Francisco Fernández-Carvajal 15 de octubre de 2020
@hablarcondios
— La hipocresía de los fariseos.
— El cristiano, un hombre sin doblez.
— Amar la verdad y darla a conocer.
I. Se reunió tal
muchedumbre para ver a Jesús que se atropellaban unos a otros. Y entre tantos
como le rodeaban, el Maestro se dirigió en primer lugar a sus discípulos con
esta advertencia: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la
hipocresía. Y añadió: Nada hay oculto que no sea descubierto, ni
secreto que no llegue a saberse. Porque cuanto hayáis dicho en la oscuridad
será escuchado a la luz; cuanto hayáis hablado al oído bajo este techo será
pregonado sobre los terrados1.
La palabra hipócrita designaba en el
mundo griego antiguo al actor que, con una máscara y un disfraz, asumía una
personalidad ajena. Fingía ante el público ser otro, frecuentemente muy lejano
a su propia realidad: unas veces era rey y, otras, mendigo o general. Le
bastaba con ocultar su propio ser detrás de la máscara y tomar cualidades y
sentimientos postizos. Su papel se desarrollaba cara al público, teniendo como
regla suprema de su actuación la aprobación y el aplauso de la galería.
El ser íntimo –la levadura– de muchos fariseos era
la hipocresía, el actuar de cara a los demás y no de cara a Dios.
Su vida era tan falsa como la de los actores durante la representación. Cayeron
en la tentación de darle gran importancia al juicio de los hombres –¡tan
endeble y pasajero!– y descuidar el de Dios. El Señor les dirá en otra ocasión
que son semejantes a sepulcros blanqueados: por fuera parecen
hermosos y por dentro están llenos de huesos que se pudren2.
En realidad llevaban una doble vida: una llena de máscaras, de apariencias, de
falsedad, que andaba pendiente del concepto que los hombres tenían de ellos;
otra, descuidada y poco generosa, de cara a Dios.
El Señor quiere para los suyos una levadura,
un modo de ser, bien distinto. Quiere que tengamos ante Él y ante los demás una
única vida, sin máscaras, sin disfraces, sin mentiras. Hombres y mujeres de una
pieza, que van con la verdad por delante.
II. Jesús mismo nos
enseñó el modo de comportarnos: Sea vuestro modo de hablar sí, sí, o
no, no; lo que pasa de esto, de mal principio procede3.
En el trato con los demás la palabra del hombre debe bastar. El sí debe ser sí y
el no, no. El Señor quiso realzar el valor y la fuerza de la
palabra de un hombre de bien que se siente comprometido por lo que dice.
Nuestra palabra y nuestra actuación de cristianos y de
hombres honrados ha de tener un gran valor delante de los demás, porque hemos
de buscar siempre y en todo la verdad, huyendo de la hipocresía y de la doblez.
En las situaciones normales de la vida debe bastar la palabra del cristiano
para dar toda la fuerza necesaria a lo que afirma o promete. La verdad es siempre
un reflejo de Dios y debe ser tratada con respeto. Si tenernos el hábito de
decir siempre la verdad, aun en asuntos que parecen intrascendentes, nuestra
palabra tendrá una gran fuerza, «como la firma de un notario», que no se pone
en entredicho. Así imitamos al Señor.
Muy lejos de lo que ha de ser un cristiano está
el hombre de ánimo doble, inconstante en todos sus caminos4,
que presenta una personalidad o unas ideas, como los actores, según el público
que tenga delante. Es un hombre de ánimo doble –comenta San Beda– «el que aquí
quiere regocijarse con el mundo, y allí reinar con Dios»5.
Hoy se hace especialmente urgente para el cristiano el
ser un hombre, una mujer, de una sola palabra, de «una sola vida», sin utilizar
máscaras o disfraces ante situaciones en las que puede ser costoso mantener la
verdad, sin preocuparse excesivamente del «qué dirán» y echando lejos los
respetos humanos, rechazando toda hipocresía. La veracidad es la virtud que
inclina a decir siempre la verdad y a manifestarse al exterior tal como se es
interiormente6, enseña Santo Tomás de Aquino. Con todo, se darán casos en los
que no estemos obligados a manifestar la verdad, y aun, en ocasiones, es deber
grave de justicia no revelarla: pueden ser motivos de secreto profesional, de
seguridad pública u otras graves razones, entre las que destaca el sigilo
sacramental del confesor y lo que hace referencia a la dirección espiritual. En
esos casos caben diversos modos de ocultar la verdad, sin incurrir en la
mentira. También, cuando el que pregunta no tiene derecho alguno a conocer la
verdad y, en casos extremos, actúa como injusto agresor, perdiendo incluso el
derecho a no ser engañado. Pero, «no olvidemos, por lo demás, que con
frecuencia es culpa nuestra el que nos hagan preguntas indiscretas. Si
guardásemos mejor el recogimiento y el silencio, no nos las harían o nos las
formularían rarísimas veces»7.
