Francisco Fernández-Carvajal 13 de octubre de 2020
@hablarcondios
— Jesucristo quiso ser tentado, nosotros también
sufriremos tentaciones y pruebas. En la tentación se muestra nuestro amor a
Dios y la fidelidad a los compromisos que con Él tenemos.
— Qué es la tentación. Bienes que puede producir.
— Medios para vencer.
I. No nos
dejes caer en la tentación y líbranos del mal, rogamos al Señor en la
última petición del Padrenuestro.
Después de haber pedido a Dios que nos perdone los
pecados, le suplicamos enseguida que nos dé las gracias necesarias para no
volver a ofenderle y que no permita que seamos vencidos en las pruebas que
vamos a padecer, pues «en el mundo la vida misma es una prueba (...). Pidamos,
pues, que no nos abandone a nuestro arbitrio, sino que en todo momento nos guíe
con piedad paterna y nos confirme en el sendero de la vida con moderación
celestial. Y líbranos del mal. ¿De qué mal? Del diablo, de quien
procede todo mal»1.
El diablo, que existe, que no deja de rondar alrededor de cada criatura para
sembrar la inquietud, la ineficacia, la separación de Dios. «Hay épocas –hacía
notar el Papa Juan Pablo II– en las que la existencia del mal entre
los hombres se hace singularmente evidente en el mundo. Aparece entonces con
más claridad cómo los poderes de las tinieblas, que actúan en el hombre y a
través de él, son mayores que el mismo hombre. Lo cercan, lo asaltan desde
fuera.
»Se tiene la impresión de que el hombre actual no quiere
ver ese problema. Hace todo lo posible por eliminar de la conciencia general la
existencia de esos “dominadores de este mundo tenebroso”, esos “astutos ataques
del diablo” de los que habla la Carta a los Efesios. Con todo, hay épocas
históricas en las que esa verdad de la Revelación y de la fe cristiana, que
tanto cuesta aceptar, se expresa con gran fuerza y se percibe de forma casi
palpable»2.
Jesús, nuestro Modelo, quiso ser tentado para
enseñarnos a vencer y para que nos llenemos de ánimo y de confianza en todas
las pruebas. No es nuestro Pontífice tal que no pueda compadecerse de
nuestras flaquezas; antes, fue tentado en todo a semejanza de nosotros, fuera
del pecado3.
Seremos tentados de una forma u otra a lo largo de la vida. Quizá más cuanto
mayor sea nuestro deseo de seguir a Cristo de cerca. La gracia que hemos
recibido en el Bautismo y ha aumentado por nuestra correspondencia se verá
amenazada hasta el último momento en que dejemos este mundo. Hemos de estar
alerta, con la vigilia del soldado en el campamento. Y hemos de tener siempre
presente que nunca seremos tentados más allá de nuestras fuerzas4.
Podemos vencer en toda circunstancia si huimos de las ocasiones y pedimos los
auxilios oportunos. Y «si alguno aduce la excusa de que la debilidad de la
naturaleza le impide amar a Dios, se le debe enseñar que Él, que requiere
nuestro amor, ha derramado en nuestros corazones la virtud de la caridad por
medio del Espíritu Santo (Rom 5, 5); y nuestro Padre celestial da
este buen espíritu a quienes se lo piden (cfr. Lc 9, 13); y
así, con razón le suplicaba San Agustín: Da lo que mandas, y manda lo
que quieras. Y ya que está a nuestra disposición el auxilio divino (...),
no hay por qué asustarse por la dificultad de la obra; porque nada es difícil
para el que ama»5.
La tentación en sí misma no es mala; es más, es una
ocasión de mostrar al Señor que le amamos, que le preferimos a cualquier otra
cosa, y medio para crecer en las virtudes y en la gracia santificante. Bienaventurado
el varón -enseña la Escritura- que soporta la tentación,
porque, probado, recibirá la corona de la vida, que Dios prometió a los que le
aman6. Pero, aunque la prueba en sí misma no es un mal, sería una
presunción desearla o provocarla de alguna manera. Y en sentido contrario,
sería un gran error temerla excesivamente, como si no confiáramos en las
gracias que el Señor nos tiene preparadas para vencer, si acudimos a Él en
nuestra debilidad. «No te turbes si al considerar las maravillas del mundo
sobrenatural sientes la otra voz –íntima, insinuante– del hombre viejo.
