Marta de la Vega 16 de octubre de 2020
@martadelavegav
“Es
un insulto a su humanidad que el hombre
no invoque en su mente una imagen concreta
de su propio yo ideal, de su entorno ideal,
que él se propone como misión reproducir
externamente”. R. Tagore, 1932 [2012].
El
título del libro de Martha Nussbaum encabeza este texto. Su subtítulo
interrogativo nos plantea un tema crucial para la política, para la vida social
y personal: “¿Por qué el amor es importante para la justicia?” El campo de las
emociones es parte de la ciencia política actual, es objeto de estudio en
relación con la dinámica del poder y comportamientos políticos, así como
instrumento en el desarrollo de motivaciones, actitudes valorativas y acciones
estratégicas.
Los más recientes avances de la neurociencia y la psicología empírica confirman
que las emociones no son fuerzas ciegas ni destructivas, ni pasionales, como
pathos, como sufrimiento pasivo y primario en su sentido etimológico griego, ni
ancladas en el inconsciente. Al contrario, siempre apuntan hacia algo, a la
manera “intencional” de la conciencia definida por Husserl. En las palabras de
la filósofa colombiana Ángela Calvo, “las emociones son sensores que nos
advierten de nuestra vulnerabilidad”.
Están vinculadas a creencias y tienen un contenido
cognitivo. Se refieren sobre todo al horizonte que vislumbramos o al que
pretendemos encaminarnos. Son juicios de valor sobre metas u objetos deseables
para la vida, que evalúan el mundo desde el punto de vista de la propia
persona, para la búsqueda de la autorrealización a la que aspiramos en la
acepción aristotélica de la “eudaimonía”, de la plenitud, de la vida buena. De
lo que, para esa misma persona, es una vida que vale la pena.
El eudemonismo -dice Nussbaum- no es egoísmo. Más allá
de considerar que otras personas tengan un valor intrínseco, quienes nos
despiertan emociones hondas son aquellas con las que estamos conectados, los
que desde nuestra imaginación expresan lo que es una vida valiosa, aquellos
individuos que nos importan, porque son parte de “nosotros” mismos; los que,
según ella (p. 25), forman nuestro “círculo de interés” o de preocupación.
Aunque experimentamos las emociones de manera singular
e intransferible, ellas se forjan socialmente. “Todo ideal político está
sustentado por sus propias emociones políticas” (p. 143). Un Estado de tipo
autoritario, agrega Nussbaum, ya sea del nazismo alemán o del fascismo de
Mussolini, ya sea de organizaciones sociales ultraconservadoras de hoy, no solo
van a incitar un orgullo patriotero y un culto a los héroes sino el miedo a “la
disidencia solitaria” y el odio a grupos caracterizados como “inferiores” o
“subversivos”. Emociones negativas como el odio, la envidia, el asco y el miedo
desbaratan los esfuerzos por motivar políticas buenas, positivas y estables en
las naciones que aspiran a la justicia, la inclusión y maximización de las
capacidades humanas.
Hemos
sido socializados en el miedo que, en una cultura de talante punitivo, no
proactivo, forma parte del círculo vicioso de las emociones que bloquean la
deliberación racional, que se fundan de manera narcisista en el despliegue de
la acusación del otro, que se empeñan en encontrar culpables y chivos
expiatorios para no asumir la propia responsabilidad. Al contrario de la
“emoción solidaria” o la “simpatía”, que comportan un gran valor político, el
miedo genera ira y odio contra el otro; este deja de ser mi “prójimo”, mi
“semejante” para convertirse en el “extraño” o “ajeno”, en mi potencial
enemigo.
La política del miedo impide la inclusión del otro, la
democracia, la libertad crítica. Genera la ruptura de la confianza, desgarra el
tejido social y atomiza la cohesión indispensable para que las sociedades
alcancen metas comunes. En cambio, si el amor y la compasión son extendidos
como emociones públicas, dice Nussbaum, “la aspiración creativa a algo mejor es
un rasgo clave de la mayoría de las sociedades que tratan de ser decentes y
justas” (p. 145). “Queremos vivir en paz”, así titula la artista Laura Guevara,
convertida en reportera ciudadana, su poderosa canción video de protesta cívica
y amor por la libertad y dignidad de la gente.
Creada con altísima calidad estética y gran fuerza
semántica durante las protestas pacíficas de 2017 en Caracas a favor de la
democracia, este himno a la civilidad y lucha por los derechos impulsa “la
cultura de la esperanza”. Alienta a los ciudadanos a experiencias emocionales
públicas basadas en el respeto y la reciprocidad.
A la antípoda, el “lodazal” que fue la gira del
diputado Parra por Europa y Colombia para defender a Alex Saab, puesta
recientemente a la luz, despierta repugnancia y asco; revela la degradación de
la política, el descaro y la inviabilidad de su proyecto. Disociados lo ético
de lo político, las tendencias negativas de las emociones públicas se imponen.
Marta
de la Vega
@martadelavegav
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