Juan Guerrero 15 de octubre de 2020
@camilodeasis
Esta semana se recuerda el hecho histórico del 12 de
octubre de 1492, casi finalizando el siglo XV, cuando Cristóbal Colón y sus
marineros tocan suelo de lo que posteriormente se llamó, América.
Los primeros europeos conocieron unos seres humanos
que ya tenían siglos viviendo y conviviendo entre una variedad significativa de
culturas, que, con el paso del tiempo, habían construido una historia
entremezclados unos con otros.
Indicamos esto porque en días pasados leí una nota de
una activista indígena, quien se quejaba de tan luctuosa fecha, llamada Día de
la Raza o del Descubrimiento, y pedía la expulsión de quienes hemos pasado
cerca de quinientos años sobre esta Tierra de Gracia, llamada ahora Venezuela.
Por otra parte, desde España leí otro escrito, de quien indicaba que no había
nada que celebrar en el Día de la Hispanidad.
A poco más de quinientos años de aquel
acontecimientomuy pocos estamos dispuestos a olvidar que semejante fecha, nos
guste o no, cambió para siempre y definitivamente el rostro y pensamiento de la
humanidad. Por eso quiero destacar esta fecha y su trascendencia para el
destino humano. Fue, ocurrió de esa manera y no de otra.
Todavía existe eso que llaman resistencia indígena
tomado como bandera por grupos de opinión, progres, para atizar viejos
resentimientos en el manejo de poblaciones indígenas diezmadas, desde todo
punto de vista. Eso es notorio y palpable en el caso de las culturas indígenas
que hacen vida sobre el territorio venezolano.
El
ancestral resentimiento observado en los llamados defensores de los derechos de
los indígenas sobre el territorio venezolano, aunque prácticamente ninguno viva
en población indígena o habla alguna de sus lenguas, se manifiesta en el
desastre evidente de los territorios que en la actualidad son usados para la
deforestación y posterior extracción ilegal de minerales preciosos y
estratégicos del llamado ‘trabajo de sangre’.
Es una interesada estrategia de los grupos
ideologizados para azuzar a la ‘masa indígena’, mantenerla neutralizada con
discursos de odio y venganza, para penetrar sus tierras, desplazarlos y
después, explotar irracionalmente tan vastos territorios escudándose sobre una
propaganda donde se simula la defensa de las culturas ancestrales y sus
poblaciones.
Lo otro, esa mirada de culpa que desde España se
cultiva en los últimos años sobre el daño causado por sus antepasados sobre las
culturas en tierra americana (Svetan Todorov lo calcula en cerca de 150
millones de asesinados) con el saqueo de sus minerales, esclavismo y dominio
imperial por más de trecientos años, es una realidad que en su momento fue
expiada, asumida y declarada por el mismo Estado español en boca de su monarca.
Creo que destapar heridas que han estado sanando es hurgar sobre un pasado que
nunca jamás podrá cambiarse. Es como en los tiempos medianamente recientes de
la historia, querer despertar las heridas de la Segunda Guerra Mundial y seguir
culpando y cobrándole a Alemania y los alemanes por los hechos de un
atolondrado líder del nacional socialismo (nazi), o a los rusos por la matanza
de Stalin y su comunismo, a las minorías étnicas en la otrora Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas.
En fin, que desde esta orilla de América el
sentimiento ha sido de un resentimiento ancestral, de la otra orilla, la
española peninsular, queda un sentimiento de culpa. Total, ninguno de los dos
sentimientos ayuda a la hora de hacer un análisis reposado, objetivo e
imparcial. Obviamente, quien desee expresar esos sentimientos siempre afirmará
que la ‘culpa’ es del otro: la derecha, la izquierda, los ricos, la Iglesia, el
Estado, el Poder.
Buscamos sesgar nuestra incapacidad para superar
traumas construyendo fantasmas y practicando maneras y formas de pensamiento
excluyentes, extremos y radicales.
Dioses hemos tenido y seguiremos teniendo. Unas veces
originarios, como Amaliwaká, dios de la eternidad, creador de todo lo que
existe, o el dios abuelo Kaaputaano, o el dios cristiano de las mayorías,
venido de ultramar. Ello ha enriquecido nuestra cultura de entendernos en lo
humano.
Vendrán otros dioses y también otros demonios. Siempre
descubriremos y nos descubrirán. Habrá encuentros y desencuentros. Como también
aquellos que hablen, reflexionen y se opongan. Pero la aventura de unos
hombres, un 12 de octubre de 1492, no será posible olvidar ni menos opacar. No
podremos nunca alejar ni olvidar el impacto de semejante hazaña.
Culturalmente hablando me pertenecen Colón y sus
navegantes. Mías son las noches de sus temores y sus fríos salobres, sed y
hambre por nuestro mar Caribe. Soy dueño de aquellos afantasmados
conquistadores. De aquel anciano zapatero español perdido en las salinas de
Araya, hacia 1535.
Mías son las diez mil perlas de Cubagua sobre el manto
de la virgen de Sevilla, y el sueño de los cuatro poetas-soldados que vieron
por vez primera una ardentía. Mío el sufrimiento y la hidalguía guaiquerí en el
largo cabello azabache de sus princesas y su clara mirada amorosa, y la preñez
de las 200 vírgenes aborígenes que fueron violadas por 80 guerreros
conquistadores en el valle de las Damas en el embrujo de Variquisimeto, donde
inicia nuestra estirpe y heredad venezolana.
Y mío es el reposo de la larga noche celestial en la
Colonia de la mantuanidad. Y sobre todo y esencialmente, mío es el esplendor de
mi lengua española que practico desde hace más de 500 años.
Hoy me acuerdo de mis ancestros, de mi abuela
indígena, y mi abuelo hispánico. En mi memoria y mi corazón hay lugar para
todos ellos. Ahora hay paz en mi alma.
Juan Guerrero
@camilodeasis
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