Francisco Fernández-Carvajal 11 de octubre de 2020
@hablarcondios
— Qué deseamos obtener cuando pedimos nuestro
pan de cada día.
— El pan de vida.
— Fe para comer este nuevo pan del
Cielo. La Sagrada Comunión.
I. Danos
hoy nuestro pan de cada día...
Se cuenta en una vieja leyenda oriental que cierto rey
entregaba a su hijo los víveres necesarios para vivir holgadamente los doce
meses del año. En esta ocasión, que coincidía con la primera luna del año, el
hijo veía el rostro de su padre, el monarca. Pero este mudó de parecer y
decidió poner en manos del príncipe, cada vez, las provisiones que había de
consumir en ese día. De esta forma podía saludar diariamente a su hijo, y el
príncipe ver el rostro del rey. Algo parecido ha querido hacer nuestro Padre Dios
con nosotros. El pan de cada día supone la oración de la jornada que comienza.
Pedir solamente para hoy significa reconocer que tendremos un nuevo encuentro
con nuestro Padre del Cielo mañana. ¿No hallaremos en esta previsión la
voluntad del Señor de que recemos con atención cada día la oración que Él nos
enseñó?
El Señor nos enseñó a pedir en la palabra pan todo
lo que necesitamos para vivir como hijos de Dios: fe, esperanza, amor, alegría,
alimento para el cuerpo y para el alma, fe para ver en los acontecimientos
diarios la voluntad de Dios, corazón grande para comprender y ayudar a todos...
El pan es el símbolo de todos los dones que nos llegan de Dios1.
Pedimos aquí, en primer lugar, el sustento que cubra las necesidades de esta
vida; después, lo necesario para la salud del alma2.
El Señor desea que pidamos también bienes temporales,
los cuales, debidamente ordenados, nos ayudan a llegar al Cielo. Tenemos muchos
ejemplos de ello en el Antiguo Testamento, y el mismo Señor nos mueve a pedir
lo necesario para esta vida. No debemos olvidar que su primer milagro consistió
en convertir agua en vino para que no se malograra la fiesta de unos recién
casados. En otra ocasión alimentará a una ingente multitud que, hambrienta, le
sigue lejos de sus hogares... Tampoco olvidará advertir que le den de comer a
la hija de Jairo, a la que acaba de resucitar...3.
Al pedir el pan de cada día estamos
aceptando que toda nuestra existencia depende de Dios. El Señor ha querido que
le pidamos cada jornada aquello que nos es necesario, para que constantemente
recordemos que Dios es nuestro Padre, y nosotros unos hijos necesitados que no
podemos valernos por nosotros mismos. Rezar bien esta parte del Padrenuestro equivale
a reconocer nuestra pobreza radical de cara a Dios y su bondad para con
nosotros, que todos los días nos da lo necesario. Nunca nos faltará la ayuda
divina.
Al decir pan nuestro, el Señor ha querido
una vez más que no olvidemos a nuestros hermanos, especialmente a los más
necesitados y a quienes Dios nos ha encomendado.
II. Los Santos
Padres no solo han interpretado este pan como el alimento
material; también han visto significado en él el Pan de vida, la
Sagrada Eucaristía, sin la cual no puede subsistir la vida sobrenatural del
alma.
Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el
maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del cielo para que si
alguien come de él no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si
alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que Yo daré es mi carne
para la vida del mundo4.
San Juan recordará toda su vida este largo discurso del Señor y el lugar donde
lo pronunció: estas cosas las dijo en Cafarnaún, en la sinagoga5.
El realismo de estas palabras y de las que siguieron
es tan fuerte que excluye cualquier interpretación en sentido figurado.
El maná del Éxodo era la figura de este Pan –el mismo
Jesucristo– que alimenta a los cristianos en su camino hacia el Cielo. La
Comunión es el sagrado banquete en el que Cristo se da a Sí mismo. Cuando
comulgamos, participamos del sacrificio de Cristo. Por eso canta la Iglesia en
la Liturgia de la Horas, en la fiesta del Corpus Christi: Oh sagrado
banquete en el que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de la
Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la futura gloria6.
Los oyentes entendieron el sentido propio y directo de
las palabras del Señor, y por eso les costaba aceptar que tal afirmación
pudiera ser verdad. De haberlo entendido en sentido figurado no les hubiera
causado extrañeza ni se hubiera producido ninguna discusión7. Discutían,
pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede este darnos a comer su
carne?8. Pues Jesús afirma claramente que su Cuerpo y su Sangre son
verdadero alimento del alma, prenda de la vida eterna y garantía de la
resurrección corporal.
