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miércoles, 8 de julio de 2020

¿Demasiado tarde? Por @marconegron



Por Marco Negrón


Cuando desde la Facultad de Arquitectura, mediando la década de 1990, iniciamos las gestiones para obtener la declaratoria de la Ciudad Universitaria de Caracas como Patrimonio de la Humanidad, sabíamos que no se podía esperar un gran apoyo económico por parte de Naciones Unidas pero que, en cambio, ello ayudaría a sensibilizar y concienciar a las instituciones públicas y privadas del país para aportar recursos específicos para contribuir a su mantenimiento y conservación.

Pero lo que no se podía prever eran las características del régimen que se instauraría en 1999, menos todavía la saña que desplegaría contra las universidades, en particular contra la UCV, incluso contra esa misma planta física que en el 2000 recibiría tan apreciado reconocimiento.

Estábamos conscientes de que, en un país con la débil tradición de mantenimiento del nuestro y los hábitos de dependencia del Estado sembrados por el rentismo, las primeras resistencias a vencer serían las internas: la CUC es un patrimonio vivo, sometido tanto a la presión de una población estudiantil que supera largamente aquella para la que fue proyectada como a la necesidad de incorporar nuevos equipamientos que, de no procederse con la cautela y sabiduría requeridas, podrían tener impactos muy negativos para su preservación.

Aunque expresaran orgullo, a la mayoría de los profesores y de las autoridades no les iba a ser fácil entender a cabalidad las implicaciones de ese nuevo estatus: para un Decano de Farmacia o de Odontología lo apremiante sería, con seguridad, ampliar sus espacios de docencia e investigación o incorporar nuevos equipos, no previstos en el proyecto original; a otro tampoco le iba a importar demasiado que una improvisada oficina administrativa desnaturalizara una noble rampa en voladizo y, a la vez, cegara un mural de Víctor Valera. Máxime si lo había autorizado la antigua (y burocratizada) Oficina de Planeamiento.

Para el sedicente socialismo bolivariano, aunque en sus más altos niveles de dirección exhibe o ha exhibido gran número profesores de la UCV, incluidos docentes de la Facultad de Arquitectura, y hasta algún Rector, el tema del patrimonio ha sido totalmente irrelevante cuando no irritante: no es sólo que jamás se ha movido un dedo para asignarle recursos, sino que incluso ha reinado el silencio cómplice ante las muchas agresiones de que ha sido objeto desde la bufonesca “toma” de la sala del Consejo Universitario en marzo de 2002 por un grupo de estudiantes crónicos afectos al régimen.


Y la CUC tuvo la mala suerte de ser declarada Patrimonio de la Humanidad cuando daba sus primeros pasos el que, dos décadas después, nadie duda en calificar como el más funesto y depredador gobierno de nuestra historia republicana; también el más hostil al talento.

La vista de la cubierta colapsada suscita inmediatamente la imagen de un fracaso como sociedad, de la incapacidad para alcanzar esa modernidad (la nuestra, la auténticamente nuestra) tan largamente perseguida. Pero no es la única, aunque sí, quizá, la más impactante: ella ha sido precedida por otras experiencias menos espectaculares o menos perceptibles como el indetenible deterioro del puente sobre el Lago de Maracaibo; la chatarrización de uno de los mejores sistemas eléctricos de toda la región; el progresivo colapso de las ciudades históricas, pero también de las fundadas bien entrado el siglo XX, como ocurre con Ciudad Guayana.

El genio poético de Octavio Paz le permitió resumir en una breve frase el rol esencial que han jugado las ciudades en el desarrollo de la sociedad humana, del mismo ser humano: “una civilización es ante todo un urbanismo”.

En distinto grado, el colapso de la cubierta del pasillo de la CUC tiene varios responsables que en su momento tendrán que rendir cuentas, pero el mal de origen hunde sus raíces en la ciénaga de un régimen tan hinchado de soberbia como ayuno de conocimiento, único desde los tiempos de Boves que ha logrado la infame hazaña de destruir nuestras ciudades y, con ellas, nuestra civilización. Dos décadas deberían bastar para entender que, mientras ese disparate llamado socialismo bolivariano siga rigiendo los destinos del país, la erosión será imparable. Hoy pudiéramos estar cerca del punto de no retorno.

07-07-20




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