Por Víctor Salmerón
La Encuesta de
Condiciones de Vida (Encovi), elaborada por la Universidad Católica Andrés
Bello (UCAB), refleja que en cuanto a pobreza y desnutrición Venezuela sufre un
deterioro profundo: sus datos ya no son comparables con los de países
suramericanos sino con los de naciones de África y Centroamérica.
El estudio encuestó
9.932 hogares de todo el país entre noviembre de 2019 y marzo de 2020. Para
medir la pobreza de ingresos, la Encovi contempla que los venezolanos que no
consumen 2.200 calorías diarias de una canasta de alimentos básicos son pobres
extremos. Quienes logran ingerir estas calorías pero no pueden costear servicios
esenciales como luz eléctrica y transporte, son pobres.
De acuerdo a ese
criterio, 79,3% de los venezolanos están sumergidos en pobreza extrema y 96,2%
son pobres, al cierre de 2019. En 2014, cuando comenzó la recesión que hundió
la economía, y luego, a partir de 2017, se combinó con la hiperinflación, la
pobreza extrema se ubicó en 20,6%.
Luis Pedro España,
sociólogo e investigador de la UCAB, precisa que “el aumento de la pobreza se
debe a la caída de la economía. Entre 2013 y 2019 el PIB se redujo 70%,
entonces no hay riqueza para repartir, no hay bienestar para disfrutar”.
Además del indicador
basado en el ingreso, la Encovi realiza una medición multidimensional soportada
en cuántos hogares presentan una o más de las siguientes características:
viviendas inadecuadas, viviendas sin servicios de saneamiento básico,
inasistencia escolar de los niños, hacinamiento crítico, calidad del empleo e
ingresos.
De acuerdo con este
criterio 64,8% de los hogares son pobres al cierre de 2019, cifra que se
traduce en un salto de 13,8 puntos porcentuales respecto a 2018.
“Si bien esto es como
un promedio que nos muestra distintas variables, es cierto que el salto que
experimenta la pobreza multidimensional entre 2018-2019 está relacionado en su
mayoría al ingreso y con el acervo material de los hogares, pero también vemos
una mayor precarización del empleo”, dice Luis Pedro España.
Al comparar a Venezuela
en el contexto internacional, utilizando un tipo de cambio que permite comparar
entre países y establecer una línea de pobreza extrema donde se ubican quienes
viven con un ingreso promedio per cápita inferior a 1,9 dólares al día,
“Venezuela es el país más pobre y el segundo más desigual de América Latina”,
dice Luis Pedro España.
Agrega que “Venezuela
dejó de parecerse a América Latina y es más similar a Centroamérica o África.
Cuando vemos países con fragilidad institucional similar a los de Venezuela,
encontramos a nuestros pares en materia de pobreza”.
En una lista de países
que incluye a Nigeria, Chad, Congo, Zimbabue, Yemen, Haití, Sudán, Camerún y
Guatemala, Venezuela se ubica en el segundo lugar en cuanto a pobreza extrema,
solo superado por Nigeria.
La desigualdad se
manifiesta con crudeza en la alimentación: la dieta de los pobres se compone
mayoritariamente de carbohidratos, y la diferencia en el consumo de proteínas
entre el estrato más pobre y el más rico es de cinco veces.
Si se toma en cuenta el
indicador peso-edad, 8% de los niños menores de cinco años sufren desnutrición.
“Esto nos dice que Venezuela es el país de Suramérica con los mayores niveles
de desnutrición según esta medida”, explica España.
De acuerdo con datos de
2016, en Colombia y Perú la proporción de menores de cinco años desnutridos
según el peso era de 3,4% y 3,2% respectivamente.
Al evaluar la talla,
30% de los niños venezolanos menores de cinco años padecen desnutrición: “Esta
magnitud no es comparable con Suramérica sino con países africanos como Nigeria
y Camerún”, dice Luis Pedro España.
La política que ha
implementado el gobierno de Nicolás Maduro para tratar de contener el avance de
la pobreza y la desnutrición se basa en el reparto de transferencias directas a
través de bonos, y la venta de alimentos a precios subsidiados mediante el
reparto de cajas de los Comité Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP).
Principalmente las
cajas contienen arroz, granos y pasta. Encovi determinó que 5% de los pobres
extremos no reciben la caja CLAP y 15% la recibe cada dos meses.
Bomba demográfica
Al comenzar este siglo,
los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) afirmaban que entre 2000
y hasta 2045 la población venezolana tendría una estructura irrepetible: los
venezolanos en edad de trabajar y producir superarían a los jóvenes menores de
15 años y a los mayores de 65. Esta condición, que se denomina bono
demográfico, ocurre una sola vez en la historia de los países y permite reducir
los recursos destinados a la crianza de los hijos o a los ancianos, y disponer
de más mano de obra para impulsar el crecimiento y el desarrollo.
Pero no ocurrió así.
Las proyecciones de la Organización de las Naciones Unidas indican que en 2020
la población de Venezuela es de 28,4 millones de habitantes: cuatro millones
menos de lo proyectado por el INE, como resultado de la emigración a otros
países, en su gran mayoría, de jóvenes entre 15 y 39 años de edad.
La emigración de
población joven se traduce en que el país envejeció, perdió el bono demográfico
y en este momento la cantidad de menores de 15 años y mayores de 65 años
superan a quienes tienen edad de trabajar.
El impacto de este
cambio es profundo, porque tras el empobrecimiento el país no cuenta con
recursos para implementar programas de pensiones y protección para los
ancianos.
Anitza Freites,
directora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UCAB, explica que
“prácticamente ya tenemos indicadores de dependencia demográfica que debimos
alcanzar en 2045. Esta situación nos encuentra en muy malas condiciones, un
país con decrecimiento económico, y no estamos preparados para asumir la
responsabilidad de un programa de protección social que sea sostenible en el
tiempo para cubrir a la población de mayor edad”.
“El bono demográfico no
fue aprovechado para desarrollar las fuerzas productivas del país, para
absorber a la población en edad de trabajar. No es de extrañar que la mayoría
de la población que sale del país son adultos jóvenes. La caída en el volumen
de población disminuye la presión sobre ciertos servicios como la educación,
salud, vivienda, pero también significa un mercado de menor tamaño para la
producción de bienes”, agrega Anitza Freites.
El deterioro en la
calidad de vida se manifiesta en la mortalidad infantil. Las proyecciones del
INE, elaboradas con base al Censo de 2011, señalaban que en 2020 este indicador
se ubicaría en 12 fallecidos por cada mil nacidos, pero la Encovi determina que
es de 26 fallecidos por cada mil nacimientos.
“Hay una disparidad
entre lo que debió ser la tendencia y lo que ocurrió. Esa brecha de 14 puntos
nos coloca en el nivel de finales de la década de los ochenta. Es un
retroceso”, dice Anitza Freites.
El Coronavirus
El estudio para medir
el impacto de la cuarentena por el coronavirus señala que hasta un 43% de los
hogares del país reportan imposibilidad de trabajar o pérdida de ingresos.
Las transferencias del
gobierno a través de bonos para tratar de compensar a las familias afectadas
han aumentado pero son insuficientes. Luis Pedro España precisa que “el 25% de
los hogares declararon recibir transferencias de instituciones públicas entre
octubre y febrero de 2020, esto aumentó al 52% en marzo/abril. El promedio de
esas transferencias (bonos) es de 5 dólares”.
Agrega que “con los
números de infectados aumentando y con un previsible aumento de las muertes por
COVID-19, Venezuela está entrando a lo que puede ser una verdadera crisis
humanitaria. No hay forma de saber el tamaño de la crisis sanitaria que se
avecina”.
07-07-20
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