Por Rosalia Moros de Borregales, 15/11/2014
Había una vez un Rey que decidió hacer cuentas con sus siervos a
quienes bondadosamente había prestado. Entonces, fue traído a él aquel
cuya deuda era mayor. El siervo avergonzado le rogaba que le perdonase la deuda
pero el Rey insistía en que fueran vendidas todas las posesiones del siervo
a fin de saldar la deuda; pero el siervo se humilló, suplicándole al Rey que
tuviera misericordia de él.
El Rey, conmovido por las súplicas de su siervo decidió perdonarle la
deuda a su siervo. Entonces el siervo se fue agradecido, aliviado de aquel
momento tan terrible que había vivido. Cuando aún iba en camino se encontró con
un consiervo, quien le debía mucho dinero, aunque no tanto como lo que el Reyle
acababa de perdonar a él.
Entonces, al ver a su deudor se asió de él, queriendo
ahogarle le demandaba que le pagase lo que le debía. Su consiervo lloraba
y gritaba rogándole que lo perdonase pidiéndole paciencia y prometiendo
pagarle toda la deuda. Pero, este hombre a quien el Rey había perdonado
endureció su corazón contra su compañero y lo entregó a las
autoridades y éstas lo echaron a la cárcel.
Al ver esto los amigos y consiervos de aquel hombre fueron y le
contaron al Rey lo sucedido. El Rey impresionado ante tal acto de injusticia
mandó a que le trajesen a aquel hombre, le reprendiódiciéndole:- te perdoné aquella
deuda tan grande y tu no tuviste compasión de quien te adeudaba una ínfima
parte de lo que te perdoné.¿No debías tú también tener
misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces,
enojado, le entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Vamos por la vida siendo perdonados, primero por todos quienes nos aman
y, segundo por muchos otros que misericordiosos y tolerantes nos perdonan o
pasan por alto nuestras ofensas. Sin embargo, cuando de perdonar se
trata, nosotros endurecemos nuestro corazón y archivamos la ofensa hasta que
cobramos el último centavo. Pretendemos el regalo del perdón, pero nuestra
soberbia se ha elevado a tal punto que no estamos dispuestos a tener
misericordia de nadie; muy por el contrario, tomamos la venganza en nuestras
manos para castigar a nuestros ofensores.
La clave para decidir por el perdón se haya en el hecho de que todos
somos pecadores y no somos dignos de Dios. Sin embargo, Dios en su infinita
fidelidad para con el ser humano mostró su misericordia a través de su
hijo Jesucristo. Cuando Jesús sufrió la muerte de cruz derramó su
sangre para saldar la deuda del pecado de toda la humanidad. El se convirtió en
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Cuando venimos a Dios con un corazón arrepentido, cuando creemos en El
como nuestro Salvador, todos nuestros pecados son perdonados. La deuda que
todos tenemos con Dios fue saldada por Cristo en la cruz. Entonces, al sabernos
pecadores, sabemos que no somos merecedores de esa misericordia y, comenzamos a
entender que de la misma manera en que fuimos perdonados somos llamados a
perdonar a otros.
Termina la historia que Jesús refirió a sus discípulos diciendo: “Asítambién mi Padre celestial hará con vosotros, si no
perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas”.
MT. 18:23-35.
La misericordia de Dios hacia cada uno está, en muchos casos,
condicionada a la misericordia que mostremos hacia nuestro prójimo.
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