Trino Márquez 07 de octubre de 2020
@trinomarquezc
El auge de las clases medias en Venezuela fue uno de
los símbolos más representativos de la acelerada transformación vivida por el
país, al dejar de ser en un período muy breve una sociedad rural y convertirse
en una sociedad urbana. Fue uno de los íconos de la modernidad y de los avances
democráticos.
Desde la muerte de Juan Vicente Gómez, en diciembre de
1935, hasta finales de la primera década del siglo XXI –con los avances y
retrocesos del caso- la extensión y variedad de esas capas intermedias
mostraban los principales cambios registrados en la nación. El reparto de la
renta petrolera apuntó en gran medida hacia el fortalecimiento de la educación,
la capitalización de los recursos humanos, el saneamiento del ambiente, la
mejora de la salud pública, el fomento de la pequeña y la mediana industria, y
la cristalización de una extensa red de actividades en las cuales los
profesionales liberales, los técnicos y los pequeños y medianos productores del
campo y la ciudad, ocupaban un lugar prominente.
Las clases medias percibían suficiente ingresos que
las dotaban de capacidad de ahorro para dinamizar una amplia gama de
actividades comerciales e industriales. Cito como meros ejemplos la
construcción de viviendas familiares y de centros comerciales, entre otras
edificaciones; la industria del turismo, aviación, gastronomía y hotelería; la
industria automotriz; la del calzado, textil y confección. Se convirtió en un
principio económico y social admitido, que una economía prospera si es
impulsada por una compleja diversidad de grupos sólidamente arraigados con
capacidad de exigir a gran escala distintos tipos de bienes y servicios. Si la
demanda abandona los cotos cerrados de grupos privilegiados y se universaliza.
Venezuela -con tropiezos, desde luego- avanzó dentro
de ese modelo hasta que las perversiones del estatismo desmedido, el
colectivismo y la corrupción e incompetencia que siempre acompañan el
socialismo, se hicieron patentes.
Durante
la era de Nicolás Maduro, las franjas intermedias de la población han ido
languideciendo. Así queda demostrado en los estudios de Encovi, Consultores 21
y otras encuestadoras y centros de investigación. Perdieron toda capacidad de
ahorrar y activar la economía a través de la demanda y la generación de empleo
asociada con esta. La pandemia del covid-19 lo único que ha hecho es agudizar
el deterioro, iniciado en 2013 cuando los precios del crudo comenzaron a
descender de la cima donde se habían encaramado. Los irresponsables del régimen
creyeron que el movimiento ascendente de esos valores sería permanente.
Inspirados por esa fábula, se dedicaron a destruir la industria y la
agricultura nacional, y a ensanchar la panza del Estado expropiando empresas
productivas e incorporando una clientela, que creció al mismo ritmo que los
precios de los hidrocarburos descendían en los mercados internacionales.
El resultado de los disparates perpetrados durante
años, es que encontramos una nación desmantelada, donde la inmensa mayoría de
las personas apenas obtienen ingresos para cubrir el costo de la canasta
alimentaria. Los más afortunados logran ganar dinero para satisfacer los
requerimientos nutricionales y consumir los bienes y servicios de la canasta
básica, que además de los alimentos abarca vivienda, salud, educación,
transporte y recreación. Las clases medias fueron sustituidas por una categoría
de grupos a los que podemos llamar no pobres. Ganan para sobrevivir en medio de
la adversidad, pero con una calidad de vida en continuo declive.
En la actualidad no puede hablarse de clases medias en
el sentido tradicional. La contracción de la economía es tan severa y la
regresión en la distribución del ingreso tan aguda, que el abismo entre los
grupos sociales resulta oceánico. Hemos involucionado al período final de la
tiranía de Juan Vicente Gómez, cuando Venezuela era una nación semifeudal –como
la llamó Rómulo Betancourt en el Plan de Barranquilla- en la cual existían unos
minúsculos sectores medios integrados básicamente por la burocracia del Estado
gomecista. El resto eran artesanos muy humildes, campesinos arruinados y el
proletariado que trabajaba en los campos petroleros.
Lo que se ve en la actualidad es un pequeño núcleo de
venezolanos que logró ahorrar en divisas, o que las obtienen por las labores
que realizan o por las remesas que reciben del exterior. Alrededor de 15% de la
población. Esas capas poseen la fuerza financiera suficiente para mover las
ventas en los bodegones del este de Caracas y de algunas ciudades donde ese
tipo de comercios se han establecido. Pueden mantener activos algunos cuantos
restaurantes que reparten comida a domicilio. Pero, se encuentran muy lejos de
poder sacudir los escombros que aplastan la economía nacional. Con ese
minigrupo no es posible reactivar las industrias más grandes, conducidas a la
quiebra mucho antes de la pandemia y de las sanciones internacionales.
Para que el país vuelva a contar con actividades
dinámicas -como la construcción privada, la fabricación, ensamblaje y venta de
vehículos automotores, el turismo interno y hacia el exterior, o la venta en
volúmenes significativos de ropa y zapatos- se requiere que considerables
sectores sociales demanden esos bienes. De ese ideal nos hallamos muy lejos.
Mientras Nicolás Maduro ocupe Miraflores, operará una fuerza centrífuga que
hará que Venezuela sea lanzada cada vez más lejos del desarrollo, la modernidad
y la civilización.
Los no pobres ya no son ni media clase.
Trino Márquez
@trinomarquezc
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