lunes, 6 de julio de 2020

Ángel Álvarez: “La cultura del petroestado no va a cambiar de la noche a la mañana” por @prodavinci



Por Hugo Prieto


El único camino para superar la crisis, no hay otro, es que la sociedad venezolana logre que sus demandas, sus necesidades —cuya significación no es otra que la emergencia humanitaria compleja— sean tomadas en cuenta por las élites políticas. De lo contrario, vamos a ver a los factores en pugna —chavismo y oposición— en esta lucha interminable por el poder. 

En el marco de una democracia sólida y estable, los gobernantes se someten al escrutinio del voto. De modo que, tarde o temprano, la acción del gobernante da cabida a las soluciones de los graves problemas de la ciudadanía. Pero en los regímenes autoritarios, donde el voto es poco menos que un simulacro, no hay necesidad de atender esas demandas, el poder se reparte entre los que tienen la fuerza y los privados que se benefician de los recursos del Estado. ¿No es eso lo que hemos visto en Venezuela a lo largo de estos años? Quien habla es Ángel Álvarez, PhD en Ciencias Políticas por la Universidad de Notre Dame (Estados Unidos), profesor jubilado de la UCV, consultor en políticas públicas y director del Centro Urgent Action for Democracy and Development de Toronto, Canadá. 

¿A quién le corresponde iniciar el proceso de negociación en el conflicto venezolano?

Tiene que haber disposición de parte de los actores venezolanos, pero tiene que haber actores de buena fe que, desde afuera, propicien el diálogo, así como de los actores internacionales involucrados para que presionen de tal forma que el diálogo se produzca y dé resultados. Entonces, es un esfuerzo no solamente de los venezolanos o de la comunidad internacional, sino de todos los sectores interesados en que sea, justamente, el diálogo la mejor vía para resolver el conflicto. 

Pasamos por Oslo, por Barbados, incluso por negociaciones internas, y no hemos llegado a ninguna parte. ¿Qué obstaculiza la posibilidad de llegar a un acuerdo?

Varias cosas. Una, si bien el Gobierno tiene incentivos para llamar al diálogo, no los tiene para llegar a un acuerdo. Al Gobierno, dentro o fuera de sus filas, nadie lo acusa de nada si negocia. En cambio, la oposición se debilita y se fragmenta cuando va al diálogo, y esto es así porque la oposición —no toda, pero sí algunos sectores— tienen razones para ir al diálogo. El resultado neto es que el Gobierno utiliza el diálogo para debilitar a la oposición, pero no para llegar a un resultado. Un segundo elemento, no hay ningún motivo importante para que el Gobierno ceda el poder o liberalice las relaciones políticas y económicas internas por la vía del diálogo, y si el objetivo es —tal como se ha dicho explícita y públicamente y, al parecer, también en la mesa de negociación— que el Gobierno se vaya, que busque un mecanismo para abandonar el poder, se genera una situación en la cual es imposible que el Gobierno negocie absolutamente nada. Para Maduro y la cúpula del chavismo, los riesgos son altísimos no sólo en términos de su libertad personal, sino incluso de sus propias vidas y, obviamente, de sus patrimonios. A mi juicio, esas son las dos razones principales por las cuales el diálogo ha fracasado. 


La población venezolana se enfrenta a una crisis económica inédita en la historia del continente, a una emergencia humanitaria de dimensiones bíblicas, pero parece que esto no tiene ningún peso, es un factor nulo en las agendas políticas. 

Sí, se enfrenta a una emergencia humanitaria compleja porque son múltiples factores: desde la salud pública hasta la escasez de alimentos, pasando por la crisis de derechos humanos y políticos. Todos esos derechos están en riesgo, amenazados, limitados, para la población venezolana. Los distintos grupos de la sociedad tienen severas limitaciones para que sus necesidades, sus demandas e intereses sean tomados en cuenta. Históricamente —y ahora muchísimo más—, la sociedad venezolana ha sido muy endeble, desde el punto de vista de su capacidad organizativa. Por esa razón, los temas sociales no están en la agenda política. Los sindicatos venezolanos, por ejemplo, son prácticamente inexistentes y las organizaciones de la sociedad civil son grupos pequeños, con pocos afiliados y pocos recursos. Los grupos empresariales están prácticamente destruidos como consecuencia de la crisis económica y tienen o tuvieron una gran dependencia del Estado, lo que impidió que fuesen fuertes y poderosos. 

Aquí tenemos que tomar conciencia de ese hecho. Han transcurrido 20 años de chavismo y no hemos podido crear ciudadanía. Entonces, los grandes responsables de esta situación somos nosotros, los venezolanos. 

En buena medida, sí. Pero hay que aclarar que es una cultura que resulta de una estructura económica. Venezuela, a lo largo del siglo XX y lo que va del siglo XXI, ha sido un petroestado. Desde que se descubrió el petróleo, el Estado siempre ha sido autónomo con respecto de la sociedad. Y la sociedad ha sido, estructuralmente, muy dependiente de la economía petrolera. Eso genera una cultura centralista, casi heroica. Hace que los venezolanos no se organicen y pospongan sus necesidades en espera de que alguien, un partido político fuerte o un caudillo que venga de afuera y solucione, por arte de magia, todos los problemas. Lamentablemente, la cultura política no cambia de la noche a la mañana. No olvidemos que desde 1999 hasta 2012, los venezolanos estuvieron respaldando a ese líder carismático que era la expresión más acabada de lo que estoy diciendo. Hugo Chávez, el caudillo militar, político, poseedor de todos los recursos. Chávez murió en 2013, aún es temprano para que esa cultura cambie.  

Ya no hay lugar para que venga, como dijo una vez Ramón Piñango, «un Chávez de mi confianza». Ya el petróleo no tiene ni la importancia económica ni el potencial que tuvo en el siglo XX. Le toca a la sociedad venezolana organizarse y poner en 3 y 2 —para decirlo coloquialmente— a las élites políticas. De lo contrario, no veo cómo se pueda resolver el conflicto. 

Ciertamente, es así. Pero creo que hay señales alentadoras. Hay un relativo crecimiento de la conciencia alrededor de la necesidad de la organización social, por parte de algunos gremios, de algunas organizaciones políticas, vinculados a cristianos de base, a organizaciones religiosas, a organizaciones de la sociedad civil. Son experiencias incipientes, fragmentadas. Por esa misma razón y por la naturaleza del proceso organizativo, no creo que puedan producir un resultado en el corto plazo. Si alguien quiere un ejemplo de lo que es necesario pensar, yo señalaría al sindicato Solidaridad en Polonia. Es un caso interesante. Ahora, Solidaridad no nació de la noche a la mañana. Fueron aaaaños de lucha social y luego de lucha política para poder lograr la transición política. 

¿Qué opinión le merece la indiferencia de las élites políticas y, particularmente, del chavismo, que ejerce el poder y, por tanto, tiene una responsabilidad de primer orden ante el drama de los venezolanos?

Insisto: los políticos no responden a las necesidades de la población, a menos de que la población los obligue. La motivación fundamental y primaria de un político es obtener el poder, y las vías para llegar ahí son diversas. Una de ellas es responder a las necesidades de la población, o simular que respondes a ellas, dependiendo del caso. Bajo cualquier circunstancia, la reacción, la respuesta, a las necesidades de la población se producen, si y sólo si, la población tiene capacidad de presionar y obligar al político a que tome en cuenta sus necesidades. El político, por su propia naturaleza, no toma en cuenta esas consideraciones, a menos de que le sea necesario políticamente. En una democracia plena, el político está obligado a responder a esas necesidades, entre otras cosas, porque está sujeto al escrutinio electoral. 

Ya vemos que ésa no es la característica de un régimen autoritario. Y para muestra, el caso venezolano. 

El poder, bajo esos regímenes, no depende de la voluntad popular, sino de otros mecanismos de relaciones entre las élites. Por ejemplo, la distribución del poder entre los integrantes de las Fuerzas Armadas, la distribución de recursos económicos del Estado entre los particulares que ejercen el poder. Las necesidades de la población pueden pasar, perfectamente, a un segundo plano, porque la sociedad carece de mecanismos para obligar al político a responder a sus necesidades.

Apenas conocido el triunfo de Chávez, un periodista venezolano le preguntó al embajador de Estados Unidos: «¿Ustedes qué van a hacer?», a lo cual el embajador respondió lo siguiente: «¿Nosotros? Los que tienen que hacer algo son ustedes «. Han transcurrido 20 años y el chavismo se convirtió no sólo en un problema regional, sino en un caso para la justicia estadounidense, en cuyos tribunales se procesan casos de narcotráfico, corrupción y lavado de activos. A estas alturas, la respuesta del embajador se quedó corta. 

Los Estados Unidos y los demás países de la región, incluida Colombia y Brasil, afectados por la crisis venezolana, están haciendo lo que a ellos les corresponde, que es atender a sus propios intereses, a sus propias necesidades. No a los intereses y necesidades de Venezuela. Es trágico que lo diga, pero eso es así. Para ponerte un ejemplo. Yo soy venezolano, pero además tengo ciudadanía canadiense. ¿Qué hizo Canadá, especialmente, bajo esta segunda gestión de Justin Trudeau? Venezuela ha estado en la agenda como nunca antes en la historia de Canadá. El Gobierno de Trudeau ha declarado múltiples veces su preocupación por Venezuela. Canadá formar parte de todas las iniciativas para tratar de encontrar soluciones negociadas y pacíficas en Venezuela. Eso es exactamente así. Pero también ha protegido sus propios intereses. Porque a sabiendas de que la crisis se puede convertir en un problema migratorio para Canadá, entonces cada vez es más difícil para los venezolanos conseguir una visa, incluso de turista. Algo similar ocurre en países como Colombia, Brasil y los Estados Unidos, que han sido muchísimo más afectados por la crisis venezolana. ¿Qué hacen los Estados Unidos? Imponen sanciones, trata de procesar a los implicados en negocios turbios, sea narcotráfico o lavado de activos, condena a algunos de ellos, confisca propiedades, confisca activos e impone limitaciones a la entrada de venezolanos. Es decir, resuelve su problema. Es a los venezolanos a quienes les corresponde resolver la crisis de Venezuela. No a los Estados Unidos, ni a los países del Grupo de Lima o a la Unión Europea.

Joaquín Villalobos, el antiguo guerrillero salvadoreño, cree que aquí hay mucha confusión, entre otras cosas, porque no se ha entendido que Venezuela es un país ocupado por Cuba y mientras eso sea así, aquí no va haber solución al conflicto político. ¿Usted qué piensa?  

Yo creo que Cuba está sobredimensionada en el análisis de los estudiosos de Venezuela y de los opositores venezolanos. Cuba, evidentemente, es importante. Y lo es porque provee apoyo, especialmente en los sistemas de seguridad, logística, adiestramiento, personal. Cuba no es un actor secundario en la política venezolana actual. Pero no diría que es el actor relevante. Una transición a la democracia en Venezuela causaría grandes problemas en Cuba, por eso ellos no están interesados en que se produzca una transición. Es natural, Cuba está velando por sus propios intereses, no por los intereses de los estados con los que se relaciona, en este caso, Venezuela. No diría que Cuba es el problema, es parte del problema. Mucho más importante es la influencia económica de China o la influencia política de Rusia. Mucho más importante, si se va a entrar en un proceso de negociación, es el Gobierno de Putin y muchísimo más importante, desde el punto de vista económico —recursos energéticos, minería, inversiones estratégicas—, es la presencia de China. Por eso el apoyo al Gobierno de Chávez y ahora al de Nicolás Maduro ha sido tan importante. Y eso se produce por el abandono de América Latina y de Venezuela, en particular, por parte de los Estados Unidos. Si a mí me pidieran que señalara cuáles son los actores internacionales del lado del chavismo, no pondría a Cuba en primer lugar, sino a Rusia y a China. 

¡Ah! Entonces el señor Bolton no estaba tan equivocado cuando planteó que se resucitara la doctrina Monroe. 

Sí y no. La doctrina Monroe fue importante en un momento en que Estados Unidos estaba expandiéndose en su territorio, bajo un capitalismo con barreras geográficas muy claras, muy determinadas. Era lógico que Estados Unidos mirara hacia sus áreas de influencia. Pero el capitalismo hoy es mucho más global, mucho más financiero que industrial. Se hace más virtual por redes que en territorios específicos. Por eso América Latina, incluso México que está al lado y Venezuela, que ya ni siquiera es un proveedor de petróleo relevante en comparación con la propia capacidad que tienen los Estados Unidos en autoabastecerse, ha perdido significación. El área de interés de los Estados Unidos está en otra parte, en otros países. En primer lugar, se ha hecho más global y se ha concentrado más en Europa y en Asia que es un mercado fabuloso e importantísimo, por el crecimiento que han tenido esos mercados y las oportunidades que se han abierto en esos países. No creo que la doctrina Monroe, al menos como fue definida en su momento, en términos geográficos y geopolíticos, tenga relevancia hoy en día. 