Imitemos al Señor en su amor a la verdad. Formulemos
el propósito de huir de la mentira y de todo aquello que suene a falso e
hipócrita. «Leías en aquel diccionario los sinónimos de insincero: “ambiguo,
ladino, disimulado, taimado, astuto”... —Cerraste el libro, mientras pedías al
Señor que nunca pudiesen aplicarte esos calificativos, y te propusiste afinar
aún más en esta virtud sobrenatural y humana de la sinceridad»8.
III. Dice
Jesús: Yo soy la Verdad9.
Él tiene la verdad en plenitud, y esta nos vino por medio de Él10.
Toda su enseñanza, también su vida y su muerte, constituyen un testimonio de la
Verdad11. Aquel en quien está la verdad es de Dios y, por tanto, tiene
el oído atento para escuchar a Dios12.
La verdad tuvo su origen en Dios y la mentira en la
oposición consciente a Él. Por eso llama Jesús al demonio padre de la
mentira, porque la mentira comenzó con él. Y el que miente tiene al diablo
como padre13. Por eso, la enseñanza moral de la Iglesia reprueba no solo
la falsedad que produce un daño al prójimo, sino que también desaprueba a los
que –sin acarrear daño al prójimo– «mienten por recreo y diversión, y a los que
lo hacen por interés y utilidad»14.
La falta de veracidad que se manifiesta en la mentira
o en la hipocresía, o en la falta de «unidad de vida», revela una discordia
interior, una fractura de la misma personalidad humana. Un hombre, una mujer
así es como una campana rota: carece de buen sonido. El testimonio que el Señor
manifestó acerca de Natanael, indicando que era un israelita sin doblez15,
es lo más bello que se puede decir de un hombre: «en él no hay doblez; es de
una pieza». Eso mismo debe poderse decir de cada uno de nosotros, de cada
cristiano.
Estamos en una época en la que se valora
extraordinariamente la sinceridad, pero a la que, por contraste, se le ha
llamado el tiempo de los impostores, de la falsedad y de la mentira16.
Entre otros, pueden ser a veces impostores «los hombres de la gran prensa, que,
divulgando indiscreciones sensacionalistas e insinuaciones calumniosas...»,
confunden a sus lectores. A la «gran prensa» se le podrían añadir en muchas
ocasiones el cine, la radio, la televisión... Estos instrumentos, que por su naturaleza
han de ser transmisores de la verdad, «si los manipula gente astuta, a fuerza
de bombardear a los receptores con colores sonorizados y de una persuasión
tanto más eficaz cuanto más oculta, son capaces de hacer que los hijos acaben
odiando al mejor de los padres y la gente vea blanco lo que es negro»17,
que se cambien los criterios morales de una sociedad. Siempre que tengamos esos
medios a nuestro alcance, los usaremos para hacer llegar la verdad a la
sociedad, principalmente sobre esos temas que, por su trascendencia, marcan el
futuro de un pueblo: la defensa de la vida, desde su concepción; la dignidad de
la familia y de la persona; la justicia social; el derecho al trabajo; la
preocupación por los más débiles... Muchas veces, esos medios están al alcance
de todos: una carta, una llamada por teléfono, participar en una encuesta o en
un programa de la radio..., nos pueden permitir que muchos oigan la doctrina de
la Iglesia sobre esas materias, o manifestar la disconformidad con un programa
o artículo que conculca los fundamentos morales de un hombre de bien. No
dejemos de actuar pensando que es poco lo que podemos hacer. Muchos pocos
cambian el rumbo de una sociedad.
Al terminar nuestra oración, acudamos a Nuestra Señora
para vivir en todo momento la verdad sin componendas, y para darla a conocer
sin las trabas de los respetos humanos o de la pereza, causante de tantas
omisiones. Pidámosle una vida sin doblez, sin la hipocresía que echó en cara
Jesús a aquellos fariseos.
«“Tota pulchra es Maria, et macula originalis non est
in te!” —¡toda hermosa eres, María, y no hay en ti mancha original!, canta la
liturgia alborozada. No hay en Ella ni la menor sombra de doblez: ¡a diario
ruego a Nuestra Madre que sepamos abrir el alma en la dirección espiritual,
para que la luz de la gracia ilumine toda nuestra conducta!
»—María nos obtendrá la valentía de la sinceridad,
para que nos alleguemos más a la Trinidad Beatísima, si así se lo suplicamos»18.
1 Lc 12,
1-3. —
2 Cfr. Mt 23,
27. —
3 Mt 5,
37. —
4 Cfr. Sant 1,
8. —
5 San
Beda, Comentario a la Carta del Apóstol Santiago, 1, 8.
—
6 Cfr. Santo
Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 109, a. 3 ad 3. —
7 R.
Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la Vida interior,
vol. II, p. 717. —
8 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 337. —
9 Jn 14,
6. —
10 Cfr. Jn 1,
14; 17. —
11 Cfr. Jn 18,
37. —
12 Cfr. Jn 8,
44. —
13 Cfr. Jn 8,
42 ss. —
14 Catecismo
Romano, III, 9, n. 23. —
15 Cfr. Jn 1,
47. —
16 Cfr. A.
Luciani, Ilustrísimos señores, p. 141 ss. —
17 Ibídem,
pp. 141-142. —
18 San
Josemaría Escrivá, o. c., n. 339.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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