Miguel Méndez Rodulfo 01 de octubre de 2020
La preocupación de los países del primer mundo por
depender menos de productos foráneos, la idea de consumir local, lo que implica
producir en las cercanías, todo lo cual ahora tiene visos de seguridad
nacional, no desde la perspectiva militar, sino desde la seguridad alimentaria
y sanitaria, es una idea que ha tomado cuerpo y prevalecerá; sin embargo se
podrá aminorar la dependencia, pero no evitar del todo. Es posible que ciertos
sectores estratégicos se asuman en los países por el aseguramiento de materias
primas, insumos y productos terminados críticos para la producción nacional,
aun cuando ello implique mayores costos, pero tal control no se podrá ejercer
en todo. Por otra parte, la nueva conciencia ambiental adquirida por efectos
del Covid 19, también ejerce su influencia y promoverá el consumo de alimentos
locales, regionales y preferiblemente orgánicos, por su menor huella de
carbono.
Lo que ocurrirá es que los mercados del mundo
desarrollados serán más difíciles de accesar dado este reacomodo, así hay que
analizar concienzudamente las opciones que tienen los países del tercer mundo
frente a esta nueva realidad. Claro que los productos manufacturados, los
componentes tecnológicos, las sustancias contentivas de los principios activos
para las medicinas, etc., son el foco de la localización productiva, pero
seguramente este movimiento también podría afectar a las materias primas y
commodities. De esta manera puede ocurrir que la soya y la carne vacuna de
Argentina y Brasil, que se exportan mayormente a China y a USA, entren dentro
de los rubros que esos países decidan localizar. ¿Qué pasaría entonces?
En este escenario cobra singular importancia el tema de
las ventajas comparativas y competitivas. Habría que irse por producir en lo
que tengamos abundancia y singularidad de materias primas (insumos, suelos y
cerebros), pericia para procesar (tecnología, gerencia, talento y calidad)
menores costos de producción y de transporte (eficiencia, productividad y
mercados relativamente cercanos). La diversificación, como siempre, de
productos y mercados es una buena estrategia para sortear las dificultades por
venir. En un mundo en que ya los hidrocarburos están de salida porque su mayor
uso es en el transporte y éste avanza a pasos acelerados hacia la
electromovilidad, hay que ser imaginativos y creativos en las labores de
inteligencia de mercados.
Bajo un gobierno democrático que suceda a este régimen
oprobioso, reconstruyendo los servicios públicos, la infraestructura y los
procesos, Venezuela puede convertirse en un proveedor confiable
de Electricidad para Brasil e incluso para Colombia. Podemos vender
agua del Caura a los países del Caribe. Briquetas, pellas, material
refractario, anódos, coque, acero y aluminio de las empresas de
Guayana. Ser muy competitivos en Turismo de aventura, así como en el
esparcimiento en playas, llanos y montañas. Convertirnos en un Centro de
atención a la salud para el área del Caribe. Ser el principal exportador del
cacao premium (fino venezolano, el mejor del mundo). Exportar masivamente una
variedad de los mejores rones del mundo. Vender un tipo de café exquisito de
mejor calidad que el colombiano. Exportar un excelente ajonjolí que se da en
los suelos occidentales de Venezuela. Comercializar con éxito el ají dulce y el
aguacate nacional, el tomate margariteño, la piña dulce de Sucre y los puros de
Críspin Patiño. Vender carne magra producto del pastoreo, una vez erradicada la
aftosa.
La dificultad en accesar los mercados desarrollados
vendrá por los aspectos de seguridad, pero también por la huella de carbono
durante el transporte. La tecnología y la idea de que la pobreza promueve la
emigración, han de ayudarnos en la estrategia de abrirle paso a nuestros
productos, que con el tiempo serán menos insumos y más conocimiento.
Miguel Méndez Rodulfo
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