»Es “el cuerpo de muerte” que clama por sus fueros
perdidos... Te basta la gracia: sé fiel y vencerás»7.
II. Tentar –enseña
Santo Tomás– no es otra cosa que tantear, poner a prueba. Tentar al hombre es
poner a prueba su virtud8.
La tentación es todo aquello –bueno o malo en sí mismo– que en un momento dado
tiende a separarnos del cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios. Podemos
padecer tentaciones que vienen de la propia naturaleza, herida por el pecado
original e inclinada al pecado: nacemos con el desorden de la concupiscencia y
de los sentidos. El demonio incita al mal, aprovechando esa debilidad y
prometiendo una felicidad que él no tiene ni puede dar. Estad alerta y
velad, advierte San Pedro, que vuestro adversario el diablo, como
león rugiente, anda rondando y buscando a quien devorar9.
Solo «quien confía en Dios no teme al demonio»10.
Junto al diablo están aliados el mundo y
nuestras propias pasiones, que nos acompañarán siempre. El mundo,
en este sentido, está constituido por todo aquello que aleja de Dios: las
criaturas que parecen vivir exclusivamente para su amor propio, su vanidad y su
sensualidad; los que tienen los ojos puestos solo en las cosas de la tierra: el
dinero y un desordenado deseo de bienestar material, que se considera en la
práctica como lo único que realmente vale la pena. Para ellos, son locura y
algo propio de siglos atrás el necesario desprendimiento de las cosas de la
tierra, la amable austeridad cristiana, la castidad... La mortificación
voluntaria, sin la cual no se puede ir adelante en el seguimiento de Cristo, es
mirada como necedad. Están incapacitados para entender las cosas de Dios, y
querrían inculcar a los demás sus principios, un sentido de la vida en el que
Dios no tiene lugar o bien ocupa un puesto muy alejado y secundario. Con
palabras, y sobre todo con su ejemplo, se empeñan en llevar a otros por el
camino ancho por el que ellos corren. A veces intentan desalentar al que quiere
ser consecuente con los principios cristianos, y se burlan de su vida y de sus
ideas.
Dios permite que seamos tentados porque persigue un
bien superior. En su Providencia ha dispuesto que también de las pruebas saquemos
provecho. A veces son un medio insustituible para acercarnos filialmente a Él.
La tentación es, frecuentemente, como una bengala que
ilumina las profundidades del alma. En la tentación y en la dificultad podemos
ver nuestra capacidad real de generosidad, de espíritu de sacrificio, de
rectitud de intención..., y también la envidia oculta, la avaricia enmascarada
bajo la fachada de falsas necesidades, la sensualidad, la soberbia..., la
capacidad de mal que hay en cada uno. En esos momentos podemos crecer en el
propio conocimiento y, como consecuencia, en la humildad. Nos hace ver lo
débiles que somos y lo cerca que estaríamos del pecado si el Señor no nos
ayudara. Es más fácil entonces pedir auxilio y amparo. ¡Cuántas veces hemos de
rezar, conscientes de lo que decimos, a nuestro Padre Dios: no nos
dejes caer en la tentación y líbranos del mal! Las pruebas nos enseñan
a disculpar con más facilidad los defectos de los demás y a darnos cuenta de
que, al fin y al cabo, es una mota de polvo lo que llevan en el ojo, en
comparación con la viga que hemos visto en el nuestro. Por eso, nos ayudan a
vivir mejor la caridad, a comprender más y a estar dispuestos a rezar y a
prestar la cooperación y el socorro que están a nuestro alcance.
La tentación impulsa a crecer en las virtudes.
