Fernando Mires 05 de mayo de 2017
Cuando
durante una conversación telefónica
destinada a ser difundida en una emisora,
Shirley Varnagy me preguntó acerca de posibles escenarios del proceso
venezolano, me sorprendió lo inmediata y tajante que surgió mi respuesta.
- Yo no trabajo con escenarios.
Había
terminado recién de leer uno de los muchos artículos que dibujan próximos
escenarios con referencia a procesos politicos que tienen lugar en el presente
inmediato. A través de sus líneas, un muy autorizado demoscopista hacía
trabajar su imaginación para pintar cuadros coherentes acerca de las
alternativas que se avecinan en el futuro próximo de su país.
No
obstante, estoy seguro que, si al día siguiente hubiera sido consultado, con
toda probabilidad nos habría presentado escenarios diferentes. Lo sé por
experiencia.
Durante
un tiempo yo también trabajé con posibles escenarios. Hasta que un día me di
cuenta de que eso no tenía sentido. Una razón es la siguiente: un escenario
parte de la base de una realidad que se despliega en el tiempo de un modo no
interferido por hechos circunstanciales, hechos que son, a fin de cuentas, los
que dan forma a la historia.
Los
llamados procesos históricos no son sino articulaciones de acontecimientos
imprevistos (si no fueran imprevistos, no serían acontecimientos).
Si
predicciones simples -las del tiempo atmosférico, por ejemplo- suelen fracasar,
con mayor razón están condenadas a fracasar las que se hacen sobre una realidad
en la cual intervienen multitudes de personajes imprevisibles, equívocos y tan
contradictorios como son los humanos. Más todavía si se tiene en cuenta que no
hay ninguna construcción de escenarios a la cual podamos conferir una carácter
objetivo. La historia, definitivamente no es la historia de sus leyes (que no
existen) sino de sus accidencias.
La
vida es fortuita y el futuro no existe por la sencilla razón de que es futuro.
Cada
predicción, cada apuesta, cada posible escenario, es la inevitable expresión de
nuestros deseos proyectados sobre el telón de un imaginado futuro.
Casi
no tendría necesidad de decirlo. La física cuántica descubrió hace tiempo el
rol determinante del observador en la observación, hasta el momento en que hubo
de aceptar la amarga verdad: el observador no solo observa; interviene en la
observación. La modifica, la altera, la reconstruye. La realidad objetiva – es
la deducción- no es más que el producto de la observación de observadores
subjetivos. Con mayor razón si se trata de una realidad futura, es decir,
todavía inexistente.
Conocer
el futuro ha sido una de las ambiciones más grandes de las meta-teorías de
nuestro tiempo. Todas han fracasado. La imaginación de escenarios, a su vez, no
pasa de ser un residuo que nos dejaron esas meta-teorías. Y al igual que ellas,
esos posibles escenarios nos vinculan a un futuro, a “más alláses” imposibles
de ser verificados desde el lugar del presente donde habitamos. Más todavía,
nos despojan de la rica existencialidad que cada momento ofrece, de la
multiplicidad de sus alternativas y de la posibilidad de pensar intensamente el
momento vivido.
La
acción (no solo) política requiere, por supuesto, de objetivos, pero los
objetivos no son escenificables.
El
verso de Machado “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, no por ser
tantas veces citado ha dejado de ser cierto. La política debe ser vivida en
tiempo presente, tiempo desde donde nos trazamos objetivos destinados a ser
cumplidos en el futuro.
Objetivos
sí, escenarios no. Podría ser un buen lema.
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