Por Héctor Silva Michelena
¿Ha existido alguna vez este
tipo de delito? La inmensa mayoría de los criminólogos dice que no. ¡Qué
lástima! Esto me afirma en mi convicción de que el hombre no es ni puede ser
perfecto. La lacrimosa estética socialista me es inaccesible. Esto no es tan
deplorable. Desde Ramón Mercader, mano de Stalin, hasta Jack el Destripador,
las cosas se han hecho tan toscamente, que no merecen una palabra de elogio. El
crimen tosco puede ser muy provechoso para la sociedad. Ya lo dijo Marx en 1860
en su artículo Elogio del crimen, insertado al final de Teorías
de la plusvalía, con el subtítulo “Concepción apologética de la productividad
de todas las profesiones”.
La justificación es
sencilla: el crimen crea toda una cadena de actividades económicas que van
desde el profesor de derecho penal hasta la paga de los carceleros, pasando por
la creación de un enorme sistema judicial costoso. Así la Constitución
venezolana, en su artículo 254, dice que “dentro del presupuesto general del
Estado se le asignará al sistema de justicia una partida anual variable, no
menor del dos (2%) del presupuesto ordinario nacional”. Como economista, esto
enriquece mi disciplina y genera ocupación digna.
Como ustedes saben, yo no
soy estudioso de los métodos criminales. Pero constato, en estudios nacionales
e internacionales, que la tasa de criminalidad en Venezuela ha alcanzado
alturas increíbles. Después del año 2000, digo, es un decir. Si he de creer a
las estadísticas oficiales, la cifra me deprime: obliga a buscar otra
ocupación. Pero, como aprendí de Marx, hay que subvertir los datos oficiales, y
puedo asegurarles que la tasa de criminalidad puede ser mucho mayor de lo que
consideran las instituciones nacionales que imponen la ley. Respiro de alivio.
Como saben ustedes, la razón de esta lamentable situación es doble: una, esas
instituciones siempre mienten y, la otra, realmente admirable, estriba en el
hecho de que nadie puede decentemente introducir el crimen
perfecto en la estadística.
Como el crimen
perfecto no recibe las loas y cánticos que merece, he decidido escribir
esta notificación. Si ustedes recuerdan a Thomas De Quincey leerán con otros
ojos al buen Arthur Ignatius Conan Doyle. Entre 1882 y 1890 ejerció como médico
en Southsea (Inglaterra). Para redondear sus magros ingresos publicó una novela
de intriga, Estudio en escarlata, que se convertiría en el primero de los
sesenta y ocho relatos en los que aparece uno de los detectives literarios más
famosos de todos los tiempos, Sherlock Holmes. En total, escribió 1141 títulos.
Absolución de Marx.
Siento respeto por el
talento del crimen perfecto y por la gente implicada en él. Por ello, deploro
el crimen burdo. Como esos 29 asesinatos cometidos en abril por las siglas
escarlatas GNB y pandilleros adjuntos. Centenares de heridos y detenidos.
Sepan, policías, guardias, mafiosos y todos los de esa calaña, que las bombas
lacrimógenas socialistas tienen un manual de uso correcto. Vuestro crimen es
burdo, como el de los carniceros de Birkenau. No tiene finesse, o sentido
alguno de la naturaleza humana.
Si uno consigue un empleo,
ha de hacerlo bien. Tal es el caso del señor Presidente y sus generales: su
objetivo supremo es eternizarse en el poder, no la paz. El fin justifica los
medios. Maduro anunció a los oficialistas la convocatoria del "poder
constituyente originario" de "la clase obrera" para conformar
una Asamblea Nacional Constituyente como la única alternativa, según dijo, de
lograr la paz en el país y vencer el supuesto "golpe de Estado" en su
contra. Cinismo cobarde e ignorante. Dijo Shakespeare: “Se ríe de las
cicatrices quién nunca ha sentido una herida”. Y ¿quién denunció la “ruptura
del orden constitucional” tras las sentencias 155 y 156 del TSJ? Más fácil se
lo propuso Monseñor Ovidio Pérez Morales: “Renuncia, Maduro. Es lo único que
queda. Es el mejor bien que puede hacer”. Será, entonces, la Constituyente de
la clase obrera, no la de todos los venezolanos. ¿Dictadura del proletariado?
Olor a alcanfor. Y a morgue.
Esos crímenes en las
protestas son la barbarie perfecta: el sistema de justicia lo confirma. También
las estadísticas del Instituto. Hay crímenes justos, sí, pero eso es otra cosa:
es la abolición del terrorista contra el fin supremo. Conspiración, traición a
la patria. ¡Patria o muerte!
Vayamos a lo estético. El
asesinato como obra de arte, como suprema construcción de la fantasía y de la
inteligencia, el asesinato como cultura. Es lo que mi admirado De
Quincey propuso en Londres, entre 1827 y 1829, en la entonces llamada Sociedad
para el Fomento del Vicio, del Club del Fuego Infernal, que había fundado, hace
un siglo, Sir Francis Dashwood. De Quincey, en vista de sus tendencias, propuso
como nuevo nombre el de Sociedad de Promoción del Asesinato. Su gran prosa,
maldita, llena de ironía contra moralistas y gazmoños, pone en la picota los
valores de la sociedad mostrando que precisamente la transgresión de esos
valores es la base cotidiana de la moral. Si el crimen es un hecho diario, hay
que darle la forma artística que merece; si el terror es inevitable, hay que
hacer de él un estremecimiento místico. Pero esta no es la estética del
gobierno. Comer primero, luego la moral, eso sí.
Dedicado a Ezra Pound, il
miglior fabbro, escribió T.S.Eliot en La tierra baldía: “Abril es el
mes más cruel: engendra lilas de la tierra muerta, mezcla recuerdos y anhelos,
despierta inertes raíces con lluvias primaverales”. Florecerán lilas en el
jardín.
Sí, abril fue un mes muy
cruel, es el principio que conduce al fin. No eran muertes necesarias, pero las
creen perfectas: no estarán en las estadísticas ni ante los jueces venales. No
obstante cantaremos con las voces caídas: esta sangre de la alianza que recojo
en mi cuerpo las doy con mi boca, mi lengua, mi vientre. De mi corazón, donde
no ha muerto el paraíso desde donde me expando para concebir la poesía en
diferentes formas. De mí que nace el mundo, para ustedes mis frutos.
05-05-17
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