expectativas
en tenedores de moneda dura, pero su suave remoción derrumbó más el valor de la
deuda.
Maduro está de manos atadas. La lucha
interna no le permite moverse, pero como en política no abundan los suicidios,
no descartemos algún próximo paso en cualquier dirección. Dejaré correr un par
de semanas para analizar detenidamente el delicado estado de la atormentada
Venezuela y del acorralado presidente.
En su novela El imperio eres tú
(ganadora del premio Planeta 2011), el escritor madrileño Javier Moro nos habla
de un líder que fundó Brasil ahorrándole la lamentable fragmentación sufrida
por Hispanoamérica. Es la saga de Pedro y de un vasto territorio cuyo nombre
viene de la madera “pau de Brasil” usada por los indígenas para adornarse en
forma deslumbrante. No se asombren de Carmen Miranda o del loro José Carioca.
Bolívar, San Martín, Martí, Rodó,
soñaron una América unida. Ese sueño solo pudo ser concretado por Pedro I de
Braganza y Borbón en Brasil. El flamante libertador le dio a Brasil una
Constitución, no bajo forma republicana sino imperial. Un imperio
constitucional de inspiración liberal.
Por eso Brasil es un gran país de vocación
imperial, y sin embargo con el parlamento más autónomo y soberano del
subhemisferio.
Para deshacer esta monarquía sui
generis, una logia militar derrocará en 1889 a Pedro II, masón, hijo y sucesor
del libertador. Asumiéndose republicanos, estos militares eran autocráticos y
es bajo ese signo que reimpulsaron el destino imperial de Brasil, y con él su
celebrado pragmatismo diplomático. Influir sobre América del Sur estaba en el
orden natural de las cosas. Y también sobre Africa y de allí en más hasta donde
alcance el pabilo.
En 1938, con vocación fascista,
Getulio Vargas diseñó el Estado Novo, corporativo, centralizado, represivo y
populista como pocos. Se propuso determinar la suerte del subcontinente,
manteniendo a raya a demócratas, liberales y comunistas, mientras le opusieron
resistencia.
Encarceló al líder comunista Luis
Carlos Prestes, el llamado Caballero de la Esperanza, entregó a la Gestapo nazi
a la embarazada esposa de Prestes , y no obstante el Partido Comunista lo
respaldará en su intento de retornar al poder en 1951, postulado esta vez por
el Partido de los Trabajadores. Pragmatismo casi inhumano, como puede verse,
trátese de Prestes, de Vargas o del Partido del futuro de Lula.
Brasil es un gran reservorio
democrático y productivo de América, que pudo superar el horror del militarismo
y entrar en la senda del desarrollo aperturista bajo la conducción de Fernando
Henrique Cardoso, ruta seguida con buen sentido por Lula da Silva: se garantizó
así dos períodos presidenciales y uno a su sucesora Dilma Vania Rousseff.
La geopolítica brasileña le da a ese
país buenos títulos para marcar el paso de la América hispano-lusa. Lo dijo
Richard Nixon: “adonde vaya Brasil, irá Latinoamérica”. No lo creo, pero
tampoco puede descartarse. Ninguno de sus presidentes recientes se sentirá
cómodo admitiendo derechamente lo del “imperio brasileño”. Pero Getulio Vargas
no tuvo empacho en reconocerlo. El agudo historiador de nuestra Universidad de
Los Andes, J P Espinoza Aguaida, exhuma en su obra Brasil, Vargas y la
Proyección Continental, una declaración emitida por Vargas en 1938, que retrata
el problema:
“El imperialismo de Brasil –dijo
Getulio– consiste en ampliar sus fronteras económicas e integrar un sistema
coherente… La expansión económica traerá el equilibrio deseado”.
En el 2014, año electoral, el
crecimiento brasileño se ha ralentizado, la inflación crece (por supuesto,
infinitamente menos que en Argentina y sobre todo, en Venezuela) y el cansancio
y malestar amenazan la permanencia de Dilma en el poder.
No es que Marina sea más pragmática
que Dilma, pero en política las realidades se imponen sobre las personalidades.
Y hay una declaración clave de Aécio Neves, el abanderado de la
socialdemocracia de Cardoso, colocado por las encuestas en tercer lugar a
mínima distancia de Marina. Ha dicho este importante personaje que si Marina es
la que va a la segunda vuelta, él le arrimará sus votos. Agruparse con la
socialdemocracia no es lo mismo que hacerlo con una corriente pespunteada de
alguna retórica y simpatía hacia el chavo-madurismo, así sea básicamente
retórica.
Dilma-Marina-Aécio. Felicitémonos de
que no haya militares prusianos en competencia. Ni civiles militaristas a lo
Getulio Vargas o a los militar-militaristas que oprimieron brutalmente la gran
nación fundada por Pedro I.
Probablemente Brasil terminará siendo
una gran potencia de vocación expansiva. Eso podría ser un destino avasallante
solo contrabalanceado por la promisora Alianza del Pacífico. En cualquier caso
es inmensamente mejor que la gran nación encerrada entre las cuencas del
Amazonas y el Plata se mantenga en el esquema democrático y que adicionalmente
condicione su histórico pragmatismo a las exigencias internacionales de la
esfera de los derechos humanos y la tolerancia mínima o cero hacia los ensayos autocráticos
disfrazados de socialismo.
Causas esas verdaderamente notables en
este mundo amenazado por el terrorismo fundamentalista que quiere devolvernos a
las ominosas guerras religiosas, a las decapitaciones, torturas y conversiones
bajo amenaza de muerte.
Por todo eso, la suerte de Brasil toca
muy pero muy de cerca a Latinoamérica. Por todo eso, el resultado de las
elecciones nos concierne directamente.
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