Rechazar una duda contra la fe despierta un acto de fe; cortar una incipiente
murmuración es crecer en el respeto a los demás; apartar con prontitud un mal
pensamiento contra la castidad es ganar en finura en el trato con el Señor. Una
época especialmente difícil en tentaciones, que se puede presentar en cualquier
edad y momento de la vida interior, será una ocasión excelente para aumentar la
devoción a la Virgen, para crecer en humildad, para ser más dóciles y sinceros
en la dirección espiritual... No debemos asustarnos ni desanimarnos. Nada nos
separa de Dios si la voluntad no lo permite. Nadie peca si no quiere. Ese
tiempo difícil, si el Señor lo permitiera, es época de adelantar mucho en la
vida interior y de purificar el corazón.
La tentación puede ser una fuente inagotable de
gracias y de méritos para la vida eterna. Porque eras acepto a Dios,
fue necesario que la tentación te probara11.
Con estas palabras consoló el Ángel a Tobías en medio de su prueba. También han
servido a muchos cristianos a la hora de sus tribulaciones.
III. Para
vencer, hemos de pedir ayuda a Nuestro Señor, que está siempre de nuestra parte
en la pelea. Él lo puede todo: Confiad, Yo he vencido al mundo12.
Y, junto a Cristo, nosotros podemos decir: Omnia possum in eo qui me
confortat. Todo lo puedo en Aquel que me confortará13. Dominus
illuminatio mea et salus mea, ¿quem timebo? El Señor es mi luz y mi
salvación, ¿a quién temeré?14.
Contamos en las tentaciones con el auxilio poderoso de
los Ángeles Custodios, puestos por nuestro Padre Dios para que nos protejan
siempre que lo necesitemos: Te enviará a sus ángeles para que no
tropieces en piedra alguna15.
A ellos acudiremos con mucha frecuencia, pidiéndoles ayuda, pero de modo
especial en las tentaciones. El Ángel Custodio es un formidable amigo, presto a
ayudarnos en los momentos de mayor peligro y necesidad.
Estamos alerta contra las tentaciones cuando cuidamos
la oración personal, que evita la tibieza, y no dejamos la mortificación, que
nos mantiene despiertos en las cosas de Dios. Somos fuertes cuando huimos de
las ocasiones de pecar, por pequeñas que parezcan, pues sabemos que quien
ama el peligro perecerá en él16;
cuando tenemos el día lleno de trabajo intenso, evitando la ociosidad y la
pereza. Además, debemos tener en cuenta que es más fácil resistir al principio,
cuando la tentación se insinúa, que si permitimos que vaya tomando cuerpo,
«pues entonces no dejamos pasar al enemigo de la puerta del alma. Por esto se
suele decir: “resiste a los principios; tarde viene el remedio cuando la llaga
es vieja”»17. Aunque, incluso cuando «la llaga es vieja», se puede, con
humildad, encontrar el remedio oportuno.
Combatimos eficazmente las tentaciones manifestándolas
con toda sinceridad en la dirección espiritual, pues mostrarlas es ya casi
vencerlas. Y si acudimos a la Virgen, Nuestra Señora, siempre saldremos
vencedores, aun de las pruebas en que nos sentíamos más perdidos.
1 San
Pedro Crisólogo, Sermón 67. —
2 Juan
Pablo II, Homilía 3-V-1987. —
3 Heb 4,
15. —
4 Cfr. 1
Cor 10, 13. —
5 Catecismo
Romano III, 1, n. 7. —
6 Sant 1,
12. —
7 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 707. —
8 Cfr. Santo
Tomas, Sobre el Padrenuestro, en Escritos de
catequesis, p. 160. —
9 1
Pdr 5, 8. —
10 Tertuliano, Tratado
sobre la oración, 8. —
11 Tob 12,
13. —
12 Jn 16,
23. —
13 Flp 4,
13. —
14 Sal 26,
1. —
15 Sal 90,
11. —
16 Eclo 3,
27.—
17 T.
Kempis, Imitación de Cristo, 1, 13, 5.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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