Luis Ugalde S.J. 14 de octubre de 2020
Confieso que estoy obsesionado con la reconstrucción
de nuestro país. Veo mucha gente que quiere cambio pero pone obstáculos a la
creación de una sociedad libre y solidaria capaz de compartir el bien común
nacional. Por eso me alarma la reacción de algunos frente a la reciente
encíclica Tutti Fratelli del papa Francisco que toma el nombre del gran
inspirador de la fraternidad universal: san Francisco de Asís. Les escandaliza
que el papa diga que “el mercado no resuelve todo” y que “la libertad de
mercado no basta”. Yo creía que este principio defendido por los clásicos liberales
era obvio.
Los grandes padres del liberalismo no defendieron solo
el libre mercado, sino la libertad, la igualdad y la fraternidad. Una nueva
sociedad donde el poder político y el económico no sean dueños absolutos si no
que estén sometidos a la Constitución que consagra los derechos humanos
fundamentales de todos. Esto que defiende el liberalismo lo necesitamos en
Venezuela: combinar la economía de mercado con la Constitución y crear
oportunidades para la realización de todos con su propio esfuerzo. Las
economías liberales más exitosas lo son porque contribuyen al bienestar
general.
Acabo de encontrar un artículo mío del año 2009 que
recibió de El Nacional el premio al Mejor Artículo del Año publicado en ese
diario y viene a cuento. Aunque es chocante citarse a uno mismo lo veo
necesario con gente que creía sensata y parece escandalizada con la llamada del
papa Francisco a la fraternidad.
¿Capitalismo Antihumano? (Publicado el 4 de junio de 2009)
“La economía capitalista es extraordinariamente eficaz
para producir bienes en abundancia; con ella miles de millones se han liberado
de la pobreza tradicional. En China y en la India, en la próxima década cientos
de millones saldrán de la pobreza económica, gracias a los avances del
capitalismo que aplica con éxito la tecnología a la revolución productiva.
Pero la economía no es la sociedad, apenas una parte
de ella, y reducir a la persona humana al “homo oeconomicus” nos lleva a una
humanidad profundamente enferma, aunque materialmente menos pobre. La persona
humana no se reduce a animal que produce y consume para alimentar el mercado
capitalista en carrera continua. La economía capitalista utiliza el
individualismo y la búsqueda del “interés propio” como una poderosa fuerza
motora creativa, pero el ser humano no es puro individualismo y egoísmo, sino
también solidaridad y amor. No somos solo lobos unos contra otros, sino también
hermanos unos con otros. Dos fuentes irreductibles de identidad humana, que
requieren fuerza suficiente para complementarse, hacerse contrapeso y
corregirse mutuamente; con uno solo de estos motores los humanos no levantamos
vuelo. La economía tiene sentido como base e instrumento para la libertad y la
dignidad de todos en un mundo en paz. El mercado solo no pone la economía
próspera al alcance de todos los pueblos; se requiere desarrollo espiritual,
con convicciones éticas vigorosas que inspiren y modelen la conducta humana, le
den valor y sentido a la vida y a la economía y desarrollen leyes e
instituciones fuertes y eficaces.
El capitalismo exitoso trae otros problemas: salimos
de la economía ancestral con escasez, hambrunas, enfermedades, guerras y
limitaciones y ahora la abundancia nos lleva a otra escasez: destrucción del
medio ambiente, de las condiciones de vida para animales y vegetales, e
insuficiencia de fuentes de energía y algunas materias primas. El capitalismo
tiene tanta fuerza productiva que su capacidad destructiva es monstruosa e
imparable por sí misma. La ley del más fuerte en la competencia trae la
exclusión de los más débiles y la guerra; la exclusiva de la lógica del mercado
lleva aceleradamente a la destrucción de la tierra como casa acogedora y al
enfrentamiento social. Vivimos una crisis de civilización. Las empresas más
exitosas planifican, calculan, hacen alianzas y fusiones… es decir ordenan las
fuerzas (no las dejan al ciego mercado) para sus fines. En tiempo de crisis
hasta los más liberales piden la intervención del Estado y de las leyes. La
vida digna requiere defender la tierra como hábitat adecuado, el diálogo y
convivencia entre pueblos, razas, culturas humanas diversas que se reconocen y
aprecian. No solo se requieren estados nacionales, sino autoridad,
instituciones y ciudadanía mundiales, cuyo objetivo es que a todos lleguen
aquellos bienes y posibilidades humanas que hoy son técnicamente alcanzables,
pero no asequibles con solo el interés económico sin humanismo solidario.
El capitalismo es unilateral, antihumano y
destructivo, si no va acompañado del otro principio de la dignidad humana, del
amor y de la solidaridad; pero es una necesidad y bendición si el interés
propio y las fuerzas del mercado son orientadas por leyes e instituciones hacia
un nuevo humanismo, que afirma la dignidad y ofrece oportunidades para la
creatividad de todos.
No hay ley económica, ni marxista, ni capitalista, que
pueda evitar el desastre, sino la conciencia humana con sus valores, de amor y
solidaridad, y del instinto de conservación inteligente, que ordenan la
economía como parte de una civilización para la vida humana global y personal.
Cuanto más exitoso el capitalismo, más eficaz la destrucción de las formas
tradicionales de solidaridad, de religión, de ética, de expresiones no
económicas de la vida y de la dignidad humanas. No se puede esperar del
capitalismo económico que las reponga con nuevas formas de espiritualidad, de
solidaridad y de sentido trascendente de la vida; estas tienen otras raíces no
económicas y hay que cultivarlas para que crezcan vigorosas y se expresen en
relaciones sociales, instituciones, prácticas sociales, organizaciones y leyes
no reducibles a la economía y con una lógica distinta y complementaria a la del
mercado”.
Luis Ugalde S.J.
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