Por Armando Janssens
Ya estamos entrando en un
tiempo de transición. ¿Cómo va a pasar?, no lo sé. Pero parece evidente que
estamos al final del sistema político actual y abriendo el camino de una nueva
etapa que puede superar la intensa crisis social que estamos viviendo.
Es evidente que el esfuerzo
variado para llegar al punto omega seguirá siendo exigente y su camino estará
lleno de imprevistos: Centenares de presos, decenas de muertos que ya se ha
cobrado, su mayoría en contextos confusos o claramente con intervención de
paramilitares o similares de diversos órdenes.
Pero también es clara la
evidencia del deseo de cambio. No se trata de un grupo de políticos
tradicionales, sino más bien de una enorme masa de ciudadanos que llegaron a la
madurez actual para actuar y decidir con criterios propios. La MUD puede
proponer, y lo está haciendo oportunamente, pero es la gente de todas partes la
que decide participar a su manera, muchas veces bajo su propio liderazgo y con
su propio criterio. Llama la atención la gran cantidad de jóvenes que
participa, especialmente estudiantes universitarios, pero igualmente de
profesionales, oficinistas y trabajadores. Tienen la energía para aguantar y la
claridad para intervenir.
En los sectores populares el
caldo se cocinó lentamente y se acumuló con los riesgos de desbordamiento. Se
calentó con las largas colas que desde meses dibuja su realidad y se tensó con
los abusos permanentes que debían aguantar. Si en general funcionó con cierta
decencia, igualmente hubo las peleas y desencuentros que dejaron cicatrices en
las comunidades. Un malestar general se apoderó lentamente de la gente que
inició el cuestionamiento a sus autoridades y construyó sus propias razones
acerca de la situación, expresados en términos de corrupción, mala política e
incapacidad. A pesar de que la gran mayoría buscó “la tarjeta de la patria”
para aprovechar lo que es aprovechable, la inmensa mayoría comprendió el truco
propuesto de comprar sus votos, pero ya tiene la claridad para no caer en la
trampa.
Hoy en día hay miedo, mucho
miedo a las balas locas, a la policía y las guardias por su actuar incoherente,
a los ladrones que no toman vacaciones, pero especialmente a los colectivos que
se imponen con una gran mezcla de poder y abusos, y hasta deciden, en muchos
casos, sobre vida y muerte. A pesar de las bolsas CLAP, que llegan con
irregularidad en las distintas zonas, la gente se siente cada día más abandonada.
El comportamiento de nuestras
comunidades se ha debilitado. El lenguaje vulgar se copia con bastante
facilidad desde los más altos cargos de la Presidencia para abajo. El odio
predicado por los jerarcas se internaliza en la opinión general. La temperatura
social es claramente negativa y si no se cuida la gente puede entrar en
violencia no deseada por nadie. Los que ayer eran alabados reciben hoy en día
el cuestionamiento y el rechazo. Si no se cuidan pueden caer bajo su mismo peso
negativo.
Si no detenemos y equilibramos
estas actitudes y realidades, estamos en el “callejón de la muerte”, tanto en
lo social como en la convivencia diaria tan necesaria. Debemos insistir en
confrontar este deslave humano en el que todo perdemos. Es tiempo de transición,
que ya se inicia. Debemos llamar la atención a todos los que tienen que ver con
la comunicación y transmisión de mensajes, a trabajar mancomunadamente para
crear una base común de dignidad y de respeto, y no de venganza y odio que ya
están surgiendo desde las oscuridades del ser humano. No es tarea de la gente
común declarar culpable o no, menos disponer de la vida y de la muerte, sino de
la justicia ordinaria y de las entidades internacionales especialmente creados
para eso.
Veo especialmente una tarea
primordial de los periodistas de toda índole. De los que elaboran las noticias
y las divulgan en los medios, de los propietarios de las distintas estaciones.
Su impacto es enorme y su responsabilidad moral es de primera categoría. Evitar
el odio, el mensaje tendencioso, la segunda intención serán las normas de
referencia que mancomunadamente debemos defender. Me pregunto si las ONG
vinculadas a todo lo que es comunicación pública no pueden promover una acción
concertada de dignidad y equilibrio social.
Igual pasa con el sector
educativo que necesita programas de compensación para acompañar a los jóvenes
estudiantes en el aprendizaje del respeto mutuo, eliminando palabras violentas
y groseras de cada grupo para con el otro. Todos somos necesarios en la reconstrucción
de nuestro país.
Es una tarea evidente para
nuestra Iglesia Católica y las demás Iglesias. Por esencia, deben promover la
justicia y el respeto mutuo. Forma parte de su misión y lo deben reflejar en su
predicación y acción social.
Pero quiero también dirigirme
a esa masa anónima en protesta permanente que es totalmente legal, pero no
necesitan inventos para aumentar la presión ni acusaciones extremas que
conducen a crispar el ambiente y llevarnos al borde de la violencia extrema. No
a la venganza, que es lo contrario de lo que buscamos.
30-04-17
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