Por Simón García
“…hacia
la intemperie ética que significa la acogida radical del otro…”.
Armando
Rojas Guardia.
La primera frase de un
abstencionista venezolano es advertir que no lo es. Dejó de ejercer el voto en
los últimos procesos electorales sin hacerle ninguna mella al régimen y se
empeña en llover sobre lo mojado: evitarle al autócrata un repudio masivo y
demostrar que gobierna sin legitimidad. Al menos esas dos victorias las cede
quien entrega un derecho fundamental para defender, aunque sea un resquicio, de
la democracia que toda dictadura quiere liquidar.
El abstencionista es un
demócrata sin esperanza en la democracia En vez de combatir al régimen hace
exactamente lo que éste ha planificado que haga: restarle fuerza electoral a la
oposición y evitarle una segura derrota a Maduro. La pregunta es, ¿a cambio de
qué?
Ser abstencionista en
democracia es rechazo, inconformidad. En dictadura es aceptar, sin resistencia
ni protesta, las provocaciones dirigidas a encerrar a los ciudadanos en una
cuarentena electoral. La obligación moral de un demócrata es votar contra el despotismo,
al margen de si el poder decide desconocer la voluntad de la mayoría. Ese sería
otro episodio, al que tampoco puede dársele la espalda.
Si el mantra de la
salida violenta fracasó, como lo prueban los hechos. Si no tiene sentido usar
la abstención para justificar que buena parte de los dirigentes de la oposición
se vayan al exilio a conformar gobierno, ¿por qué la oposición parlamentaria,
que está allí gracias al voto, no le pone el RIP a una estrategia que está
contribuyendo a coleccionar derrotas?
Ese mantra se basa en
tesis extremistas, cómodas para aparentar radicalidad de palabra y resignación
de hecho. El destrozo a la ruta del cambio, se basa en supuestos cuya debilidad
aparece al leerlos: 1) Primero salir de Maduro, después resolver los problemas
de la gente; 2) No se debe participar en elecciones sin derrocar a Maduro; 3)
Este régimen solo sale por la fuerza, votar es legitimarlo
La represión del
gobierno contra partidos del G4 ha conducido a concentrar energías en la
defensa personalista de los liderazgos legítimos de estos partidos y fortalecer
la abstención para que las tarjetas secuestradas no obtengan votos.
Consecuencia: regalarle un triunfo tranquilo a Maduro, que se frota las manos
porque ve cumplidos sus objetivos.
A las agrupaciones
opositoras que participan en el proceso electoral, unos negociando
políticamente con el régimen, otros objetivamente subordinados a él por su
debilidad, les cuesta atraer a un electorado que no se identifica con sus
posiciones o con su manera de llevarlas a cabo. Los que agarraron su garrocha
en dólares son otra cosa y no cuentan.
El argumento más fuerte
para conquistar votantes es proponer candidatos que generen confianza y
voluntad de victoria. Estos candidatos deben contar con el aliento de
organizaciones no partidistas como la Iglesia o Fedecámaras, preservando sus
específicas misiones institucionales. Los nuevos actores deben provenir del
liderazgo cívico y de militantes de partidos dispuestos a asumir el reto sin
romper con sus partidos. Cuestión de conciencia.
Sólo unas fórmulas de
este tipo, con alianzas que sumen votos o pluralidad, pueden unir la oposición
social. Basta de combatir con balas de salva. Es posible armar un cañonazo de
outsiders y dar la batalla desde ahora por unas elecciones de Gobernadores y
Alcaldes con mejores condiciones electorales y lo que más importa, con una
oposición unida.
12-07-20
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