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viernes, 2 de octubre de 2020

¿Podremos seguir exportando?, por Miguel Méndez Rodulfo


Miguel Méndez Rodulfo 01 de octubre de 2020

La preocupación de los países del primer mundo por depender menos de productos foráneos, la idea de consumir local, lo que implica producir en las cercanías, todo lo cual ahora tiene visos de seguridad nacional, no desde la perspectiva militar, sino desde la seguridad alimentaria y sanitaria, es una idea que ha tomado cuerpo y prevalecerá; sin embargo se podrá aminorar la dependencia, pero no evitar del todo. Es posible que ciertos sectores estratégicos se asuman en los países por el aseguramiento de materias primas, insumos y productos terminados críticos para la producción nacional, aun cuando ello implique mayores costos, pero tal control no se podrá ejercer en todo. Por otra parte, la nueva conciencia ambiental adquirida por efectos del Covid 19, también ejerce su influencia y promoverá el consumo de alimentos locales, regionales y preferiblemente orgánicos, por su menor huella de carbono. 


Lo que ocurrirá es que los mercados del mundo desarrollados serán más difíciles de accesar dado este reacomodo, así hay que analizar concienzudamente las opciones que tienen los países del tercer mundo frente a esta nueva realidad. Claro que los productos manufacturados, los componentes tecnológicos, las sustancias contentivas de los principios activos para las medicinas, etc., son el foco de la localización productiva, pero seguramente este movimiento también podría afectar a las materias primas y commodities. De esta manera puede ocurrir que la soya y la carne vacuna de Argentina y Brasil, que se exportan mayormente a China y a USA, entren dentro de los rubros que esos países decidan localizar. ¿Qué pasaría entonces? 

En este escenario cobra singular importancia el tema de las ventajas comparativas y competitivas. Habría que irse por producir en lo que tengamos abundancia y singularidad de materias primas (insumos, suelos y cerebros), pericia para procesar (tecnología, gerencia, talento y calidad) menores costos de producción y de transporte (eficiencia, productividad y mercados relativamente cercanos). La diversificación, como siempre, de productos y mercados es una buena estrategia para sortear las dificultades por venir. En un mundo en que ya los hidrocarburos están de salida porque su mayor uso es en el transporte y éste avanza a pasos acelerados hacia la electromovilidad, hay que ser imaginativos y creativos en las labores de inteligencia de mercados. 

Bajo un gobierno democrático que suceda a este régimen oprobioso, reconstruyendo los servicios públicos, la infraestructura y los procesos, Venezuela puede convertirse en un proveedor confiable de  Electricidad para Brasil e incluso para Colombia. Podemos vender agua del Caura a los países del Caribe. Briquetas, pellas, material refractario, anódos,  coque, acero y aluminio de las empresas de Guayana. Ser muy competitivos en Turismo de aventura, así como en el esparcimiento en playas, llanos y montañas. Convertirnos en un Centro de atención a la salud para el área del Caribe. Ser el principal exportador del cacao premium (fino venezolano, el mejor del mundo). Exportar masivamente una variedad de los mejores rones del mundo. Vender un tipo de café exquisito de mejor calidad que el colombiano. Exportar un excelente ajonjolí que se da en los suelos occidentales de Venezuela. Comercializar con éxito el ají dulce y el aguacate nacional, el tomate margariteño, la piña dulce de Sucre y los puros de Críspin Patiño. Vender carne magra producto del pastoreo, una vez erradicada la aftosa. 

La dificultad en accesar los mercados desarrollados vendrá por los aspectos de seguridad, pero también por la huella de carbono durante el transporte. La tecnología y la idea de que la pobreza promueve la emigración, han de ayudarnos en la estrategia de abrirle paso a nuestros productos, que con el tiempo serán menos insumos y más conocimiento. 

Miguel Méndez Rodulfo  

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