MOISÉS NAÍM 1 NOV 2014
@moisesnaim
En Silicon Valley se
percibe que grandes como Google o Facebook se sienten inseguros
Acabo de pasar unos días en Silicon
Valley. Desde este valle de California emanan con frecuencia nuevas tecnologías
que cambian la vida de millones de personas en todo el mundo. Estuve conversando
con inventores, emprendedores e inversionistas, así como con los jefes de las
empresas donde trabajan. Muchas de ellas generan cuantiosas ganancias y otras
aún no, y quizás nunca lo hagan. Las más sorprendentes son aquellas que son
adquiridas por montos enormes a pesar de que sus ingresos son relativamente
bajos. WhatsApp, una empresa que ofrece una aplicación para enviar y recibir
mensajes, fue creada en 1999 y cuenta con 55 empleados y 20 millones de dólares
de ingresos. En febrero fue comprada por Facebook por 19.000 millones de
dólares (15.000 millones de euros).
Una tendencia que se ha acelerado es la
de empresas basadas en Internet con enorme éxito y sin fines de lucro; sólo
quieren hacer el bien. Una de las más destacadas es la Khan Academy, creada por
Salman Khan, un joven emprendedor que está revolucionando la educación a escala
mundial. Otro ejemplo lo aporta Vint Cerf, uno de los creadores de Internet,
que junto con sus colegas renunció a monetizar su creación.
Hablar de cambio en Silicon Valley
resulta como hablar de pan en una panadería: es lo que allí se hace. De eso
viven, sólo en eso piensan, y a eso dedican el inmenso talento que allí se
concentra y la inimaginable cantidad de dinero listo para apostar por las ideas
más audaces. Es la cultura inherente a Silicon Valley: la ambición, la búsqueda
de grandes números de usuarios, la propensión al solucionismo, es decir, la
suposición de que todo problema tiene solución y que muy probablemente esa
solución implica el uso de Internet. Es una cultura de jóvenes, de gente que
viene de todas partes del mundo, donde lo que importa es lo que uno sabe o lo
que uno puede inventar, no dónde nació, su color de piel, su acento, cómo viste
o quiénes son sus padres. Es la meritocracia más intensa que he visto. También
es una cultura que desdeña al Gobierno, las organizaciones jerárquicas y
centralizadas. En cambio, venera la informalidad, la agilidad, la movilidad, la
inteligencia y sobre todo la propensión al riesgo y, más concretamente, el no
tenerle miedo al fracaso. Mientras que en otras culturas un fracaso deja una
marca negativa e indeleble en la reputación de una persona, en Silicon Valley
el fracaso es visto como un valioso aprendizaje que ayuda a evitar errores en
el futuro. Cabe también destacar que Silicon Valley se podría llamar el valle
de los hombres: el número de mujeres es sorprendentemente bajo.
En esta visita detecté algunos cambios.
Hay más empresas, más tecnologías, más iniciativas, más incursión en nuevos
sectores —de automóviles a energía o exploración espacial—; hay más dinero
disponible para la inversión y más ganas de tener clientes fuera de Estados
Unidos. Muchas de las compañías recién creadas son micromultinacionales: desde
el inicio nacen con la ambición de operar mundialmente. Lo normal en otras
partes del mundo es que las empresas se creen con la vocación de funcionar en
una ciudad o en una región y, si tienen éxito, se expanden al campo nacional y
luego a otros países. Silicon Valley no funciona así. Otra tendencia que
detecté es que, aunque no lo reconozcan, los gigantes se sienten inseguros.
Google, Facebook y otras de las empresas más grandes sienten la presión de
consumidores que se rebelan ante algunas de sus prácticas y de Gobiernos
dispuestos a endurecer las regulaciones.
Finalmente, ¿cuáles son las principales
sorpresas que nos llegarán de Silicon Valley en los próximos años? Imposible
saberlo. Pero me arriesgo a señalar tres sectores que aportarán innovaciones
muy transformadoras. Uno es en el campo de la energía, donde habrá interesantes
inventos relacionados con el almacenamiento y la mejora de baterías de gran
tamaño, así como tecnologías más limpias y a menores costos. La segunda es “el
Internet de las cosas”, es decir, la creciente interconexión de todo tipo de
aparatos y objetos a través de la Red. Se espera que muy pronto Internet esté
conectando entre sí más objetos (desde electrodomésticos a reservas de
farmacias) que personas. Un tercer sector es la salud: me llevé la impresión de
que veremos interesantes avances en tecnologías que mejoran la calidad de vida
de los ancianos y otras que aumentan drásticamente la eficiencia y abaratan la
prestación de servicios médicos y hospitalarios. Y muchas más: de la
popularización del dinero virtual como el Bitcoin a la exploración del espacio
o la proliferación de robots de todo tipo.
Y finalmente me parece interesante y muy
revelador destacar algunos temas que nadie mencionó en mis conversaciones en
Silicon Valley: el ébola, el Estado Islámico o Europa no parecían tener mayor
interés para mis interlocutores.
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