Jorge Gómez Arismendi 30 de abril de 2017
Cada 1
de Mayo, Día del Trabajador, se recuerda a los mártires de Chicago, anarquistas
ejecutados en noviembre de 1887 tras las huelgas que durante mayo del año
anterior habían paralizado a gran parte de Estados Unidos, y cuya demanda
esencial era una jornada laboral de ocho horas. ¿De qué se les acusaba? De
haber participado, supuestamente, en los atentados del 4 de mayo en Haymarket
Square, donde murieron 38 obreros y un policía. Sólo Oscar Neebe se salvó de la
horca y fue condenado a 15 años de prisión. Adolf Fischer, August Spies, Albert
Parsons, George Engel, Louis Lingg, Michael Schwab y Samuel Fielden no tuvieron
esa suerte, aunque nunca se probó su real culpabilidad. No por nada Spies dijo
durante el juicio: “Si la muerte es la pena por declarar la verdad, pues pagaré
con orgullo y desafío el alto precio. ¡Llamen al verdugo!”.
Probablemente
muchos, este 1 de Mayo, enarbolarán banderas en las calles ―con hoces y
martillos― recordando los 100 años de la Revolución Rusa y, sobre todo, el
asalto al Palacio de Invierno. Sin embargo, pocos tendrán en mente que luego de
la derrota del despotismo zarista sobrevino una contrarrevolución brutal y
represiva que restauró la tiranía del Estado. Porque en cada 1 de Mayo mucho se
habla de las brutalidades cometidas por Estados capitalistas contra los
trabajadores, pero poco se reflexiona acerca de la triste historia de la clase
obrera en los Estados socialistas o comunistas. Esa que cuentan los (poco
leídos) anarquistas como Volin, Rudolf Rocker, Alexander Berkman y otros.
Porque ahí, en esos supuestos paraísos de igualdad y dignidad, los trabajadores
fueron masacrados, perseguidos, encarcelados y esclavizados, en nombre de los
propios trabajadores.
Y es
que, como dice Fernando Mires, aún no ha sido narrada la historia del comunismo
anti-obrero. Ese que destruyó sistemática y brutalmente sus diversas
organizaciones, negándoles la libre asociación y el libre contrato, para ser
sometidos bajo el poder burocrático de un solo partido y un solo hombre, como
advirtió el propio Trotsky, el mismo que luego se jactaba de barrer con escoba
de hierro a los ácratas.
En
Rusia, los bolcheviques —los comunistas— no hicieron triunfar la libertad, sino
que la aniquilaron, restaurando el autoritarismo y el Estado policial, usando
incluso las cárceles y campos de trabajo forzado zaristas, convirtiéndose así
en los nuevos amos de la clase obrera y campesina. Porque los bolcheviques no
sólo crearon una policía política secreta, la Cheká, sino que con ella
ejercieron el terror y la represión sistemática, sentenciando a muerte a
blancos, zaristas, obreros, anarquistas, mutualistas, socialdemócratas,
socialistas e inclusive viejos bolcheviques. Simplemente por ir contra la
verdad oficial de aquellos que se alzaban al poder sin ninguna clase de
escrúpulo, vistiéndose como los supuestos paladines del pueblo: la nomenclatura
comunista.
A
todos ellos los bolcheviques los acusaban de pequeños burgueses, de
reformadores, de enemigos del pueblo. Hoy en Chile, tal como Lenin lo hacía
hace más de cien años, algunos pretenden alzarse como sumos sacerdotes de la
pureza moral, acusando a otros de ser simples reformistas o de tener intereses
espurios.
Cada
año hay quienes pretenden apropiarse del 1 de Mayo con un gran carnaval, como
diría Jean François Revel, obviando o negando las luchas que obreros y
trabajadores tuvieron que emprender en contra de quienes, en su nombre, los
subyugaban de manera total y brutal, como ocurrió en la disuelta URSS, Polonia,
Hungría, Checoslovaquia y otros países. Muchos marchan el 1 de Mayo sin pensar
en la represión sufrida por los obreros y trabajadores de Petrogrado por
quejarse del abuso y autoritarismo de los comisarios bolcheviques. Tampoco
recordarán que en el funeral de Kropotkin, el mensaje los ácratas era claro:
abajo el Estado bolchevique. Muchos marcharán sin recordar la tragedia de
Kronstadt, donde Zinóviev ―encargado de suprimir las protestas obreras y
siguiendo lo hecho por Trotsky durante la guerra civil― llamó a tomar de
rehenes a niños y mujeres, para luego acribillar a esposos y padres, obreros y
marineros.
El
poder no era para los soviets, como prometía Lenin, sino que era para el
partido bolchevique. Se cumplía así la advertencia de Bakunin acerca de las
ideas de Marx, en su carta de 1872 a La Liberté: “Después de un corto momento
de libertad u orgía revolucionarias, ciudadanos de un Estado nuevo se
despertarán esclavos, juguetes y víctimas de nuevos ambiciosos”.
Probablemente
este 1 de Mayo muchos agitarán banderas rojas con la hoz y el martillo, sin
saber que esos ambiciosos e insaciables de poder no eran otros que los
bolcheviques.
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