Francisco Fernández-Carvajal 15 de octubre de 2018
— Qué
deseamos obtener cuando pedimos nuestro pan de cada día.
— El pan
de vida.
— Fe
para comer este nuevo pan del Cielo. La Sagrada Comunión.
I. Danos
hoy nuestro pan de cada día...
Se
cuenta en una vieja leyenda oriental que cierto rey entregaba a su hijo los
víveres necesarios para vivir holgadamente los doce meses del año. En esta
ocasión, que coincidía con la primera luna del año, el hijo veía el rostro de
su padre, el monarca. Pero este mudó de parecer y decidió poner en manos del
príncipe, cada vez, las provisiones que había de consumir en ese día. De esta
forma podía saludar diariamente a su hijo, y el príncipe ver el rostro del rey.
Algo parecido ha querido hacer nuestro Padre Dios con nosotros. El pan de cada
día supone la oración de la jornada que comienza. Pedir solamente para hoy
significa reconocer que tendremos un nuevo encuentro con nuestro Padre del
Cielo mañana. ¿No hallaremos en esta previsión la voluntad del Señor de que
recemos con atención cada día la oración que Él nos enseñó?
El
Señor nos enseñó a pedir en la palabra pan todo lo que
necesitamos para vivir como hijos de Dios: fe, esperanza, amor, alegría,
alimento para el cuerpo y para el alma, fe para ver en los acontecimientos
diarios la voluntad de Dios, corazón grande para comprender y ayudar a todos...
El pan es el símbolo de todos los dones que nos llegan de Dios1.
Pedimos aquí, en primer lugar, el sustento que cubra las necesidades de esta
vida; después, lo necesario para la salud del alma2.
El
Señor desea que pidamos también bienes temporales, los cuales, debidamente
ordenados, nos ayudan a llegar al Cielo. Tenemos muchos ejemplos de ello en el
Antiguo Testamento, y el mismo Señor nos mueve a pedir lo necesario para esta
vida. No debemos olvidar que su primer milagro consistió en convertir agua en
vino para que no se malograra la fiesta de unos recién casados. En otra ocasión
alimentará a una ingente multitud que, hambrienta, le sigue lejos de sus
hogares... Tampoco olvidará advertir que le den de comer a la hija de Jairo, a
la que acaba de resucitar...3.
Al
pedir el pan de cada día estamos aceptando que toda nuestra
existencia depende de Dios. El Señor ha querido que le pidamos cada jornada
aquello que nos es necesario, para que constantemente recordemos que Dios es
nuestro Padre, y nosotros unos hijos necesitados que no podemos valernos por
nosotros mismos. Rezar bien esta parte del Padrenuestro equivale
a reconocer nuestra pobreza radical de cara a Dios y su bondad para con
nosotros, que todos los días nos da lo necesario. Nunca nos faltará la ayuda
divina.
Al
decir pan nuestro, el Señor ha querido una vez más que no olvidemos
a nuestros hermanos, especialmente a los más necesitados y a quienes Dios nos
ha encomendado.
II. Los
Santos Padres no solo han interpretado este pan como el
alimento material; también han visto significado en él el Pan de vida,
la Sagrada Eucaristía, sin la cual no puede subsistir la vida sobrenatural del
alma.
Yo soy
el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron.
Este es el pan que baja del cielo para que si alguien come de él no muera. Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come de este pan vivirá
eternamente; y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo4.
San Juan recordará toda su vida este largo discurso del Señor y el lugar donde
lo pronunció: estas cosas las dijo en Cafarnaún, en la sinagoga5.
El
realismo de estas palabras y de las que siguieron es tan fuerte que excluye
cualquier interpretación en sentido figurado. El maná del
Éxodo era la figura de este Pan –el mismo Jesucristo– que alimenta a los
cristianos en su camino hacia el Cielo. La Comunión es el sagrado banquete en
el que Cristo se da a Sí mismo. Cuando comulgamos, participamos del sacrificio
de Cristo. Por eso canta la Iglesia en la Liturgia de la Horas, en la fiesta
del Corpus Christi: Oh sagrado banquete en el que Cristo es nuestra
comida, se celebra el memorial de la Pasión, el alma se llena de gracia y se
nos da una prenda de la futura gloria6.
Los
oyentes entendieron el sentido propio y directo de las palabras del Señor, y
por eso les costaba aceptar que tal afirmación pudiera ser verdad. De haberlo
entendido en sentido figurado no les hubiera causado extrañeza ni se hubiera
producido ninguna discusión7. Discutían,
pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede este darnos a comer su
carne?8. Pues Jesús afirma claramente que su Cuerpo y su Sangre son
verdadero alimento del alma, prenda de la vida eterna y garantía de la
resurrección corporal.
Incluso
emplea el Señor una expresión más fuerte que el mero comer (el verbo original
podría traducirse por «masticar»9),
expresando así el realismo de la Comunión: se trata de una verdadera comida, en
la que el mismo Jesús se nos da como alimento. No cabe una interpretación
simbólica, como si participar en la Eucaristía fuera tan solo una metáfora, y
no el comer y beber realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
No
está Cristo en nosotros después de comulgar como un amigo está en un amigo,
mediante una presencia espiritual; está «verdadera, real y substancialmente
presente» en nosotros. Existe en la Sagrada Comunión una unión tan estrecha con
Jesús mismo que sobrepuja todo entendimiento.
Cuando
decimos: Padre, danos hoy nuestro pan de cada día, y pensamos que
en todas nuestras jornadas podemos recibir el Pan de vida,
deberíamos llenarnos de alegría y de un inmenso agradecimiento; nos animará a
comulgar con frecuencia, y aun diariamente, si nos es posible. Porque «si el
pan es diario, ¿por qué lo recibes tú solo una vez al año? Recibe todos los
días lo que todos los días te aprovecha y vive de modo que todos los días seas
digno de recibirlo»10.
III. La
Sagrada Eucaristía, de modo análogo al alimento natural, conserva,
acrecienta, restaura y fortalece la vida sobrenatural11.
Concede al alma la paz y la alegría de Cristo, como «un anticipo de la
bienaventuranza eterna»12;
borra del alma los pecados veniales y disminuye las malas inclinaciones;
aumenta la vida sobrenatural y mueve a realizar actos eficaces relativos a
todas las virtudes: es «el remedio de nuestra necesidad cotidiana»13.
Oculto
bajo los accidentes de pan, Jesús espera que nos acerquemos con frecuencia a
recibirle: el banquete, nos dice, está preparado14.
Son muchos los ausentes, y Jesús nos espera. Cuando le recibamos, podremos
decirle, con una oración que hoy se reza en la Liturgia de las Horas: Quédate
con nosotros, Señor Jesús, porque atardece; sé nuestro compañero de camino,
levanta nuestros corazones, reanima nuestra débil esperanza15.
La fe
–que se manifestará en primer lugar en la conveniente preparación del alma–
será indispensable para comer este nuevo pan. Los discípulos que aquel día
abandonaron al Maestro renunciaron a su fe: prefirieron juzgar por su cuenta.
Nosotros
le decimos, con San Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras
de vida eterna16.
Y hacemos el propósito de preparar mejor la Comunión, con más fe y con más
amor: «Adoradle con reverencia y con devoción; renovad en su presencia el
ofrecimiento sincero de vuestro amor; decidle sin miedo que le queréis;
agradecedle esta prueba diaria de misericordia tan llena de ternura, y fomentad
el deseo de acercaros a comulgar con confianza. Yo me pasmo ante este misterio
de Amor: el Señor busca mi pobre corazón como trono, para no abandonarme si yo
no me aparto de Él»17.
Al
terminar nuestra oración, nosotros también le decimos al Señor, como aquellas
gentes de Cafarnaún: Señor, danos siempre de ese pan18.
Y
cuando recemos el Padrenuestro, pensemos un momento que son muchas nuestras
necesidades y las de nuestros hermanos; diremos con devoción: Padre, «danos
hoy nuestro pan de cada día; lo que necesitamos para subsistir en el
cuerpo y en el alma». Mañana nos sentiremos dichosos de pedir de nuevo a Dios
que se acuerde de nuestra pobreza. Y Él nos dirá: Omnia mea tua sunt19,
todas mis cosas son tuyas.
1 Cfr. Ex 23,
25; Is 33, 16. —
2 Cfr. Catecismo
Romano, IV, 13, n. 8. —
3 Cfr. Jn 2,
1 ss; Mt 14, 13-21; Mc 5, 22-43. —
4 Jn 6,
48-52. —
5 Cfr. Jn 6,
60. —
6 Antífona
del «Magnificat» en las Segundas Vísperas. —
7 Cfr. Sagrada
Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, nota
a Jn 6, 52. —
8 Jn 6,
52. —
9 Cfr. Sagrada
Biblia, Santos Evangelios, cit., nota a Jn 6,
54. —
10 San
Ambrosio, Sobre los Sacramentos, V, 4. —
11 Cfr. Conc.
de Florencia, Decr. Pro armeniis, Dz. 698. —
12 Cfr. Jn 6,
58; Dz. 875. —
13 San
Ambrosio, Sobre los Sacramentos. —
14 Cfr. Lc 14,
15 ss. —
15 Liturgia
de las horas, Oración de las II Vísperas. —
16 Jn 6,
68. —
17 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 161. —
18 Jn 6,
34. —
19 Cfr. Lc 15,
31.
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