Se podría decir, entonces, que somos una víctima de la globalización.

Estoy de acuerdo. Si hay algo que reivindicar del famosísimo libro La teoría de la dependencia, de Fernando Henrique Cardoso, cuando aún era de izquierda, es que una condición necesaria para el desarrollo de un país es la forma en que se inserta no solamente en la economía mundial, sino en la estructura de poder internacional. América Latina siempre ha tenido problemas para saberse insertar en la estructura de poder internacional. En este nuevo juego de poder que siguió a la caída del Muro de Berlín, en la cual los actores son Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China, América Latina, una vez más, no ha sabido insertarse. Ha perdido un poco la brújula. Su inserción en el mundo bipolar, de la guerra fría, era clave. Venezuela lo hizo relativamente bien, porque era un proveedor confiable de petróleo, en momentos en que el control territorial de las cuencas petroleras era primordial para los Estados Unidos. Finalizada la guerra fría, Venezuela no ha sabido insertarse. Lo ha hecho débilmente, está a la deriva y a merced de los grandes poderes internacionales. 

El corolario de esta conversación es que no podemos poner grandes expectativas o albergar esperanza de que los factores internacionales puedan contribuir, decididamente, a la solución del conflicto venezolano. Tenemos que mirar hacia adentro. No se hizo. ¿A qué atribuye que el énfasis se haya puesto en el papel que pudiera jugar los factores internacionales? 

Lo diría de una forma muy simple. Nadie se ocupa de uno si no lo haces tú mismo. La gente no te presta atención, si tú mismo no te prestas atención. Mucho menos en el área política y en la política internacional. Si los venezolanos no se ocupan de sus propios asuntos de una manera efectiva, ¿por qué lo harían los demás? Una de las cosas que no ha podido hacer la oposición es colocar al Gobierno en una situación en la cual no le quede más alternativa que negociar. Allí la comunidad internacional podría jugar un papel como fuerza de poder y presionar para llegar a una salida negociada y pacífica a la crisis. Pero mientras eso no ocurra, no veo por qué los factores internacionales tengan que ocuparse de Venezuela. 

¿Usted cree que las elecciones parlamentarias, tal como están planteadas, pueden allanar el camino para que los venezolanos busquen una solución al conflicto?

No, no lo creo. Pase lo que pase. En estos momentos es irrelevante que la oposición participe o se abstenga. Hagan lo que hagan, el resultado va a ser absolutamente el mismo. La oposición ha estado debatiéndose entre participar o abstenerse, por lo menos, desde el año 2005. Y cuando se abstiene, no pasa nada. Y cuando participa, tampoco pasa nada, entre otras cosas, porque la oposición carece, como lo dije anteriormente, del poder necesario para obligar al Gobierno a hacer absolutamente nada. En cambio, el Gobierno tiene mucho poder del que necesita para obligar a la oposición a hacer una cosa u otra. El Gobierno puede presionar a unos sectores de la oposición para que se abstengan persiguiendo, reprimiendo, inhabilitando, poniendo condiciones inaceptables, alienándolos del juego político. Asimismo, puede generar incentivos para que algunos sectores de oposición participen. Renueva un CNE que lo hace algo menos desprestigiado que el anterior. Le otorga partidos políticos a los disidentes de sus propios partidos políticos y quizás oportunidades de negocios para que puedan financiar y desarrollar sus carreras políticas. El único factor de poder que tuvo la oposición para condicionar la acción del Gobierno provino de dos cosas: los votos de 2015 y una comunidad internacional muy interesada en la situación venezolana. Pero esos dos factores, a mi juicio, los dilapidó. Actualmente, la oposición está más dividida, más fragmentada que nunca. De forma tal que no creo que estas elecciones vayan a cambiar nada.

05-07-20




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