Incluso emplea el Señor una expresión más fuerte que
el mero comer (el verbo original podría traducirse por «masticar»9),
expresando así el realismo de la Comunión: se trata de una verdadera comida, en
la que el mismo Jesús se nos da como alimento. No cabe una interpretación
simbólica, como si participar en la Eucaristía fuera tan solo una metáfora, y
no el comer y beber realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
No está Cristo en nosotros después de comulgar como un
amigo está en un amigo, mediante una presencia espiritual; está «verdadera,
real y substancialmente presente» en nosotros. Existe en la Sagrada Comunión
una unión tan estrecha con Jesús mismo que sobrepuja todo entendimiento.
Cuando decimos: Padre, danos hoy nuestro pan
de cada día, y pensamos que en todas nuestras jornadas podemos recibir
el Pan de vida, deberíamos llenarnos de alegría y de un inmenso
agradecimiento; nos animará a comulgar con frecuencia, y aun diariamente, si
nos es posible. Porque «si el pan es diario, ¿por qué lo recibes tú solo una
vez al año? Recibe todos los días lo que todos los días te aprovecha y vive de
modo que todos los días seas digno de recibirlo»10.
III. La
Sagrada Eucaristía, de modo análogo al alimento natural, conserva,
acrecienta, restaura y fortalece la vida sobrenatural11.
Concede al alma la paz y la alegría de Cristo, como «un anticipo de la
bienaventuranza eterna»12;
borra del alma los pecados veniales y disminuye las malas inclinaciones;
aumenta la vida sobrenatural y mueve a realizar actos eficaces relativos a
todas las virtudes: es «el remedio de nuestra necesidad cotidiana»13.
Oculto bajo los accidentes de pan, Jesús espera que
nos acerquemos con frecuencia a recibirle: el banquete, nos
dice, está preparado14.
Son muchos los ausentes, y Jesús nos espera. Cuando le recibamos, podremos
decirle, con una oración que hoy se reza en la Liturgia de las Horas: Quédate
con nosotros, Señor Jesús, porque atardece; sé nuestro compañero de camino,
levanta nuestros corazones, reanima nuestra débil esperanza15.
La fe –que se manifestará en primer lugar en la
conveniente preparación del alma– será indispensable para comer este nuevo pan.
Los discípulos que aquel día abandonaron al Maestro renunciaron a su fe:
prefirieron juzgar por su cuenta.
Nosotros le decimos, con San Pedro: Señor, ¿a
quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna16.
Y hacemos el propósito de preparar mejor la Comunión, con más fe y con más
amor: «Adoradle con reverencia y con devoción; renovad en su presencia el
ofrecimiento sincero de vuestro amor; decidle sin miedo que le queréis;
agradecedle esta prueba diaria de misericordia tan llena de ternura, y fomentad
el deseo de acercaros a comulgar con confianza. Yo me pasmo ante este misterio
de Amor: el Señor busca mi pobre corazón como trono, para no abandonarme si yo
no me aparto de Él»17.
Al terminar nuestra oración, nosotros también le
decimos al Señor, como aquellas gentes de Cafarnaún: Señor, danos
siempre de ese pan18.
Y cuando recemos el Padrenuestro, pensemos un momento
que son muchas nuestras necesidades y las de nuestros hermanos; diremos con
devoción: Padre, «danos hoy nuestro pan de cada día; lo que
necesitamos para subsistir en el cuerpo y en el alma». Mañana nos sentiremos
dichosos de pedir de nuevo a Dios que se acuerde de nuestra pobreza. Y Él nos
dirá: Omnia mea tua sunt19,
todas mis cosas son tuyas.
1 Cfr. Ex 23,
25; Is 33, 16. —
2 Cfr. Catecismo
Romano, IV, 13, n. 8. —
3 Cfr. Jn 2, 1 ss; Mt 14,
13-21; Mc 5, 22-43. —
4 Jn 6,
48-52. —
5 Cfr. Jn 6,
60. —
6 Antífona
del «Magnificat» en las Segundas Vísperas. —
7 Cfr. Sagrada
Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, nota
a Jn 6, 52. —
8 Jn 6,
52. —
9 Cfr. Sagrada
Biblia, Santos Evangelios, cit., nota a Jn 6,
54. —
10 San
Ambrosio, Sobre los Sacramentos, V, 4. —
11 Cfr. Conc.
de Florencia, Decr. Pro armeniis, Dz. 698. —
12 Cfr. Jn 6,
58; Dz. 875. —
13 San
Ambrosio, Sobre los Sacramentos. —
14 Cfr. Lc 14,
15 ss. —
15 Liturgia
de las horas, Oración de las II Vísperas. —
16 Jn 6,
68. —
17 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 161. —
18 Jn 6,
34. —
19 Cfr. Lc 15,
31.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/1/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico