Pedro Luis Echeverría 13 de noviembre de 2019
Lo
que podría haber sido impensable unos años atrás, cuando el proyecto de
dominación del régimen se fundamentaba, en buena medida, en el aislamiento de
un importante segmento de la sociedad civil, en su reclusión a un estado de
oposición permanente y en construirles la aureola de una imposible alternativa
de poder, pasó a ser, en lo sucesivo, la mejor salida posible ante las
difíciles circunstancias en que se encuentra el país.
La
conflictividad social que padecemos muestra la magnitud del problema que
afronta el gobierno y que solo puede resolverse con la salida definitiva de sus
dirigentes y la radical eliminación del modelo socio-político que ha venido
tratando de imponer. La quiebra de los servicios sociales, la marginación, el
desempleo, el engaño, la forma perversa en que se presentan las esperanzas de redención
en tiempos de desintegración social, el desmoronamiento político de Maduro y su
gobierno y el rechazo multitudinario de la comunidad internacional, han
determinado que la otrora adhesión al régimen muestre un inexorable descenso.
El
modelo del régimen ya no se percibe como una alternativa para la cohesión
social sino más bien como un factor de exclusión y segregación dentro de la
sociedad venezolana. Representa, para el ciudadano común, un fracaso más que no
le compensa el castigo sufrido por las fracturas sociales y la pérdida de
status que ha sufrido desde hace veinte años.
Ese
ciudadano finalmente ha entendido que es moralmente inaceptable que un proceso
de inclusión como el que preconiza el gobierno se fundamente en la exclusión
ajena y se pretenda clasificar a las personas e instituciones en dignas e
indignas, dependiendo del grado de adhesión y lealtad con el felón de
Miraflores.
La
posibilidad que tiene la disidencia, el próximo 16 de noviembre, de ejercer
democráticamente en el espacio físico de las calles de nuestras ciudades el
derecho de proponer una nueva alternativa para conducir los destinos de la
Nación, avanza sostenidamente. Los tiempos de estancamiento político, de
destrucción de la economía, de impunidad y corruptelas, de amenazas contra la
seguridad comunitaria, de la invasión sistemática de extranjeros en
instituciones fundamentales de la República y la inclemente represión
gubernamental a las ideas y valores modernizadores, han edificado, en la
conciencia de la sociedad civil venezolana, la necesidad de establecer un
conjunto de valores alternativos a los que preconizan quiénes asaltaron el
poder desde 1992.
El
profundo deterioro del ambiente político, económico y social y la voluntad
colectiva de cambio, hacen propicio el momento para establecer las bases de una
transición política hacia una nueva forma de gobierno, poner sobre la mesa una
revisión de todo lo acontecido hasta ahora, examinar la caducidad del sistema
operante, la falsedad de los fundamentos mismos del Socialismo del siglo XXI y
el fortalecimiento de la tradición venezolana diferenciada del marxismo. En
fin, una obligada rectificación a la deformación operada en los valores de
nuestra sociedad, después de tantos años de opresión y vesania.
Recuperada,
como está, la autoestima de la disidencia nacional y propiciada, la capacidad
para participar activamente en la orientación del país, se abre una brillante
oportunidad para reafirmar los valores de libertad e igualdad de los seres
humanos, su dimensión universal y la pluralidad que el gobierno, que
inexorablemente llega a su fin, sistemática y perversamente ha desconocido.
El
16 de noviembre de 2019, debería marcar el inicio de una nueva etapa en el
devenir político de nuestro país, por ello todos debemos acudir masiva y
decididamente a expresar, con nuestra activa presencia, nuestra abrumadora
decisión de ponerle término al más desastroso gobierno que ha tenido la
República y ofrecer nuestro respaldo a las decisiones y acciones que adopten la
Asamblea Nacional y su presidente.
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